Con esto de Brexit, el título de hoy puede llevarnos a
engaño. Recientemente (06.08) he dejado caer mi opinión sobre el Brexit.
Aquello fue una pincelada como periodista y la de hoy es un brochazo como
geógrafo. Y sí, resulta que hubo un tiempo en que Gran Bretaña no era una isla;
estaba unida al continente y era una península como lo podemos ser nosotros
ahora mismo (una península -la Ibérica- de otra península -Europa- de la gran
Eurasia). Pues ellos eran, entonces, otra península.
Y a lo que íbamos.
No va ser este de 2017 (o ya veremos cuando) el primer
Brexit de los British. No estaban los de ahora (del UKIP) cuando se produjo el
primer Brexit (6.000 aC) y en este caso que nos ocupa el cataclismo -un tsunami
detrás de otro- vino antes. Veremos lo que nos viene ahora. Aún no han invocado
el Artículo 50 y la libra va como va.
Y a lo que íbamos (que a ver si vamos).
Brexit, Brexit, mucho Brexit… pero pocos se acuerdan (los
que lo hayan estudiado, claro; y de esos… pocos) de cuando la pérfida Albión
era tierra sólida de la vieja Europa; de cuando estuvo unida a Holanda; cuando
no era una isla.
Sí, vale que eso fue en el Mesolítico… y pregúntenle al
hermano Lobo cuanto tiempo hace de eso. Auuuuuuuuhhhh!, les responderá. Pero
por si no disponen de traductor lobo-castizo pónganse en que entre 10.000 y
8.000 años atrás; y desde ahí hasta 6.000 años atrás, el Neolítico y luego ya
las Edades de los metales… hasta la del Hierro que nos viene a terminar en 200
aC.
Pues bien, Mesolítico en curso, esa gran área de unión que
les cuento, hoy mar, que conectaba Gran Bretaña con Dinamarca, norte de
Alemania y los Países Bajos la llamamos (arqueólogos, geólogos, historiadores y
geógrafos) Doggerland y todo parece
indicar -hoy está bajo el agua- que fue un territorio rico en fauna y flora y
que estuvo poblado por culturas mesolíticas. Vamos, humanos pateando el
territorio, cazando con lo que fuera y desollando las capturas con piezas de
sílex.
La doctora Bryony
Coles, de la Universidad de Exeter le ha dedicado toda su vida a ello y ha
puesto los puntos sobre las ies en este tema.
Un gradual aumento del nivel del mar y una sucesión de
tsunamis, como los generados por el Corrimiento de Storegga (6.200 aC),
generaron un catastrófico impacto sobre vida, flora y fauna… Vamos que terminó todo
inundado y casi, casi, tal y como nos lo encontramos hoy en día: el Mar del
Norte. Hacia el 6.000 aC. es cuando Gran Bretaña “se aísla en su insularidad”, porque hasta entonces era parte de la
masa continental europea.
Ahora mismo hay quien llama a Doggerland -pura envidia (siempre quieren ser como nosotros)- la “Atlántida”
británica. Y, la verdad sea dicha, tienen ellos más posibilidades de dar
con algo así -allí abajo (en el fondo del Mar del Norte)- que nosotros de
darnos de bruces por Doñana con la Atlántida que relató Platón (427-347 aC.). Y
si una catástrofe hizo entonces desaparecer la Atlántida “española” (estaba más allá de las columnas de Hércules, dijo Patón…
y verde y con asa: ¡alcarraza!), otra caTtástrofe, en este caso hasta muy bien
documentada, hizo desaparecer la “Atlántida”
británica. Jo, ¡qué chasco!
El “Banco Dogger”, una zona arenosa por
el centro del Mar del Norte, excelente banco de pesca, llegó a ser una isla
emergida cuando Doggerland empezó a ser inundado por las aguas. El banco “sólo”
está ahora a treinta y pocos metros de profundidad… y el resto de la gran zona
tiene una profundidad media de 50 metros. Mosqueante.
En su conjunto, el Mar del Norte tiene una profundidad media
de 95 metros, lo que para un mar de 750.000 km2 es como tener un
palmo de agua en la bañera de casa. Sí, hacer pie es complicado, pero es como
un mar de Regional Preferente, grupo B, en esto de la liga de los mares y las
profundidades marinas. Para que se vaya haciendo una idea sepa que la profundidad
media del Mediterráneo es de 1.500 metros (y la máxima es de 5.121 metros en
Matapan, Grecia). Vamos, que en el Mar del Norte cubre, pero poco. Por eso hay
tanta plataforma petrolífera. Bueno, por eso y por muchas más cosas; entre
ellas petróleo y gas.
Imagínense cómo sería aquello de Doggerland: el Támesis era prácticamente
un afluente del Rin alemán. Tributaba casi al final, pero tributaba.
Bueno, si se esperan un poco hasta podremos ver cómo fue
todo aquello porque desde hace justamente un año, la Universidad de Bradford
trabaja en un proyecto de digitalización 3D de cómo fue Doggerland. Pero ahora
mismo, en el Centro de Tecnología Visual y Espacial IBM de la universidad de Birmingham,
se puede consultar una digitalización (simple pero ilustrativa) del paisaje sumergido
que, para darse una idea, vale.
Esto de Doggerland no es nuevo; alguno se enterará ahora
(incluso los del Brexit), pero huela a alcanfor. Desde 1931 se viene resaltando
en los tabloides de por allí y en los canales científicos de allí y de allá, la
cantidad de hallazgos submarinos que produce el área: que si entre las redes de
los pescadores sube un arpón de hueso, que si un pedernal paleolítico, que si
un colmillo grande, que si un hueso extraño que resulta ser de un rinoceronte
lanudo, que si una mandíbula humana (1985)… Si, vale, tiramos mucha porquería
al mar pero con la prueba del C14 en ristre (y hasta Potasio40/Argon 40) resulta
que la mandibulita tenía 9.500 años de antigüedad… y se la achaca a un
individuo paleolítico que debió vivir allí mismo, cuando Doggerland no estaba
bajo treinta metros de fría agua del Mar del Norte.
Terrible.
Jean Deruelle
publicó en 1999 “L’Atlantide des
Mégalithes” (France Empire; ISBN-13: 978-2704808816)
y me sitúa la Atlántida de Platón en Doggerland… tan lejos de las bodegas de
Sanlúcar de Barrameda que casi me da algo. Deruelle, ingeniero y geólogo, le da
un aire cínico-cómico a su relato. Pero le cuadra la cosa de la Atlántida por
allí, cuando Gran Bretaña sólo era una península de Europa. Menos mal que ya
hubo un Brexit.
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