España,
tenemos un problema.
La frase, seguro que, les suena. No va hoy el post del Apolo XIII, pero sí de un problema. Va de niños; y la saco a pasear cuando se acerca la Navidad.
El jueves vi un “nacimiento” con su buey y su mula, el pesebre de rigor y el ángel de la Anunciación. No faltaban la Virgen María y San José; incluso estaban ya aguardando los tres magos de Oriente. Faltaba el Niño. Y pregunté: ¿lo han robado ya? ¡No!, me dijeron; es que no ha nacido aún. ¿Entiendes?; ¡pue no!
Faltaba
el Niño; y si me apuran, el pastorcillo tamborilero…
Falta el Niño y en España faltan niños. Por eso, Houston, tenemos un problema.
Aunque la frase real fue “hemos tenido” (pretérito perfecto compuesto), ya en la peli y a posteriori ha pasado a presente de indicativo: “tenemos”.
Les cuento. En abril de 1970 el CapCom (Capsule Comunicator[1]) Jack R Lousma había oído al astronauta Jack Swiger, piloto del módulo, la frasecita del problema y pidió confirmación. El comandante de la misión, James A Lowell, se ratificó con un “Uh, Houston, we've had a problem”. Vale, hemos tenido… Y entonces Lousma le respondió un “Bueno, esperen Trece, estamos revisando…”.
Y eso es que voy a hacer yo. Revisarles la conciencia.
En el 95, Tom Hanks si soltó -Houston, we have a problem- lo de tenemos un problema… y nosotros ahora, en 2024, no sólo tenemos, sino que arrastramos, un problema y de los gordos.
Y allá voy.
Llámenme cansino, ya he escrito varios posts sobre esto, pero tenemos un problema con la natalidad en este país y va más allá de la España vaciada. Es de infecundidad y no de infertilidad. No nacen niños.
Ahora, el demógrafo Alejando Macarrón, coordinador del Observatorio demográfico del CEU y director de la Fundación Renacimiento, lo ha sacado, una vez más, a la palestra nacional[2]. Faltan nacimientos en España, especialmente de españoles, y nos acusa de sucumbir ante el efecto avestruz, el de esconder la cabeza ante la realidad.
En septiembre de 2022 seguro que les hizo gracia a algunos de ustedes -a mí me cabreó en grado sumo- saber que el número de perros en España era dos veces superior al de niños de entre cero y nueve años. Esto es de lo más terrible que -yo, al menos- haya podido leer desde entonces. Y mira que han pasado cosas en este país y en el mundo entero.
Ya entonces se esgrimía que la cuestión económica y la falta de ayudas públicas a las familias explicaban en buena medida la baja tasa de fecundidad en España –1,19 hijos por mujer–. ¿Y qué hemos hecho?; pues nada. A apechugar que nos toca con la realidad.
La ONG Save The Children estimaba por aquel entonces que el coste de criar a un hijo rondaba los 672 euros al mes, una factura que disuadía y disuade aún hoy a muchas parejas que se plantean tener descendencia. Hoy, 2024, la misma encuesta habla ya de 758 euros al mes. Tener un perro en casa a cuerpo de rey cuesta entre 500 y 600euros menos al mes que tener un niño… y dicen los “expertos” que tener un chucho en casa reporta ventajas y alivia la soledad., mientras que un niño implica responsabilidad.
No tengo nada contra los perros y mascotas en general (salvo los nombres que les pongo), pero esto tenemos que hacérnoslo ver. No me preocupa que haya muchos perros en las casas de los españoles; me preocupa que haya pocos niños en ellas. Necesitamos como el comer llegar al reemplazo generacional.
Macarrón recordó en su día a Auguste Comte (1798-1856): la demografía es el destino. Terrible que no repensemos en el calado de esta lapidaria frase.
Comte, filósofo francés del positivismo (altruismo, orden y progreso), primer filósofo moderno de la ciencia, fundamental en el desarrollo de la sociología, tenía claras muchas cosas; entre otras que la familia es la unidad social fundamental y se nutre de hijos que comienzan siendo niños. Como Comte aboga por la familia, le olvidamos con frecuencia y desterramos sus postulados.
Pero a estas alturas del XXI, no perdamos de vista esta cuestión. Demography is destiny.
Como decía Comte, las características y la trayectoria de una sociedad están determinadas por su composición demográfica; el tamaño y la distribución de una población determinan su destino. No lo pasemos esto por alto.
Menos hijos significa menos hermanos, menos primos y menos nietos, es decir, una sociedad familiarmente desertizada como asegura Macarrón, quien avanza más: “Con datos en la mano, se puede decir que, o cambian las pautas de fecundidad, o aproximadamente la mitad de los jóvenes hoy no tendrán un solo nieto de mayores”. Esto nos aboca a un nuevo problema: la soledad.
En 2023 nacieron 322.098 niños en España, un 2% menos que en 2022. En 1976, cuando comenzó la Transición, 636.892 niños… y ya nos quejábamos de que habían nacido 20.000 menos que en 1995. Y hablamos de niños en general. Porque si hablamos de hijos de madres españolas la caída es de casi el 65%; y eso a mí si me preocupa.
No nos damos cuenta de que en esta España de hoy cada generación es un 45% menos numerosa que la anterior. Poco nos pasa.
Ahora mismo, en España la media nacional es de 1,86 muertes de personas nacidas en España por cada nacimiento de un bebé de madre española, pero hay provincias que tienen que hacérselo ver. Es el caso de la de Orense (4,7 muertes por cada nacimiento de un español), Zamora (4,5) y Lugo (3,8) encabezan el ranking seguidas de cerca por León, Soria y Ávila. Compensan estas lamentables cifras, para dejar la media en 1’86 las provincias de Almería y Sevilla (1,27), Murcia (1,32) y Málaga (1,39) con un balance más positivo de nacimientos autóctonos.
Coincido con Macarrón: “Es alucinante que esta sangría de españoles por insuficiencia de nacimientos no sea motivo de la máxima preocupación nacional”. Esto ya no va de avestruces; va de ciegos negligentes.
Es sorprendente que el 36,5% de los nacidos en España en 2023 tenía al menos un progenitor extranjero, porcentaje que en 2019 era del 20%. Cataluña está que se sale en este epígrafe -que subyuga la multiculturalidad progre- donde se supera la barrera del 50%, lo que podría suponer llegar a lo que los demógrafos y algún político ultraderechista llama “riesgo de fractura social a la francesa y a la belga”, pero que debiera inquietarnos a todos.
Sé que no es progre, ni políticamente correcto, pero coincido plenamente con quienes sostienen la necesidad de integrar bien a los hijos de inmigrantes… porque el problema va a más y, a todas luces, los los extranjeros no compensarán el déficit de natalidad de los españoles.
Tengamos en cuenta que estos parches de la inmigración no acaban con el envejecimiento social, solo ralentizan algo su avance. No se cubren empleos cualificados; no solucionan la soledad y desierto afectivo por falta de niños, ni tampoco la desestructuración familiar. Y hay riesgos de integración por exceso de inmigración y/o choques culturales. No llegamos al año 2050 que hablábamos en la asignatura de Demografía cuando la carrera; en 2035 entraremos ya en el invierno demográfico y quienes estén tomando decisiones entonces se acordaron de nuestras progenitoras difuntas (por ser elegantes) cuando tengan que elegir entre más inmigración, jubilaciones aún más tardías u otros menesteres laborales extremos. Al tiempo; ya verán.
Volviendo a Comte, los factores demográficos, como las tasas de natalidad y de mortalidad, la inmigración y la estructura de edad, tienen un impacto significativo en el desarrollo y la evolución de una sociedad. Estos patrones demográficos más amplios, en última instancia, configuran el destino colectivo de una comunidad o nación. Esto lo dijo hacia casi 2 siglos… y no aprendemos.
Así, una sociedad con una población que envejece a marchas forzadas, como la nuestra, en nada y menos se va a encontrar con una cohorte reducida en edad laboral junto con una población de ancianos en aumento que requerirá ajustes en las políticas económicas, sanitarias y sociales. La disponibilidad de oportunidades de empleo, la sostenibilidad de los sistemas de pensiones y la calidad de los servicios sanitarios se van a ver influidas por esta realidad demográfica. Y luego no salgamos como ‘madresmías’ a dónde hemos llegado.
Los individuos de una sociedad como la española a quince años vista tendrán que sortear estas limitaciones estructurales, tomando decisiones en el contexto de un destino demográfico que no han creado ellos; que les hemos dejado en herencia. A mí, por lo menos, me preocupa; y me desahogo en estas líneas.
El impacto de la demografía no se limita solo al destino social; también da forma al destino del planeta. La explosión demográfica mundial, por ejemplo, tiene implicaciones significativas para la sostenibilidad ambiental, la disponibilidad de recursos y los posibles impactos del cambio climático. En un mundo donde miles de millones de personas comparten este único planeta, las decisiones demográficas que toman las sociedades pueden tener consecuencias profundas para el destino de la humanidad en su conjunto.
La cita de Auguste Comte, "La demografía es el destino", sirve como un poderoso recordatorio de la influencia que tienen los factores demográficos en la trayectoria de las sociedades. Reconoce el papel de los patrones demográficos más amplios en la configuración de los resultados sociales, al tiempo que destaca la capacidad de los individuos para tomar decisiones dentro de las limitaciones impuestas por la demografía.
Necesitamos niños para darle vida a este país.