18 mar 2020

DE LA VIDA DIMINUTA (i)




Louis Pasteur, en su Teoría Germinal de las Enfermedades, señalaba que todas, absolutamente todas, estaban causadas por un tipo de ‘vida diminuta’ que hacía enfermar los cuerpos. Un íntimo colaborador suyo, Charles Chamberland, inventó un ‘filtro higiénico’ para bacterias (1884; filtro poroso de porcelana) que posibilitó dar con el primer virus. Las bacterias eran entonces el enemigo a batir y los virus no estaban ni en la película, porque como no los veíamos, ni al microscopio de entonces, pues no existían. Vamos, la ‘vida diminuta’ de marras.


Pero el caso es que las evidencias clínicas proclamaban la existencia de algo, que no eran bacterias, más diminuto aún y tan dañino o más. Pero nadie conseguía dar con ‘el bicho’ hasta que en 1892 el ruso Dimitri Ivanoski, filtrando en busca de bacterias, consiguió detectar el primer virus: el del mosaico del tabaco (TMV) que afecta a todas las solanáceas. Los virus atacan la vida.


Por cierto, cuando estábamos en la escuela nos decían -y los que atendieron se enteraron- lo de los reinos animal, vegetal y mineral; y los reinos de la vida eran dos: el animal y el vegetal. Pues son más reinos los de la vida: animal, vegetal, hongo, protista (organismos eucariontes) y monera (células procariotas). Y los virus no tienen cabida en ningún porque no son seres vivos, pero atacan a todos los seres vivos. Los virus son casi ‘código genético puro’. Carecen por completo de la maquinaria necesaria para proveerse de energía o replicarse. La única manera de conseguir ambas cosas que tienen es introducirse en una célula (de animal, vegetal, hongo, protista o monera) y emplear todas sus estructuras en beneficio propio.


Por cierto: todavía existen unos ‘bichos más raros’ que los virus. Se trata de los priones. Tan raros, que ni siquiera tienen código genético. Son proteínas anormales con la propiedad de infectar células y multiplicarse a sí mismas. El prion más famoso es el que ocasiona la conocida ‘enfermedad de las vacas locas’ y su variante humana es la enfermedad de Creutzfeld-Jacob.


Bueno, que me vuelvo a despistar; volvamos a Ivanoski que es el que detectó al Petancas de los Trancas y Barrancas de los virus: al digamos ‘más gordo’ de todos los virus conocidos hasta hoy. Como digo, se quedó -por gordo- atrapado en el filtro de Chamberland pero hasta 1935 no consiguieron verlo y estudiarlo con detenimiento.


Para este post sólo nos interesan los virus que afectan al reino animal. Sabemos que llevan causándonos problemas, a la vista de las investigaciones, una rato lago: unos 300 millones de años (por lo menos; a tenor de una serie de estudios genéticos con avispas). En cuanto a los humanos, hoy estamos convencidos de que el faraón Ramsés V murió de viruela -enfermedad producida por un virus- hace tres mil años; a partir de estudios sobre su momia. Hoy tenemos ‘la foto’ de la secuelas de la poliomielitis (‘la polio’, producida por otros virus: parálisis infantil espinal) en las estelas egipcias (Dinastía XVIII; unos 1.650 años antes de Cristo) se representa a un sacerdote con sus típicas secuelas en extremidades inferiores.
También tenemos la primera descripción de la rabia (otra enfermedad zoonótica viral) de puño y letra del mismísimo Aristóteles (de Estagira; s. IV aC), aunque será Aulo Cornelio Celso (s, I), escribiendo sobre ella, el primero en meter el palabro virus en la ecuación, aunque de forma semántica: aconseja “drenar el virus” refiriéndose así a la sustancia viscosa (saliva) de la boca de cánido; no al patógeno.


En la antigüedad, como dije, las bacterias eran los malos de la película de la vida. Así, la Plaga de Justiniano (541-543: por la bacteria Yersenia pestis) habría acabado con la vida de entre 25 y 50 millones de personas (que son un montón y durante doscientos años que estuvo activa la epidemia en un ahora sí aparezco y lo hago por aquí y me desaparezco para aparecer al año siguiente por allí; hasta el año 750). Fue tan letal que persistió en la memoria de los pueblos y las culturas más allá de la Edad Media. Y es que un tal Procopio de Cesarea narró lo ocurrido en el 542 y puso en la picota al emperador Justiniano -de ahí el nombre de la plaga- que se empeñó en recaudar impuestos en plena epidemia (hasta los muertos debían pagar). Hoy sabemos que aquella pandemia se originó en Tanzania y fue subiendo por el África de las caravanas comerciales hasta Etiopía y Egipto, desde donde se expandió por lo costa mediterránea oriental -Gaza, Jerusalén, Antioquía- hasta Constantinopla, la principal ciudad del momento, donde morían más de cinco mil personas al día, generando episodios de histeria colectiva y apocalíptica, unidos a una grave crisis económica sumaria. Así son las pandemias.


Este episodio fue por bacterias, pero también hay otros, en la antigüedad, causados por los virus; hoy sabemos que fueron por virus. Es el caso de la Peste Antonina, también llamada Plaga de Galeno (165-187), que pudo llevarse por delante a unos cinco millones de personas. Ahora sabemos que fue vírica: vamos que, o viruela o sarampión. Y a todo lo malo le llamaban ‘Peste’.


El caso es que entre virus y bacterias, a cual más mortal, fueron pasando los siglos -y la gente palmándola- mientras muchos, los más, pensaban que no eran ‘bichos’ los causantes, sino ¡la ira de Dios! La que causaba aquellos estragos. Y algunos, los menos, pusieron la percepción científica por delante; pero a su modo. Es el caso del veronés Girolano Fracastoro (a principios del s. XVI) que le puso letra poética a la primitiva música científica de Aristóteles y aportó, imagino que sin saberlo, alguna información adicional a la cuestión del ‘virus’, pero sin dar con ‘el bicho’. Este Fracastoro, un típico hombre del Renacimiento, fue el que describió la sífilis, ¡en un poema! -también era poeta- sobre el pastor Siphilo y los rebaños del rey Alcihtous: cosas de la época. La gente se aprendió la poesía y se enteró de lo que pasaba: didáctica en verso. Pero eso es, como siempre que me voy por las ramas digo, otra historia.


Y vuelvo al virus, que me pierdo en cualquier recodo de la espiral del ADN.


En el siglo XVIII Thomas Fuller (1730) nos habla ya de los “corpúsculos virosos” culpables del desarrollo de las enfermedades. Los llama ‘corpúsculos’ porque los imaginaba tan pequeños que no daban la talla para llamarlos cuerpos, y los califica de ‘virosos’ -de venenosos- porque terminaban muy malamente los infestados. Angelo Gatti (1764), cuando explica la viruela, da un paso más allá y habla del “virus variloso” sin darle aún carga de concepto a la palabra ‘virus’.


Es que, al principio, se creía que los virus eran las toxinas excretadas por las bacterias, que -insisto- eran el enemigo a batir de la época, pero desde 1899 el mundo científico tiene ya la percepción de que son un ‘nuevo agente infeccioso’ al que el holandés Martinus Beijerinck llamó “germen viviente soluble/contagium vivum fluidum” porque eran tan pequeños que no los detectaban y creía que tenían forma líquida. El no ver al enemigo tiene estas cosas que lo imaginas y lo temes más. Desde hace casi cien años sabemos que un virus en un conjunto de unos pocos genes encapsulados por proteínas; primitivos, enrevesados y mortales. Sabemos de la existencia de unos tres mil y planteamos que en realidad hay mil veces más que aún no hemos detectado. Enfermedades como la viruela, la polio, la rabia, la hepatitis o el sarampión son consecuencia de los virus y están, con nosotros, ‘de toda la vida’. Pero hay más: otros virus que están saltando a la palestra últimamente, a su vez, ‘han saltado’ de animales a humanos por mordedura o contacto con sus vísceras en los últimos cincuenta años.


Virus por doquiera que voy me voy encontrando. En la bibliografía médica del siglo XIX el término ‘virus’ ya estaba escrito sin tener muy claro a qué se refería. En aquellos años englobaba un buen número de agentes infecciosos. En el XIX al virus se le dice “criatura de la razón”; no conseguíamos verlos, pero la razón dictaba su existencia. Ya en los inicios del siglo XX, en 1909, Karl Landsteiner y Erwin Popper señalan la existencia “de un agente filtrable” como causa de la ancestral poliomielitis: una vida diminuta causante que no eran capaces de detectar. Un descubrimiento clave en esta historia vírica fue el del británico Frederic W. Twort. En 1914 dio con lo que llamó ‘agente bacteriolítico’, una suerte de “substancia fundamental” que era capaz de aniquilar bacterias. Hoy son los llamados virus bacteriófagos: virus que aniquilan bacterias. Unos aliados. Pero no es esa la historia que les quería contar. Mañana, más.








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