Al arrancar el siglo XVIII se produjo en Europa un hecho
significativo. Aun sabiendo que la fuerza nobiliar seguía residiendo en las
armas, los monarcas apostaron por la nueva nobleza administrativa que tendría
poder y cada vez menos armas, lo que suponía un menor riesgo regio y una mayor
dependencia hacia la real personal, que controlaba el Ejército. Este es un
elemento clave, considero yo -¡faltaría más!; y sin pretender adeptos- en la
larga creación del Estado Moderno; Estado económico sonaría mejor.
Y en cuanto a España, nos contaron en la carrera, la
regeneración económica del país desde comienzos del XVIII se convirtió en el
eje de la vida política; y los monarcas apostaron por la nobleza económico-administrativa
frente a la nobleza por bemoles[1]
que había imperado hasta entonces.
Y eso que aquella España del XVIII estaba enfrascada en
mantener los territorios heredados y la defensa de su mundo colonial. Y ahora
que tanto defendemos la paz deberíamos saber que en el siglo XVIII la guerra
era aún una cuestión de supervivencia del propio Estado[2].
Para escribir esto, en Gijón, me he imbuido del espíritu de Jovellanos[3].
Además de pasear por Cimadevilla y de estar en su casa natal, esto de haber
pasado un rato contemplando la gijonesa Playa de San Lorenzo a merced del
temporal del Cantábrico me ha llevado más hasta su obra y pensamiento, en el
mejor chigre encontrado al compás una chopa y sidrina; que tiempo habrá de
potes y otras viandas.
Aquí, de golpe, ante una representación del Gijón del XVIII en
una pared me viene a la cabeza la imagen del Benidorm de principios del XX: la
montaña, ambas playas, el núcleo urbano y su desarrollo en la segunda mitad del
XX. Y comienzo a cavilar…
El nuevo Gijón que se extiende desde Cimadevilla es, en
realidad, el Plan de Mejoras presentado por Jovellanos en 1782. Incluía el
diseño de una trama viaria casi radial, con calles trazadas a cordel; la
desecación y el saneamiento de zonas pantanosas, que eran un riesgo para la
higiene pública; la construcción de un paseo arbolado, con ejemplares que él
mismo costeó y trajo desde Aranjuez; y el levantamiento de un muro de contención
que puede verse hoy en el paseo de la playa de San Lorenzo que las olas golpean
sin cesar.
Me doy la razón y entro en la segunda botella releyendo a
Jovellanos…
Se ve a claras que los Austrias hicieron fue una política
imperialista en la que la economía estaba sometida a los interesas políticos,
pero sin preocuparse de que esa riqueza aumentara, porque parecía suficiente y porque
los rivales no eran más ricos. Se hacía una política ‘a la antigua’ que era
necesario reformar porque los tiempos y la sociedad lo demandaban.
Los gastos aumentaban, los recursos ya no llegaban con la
celeridad y la importancia del siglo XVI y se recurría a la fiscalidad sobre
una sociedad que no podía; se imponía la necesidad de otro modelo.
Las reformas necesarias para llegar al Estado moderno
perjudicaban a la vieja nobleza de espada, aunque las medidas de reforma
económica alcanzaron a todos los niveles promovidas por la nueva nobleza administrativa.
A partir de 1760 el ritmo ya fue importante, pero sin llegar al Estado fiscal[4]
que es la madre del cordero. El triunfo de los intereses mercantiles (burgueses)
frente a los intereses de la tierra (patrimonio y monopolios, como la Mesta) es
lo que define las economías modernas; cosa que Inglaterra puso en marcha ya en
1815 tomando la delantera en Europa. Los de las Cortes de Cádiz lo intentaron,
pero la cosa no llegó a más.
Los reformistas pedían menos impuestos obsoletos y muchos menos
obstáculos para el progreso (que los privilegiados pusieran menos cortapisas). Esa
era la idea y el concepto de Libertad que manejaban.
Ya Miguel Antonio de la Gándara (el abate de la Gándara) había
señalado, en tiempos de Carlos III, que “La libertad es el alma del
comercio; es el cimiento de todas las prosperidades del Estado; es el rocío que
riega los campos; es el sol benéfico que fertiliza las monarquías y el
comercio, en fin, es el riego universal de todo. Su contrario son los estancos,
murallas y tasas”[5].
Para ser justos digamos también que de la Gándara planteaba una política económica
fuertemente proteccionista con mucha libertad de comercio interior, pero excluyente
con todo lo que hubiera más allá de los Pirineos y otras naciones.
En Francia, la aristocracia recurrió a la burguesía y al
pueblo en su lucha contra la monarquía; en España la lucha fue contra los
ministros extranjeros de Felipe V… así se explica -a trazo grueso- ya lo del motín
de Esquilache -Leopoldo di Gregorio y Masnata, marqués de Squillace- en tiempos
de Carlos III (1766). Vamos que, en España se podían hacer reformas siempre que
las hicieran los de casa; que no las impusieran los de fuera.
A propósito, este motín más que por el bando de capas y sombreros[6]
(contra la capa larga y el chambergo -introducido en España por los soldados del
duque de Schomberg, jefe de la guardia de María Cristina de Austria, esposa de
Felipe V y madre de Carlos II, allá por 1649- y a favor, entre otros, del
sombrero de tres picos) fue por el precio del pan y los productos de primera necesidad
en marzo de 1766 en medio de una de las seculares crisis de subsistencia del
XVIII y muy en línea de los motines de subsistencia del siglo anterior;
manteniendo la tradición levantisca hispana.
Aquellos ilustrados manejaban también el concepto de felicidad
unido al de libertad.
Así, el vitoriano Valentín Tadeo de Foronda y González de
Echavarri, que llegó a ser miembro de la American Philosophical Society de
Philadelphia, fundada por Benjamín Franklin, sostenía que “Los derechos de
propiedad, libertad y seguridad son los tres manantiales de la felicidad de los
estados”. Por decirlo y sostenerlo se ganó tantos enemigos en la vieja piel
de toro que en un alarde de lucidez de alguna autoridad del momento me lo enviaron
a Filadelfia (cónsul general en 1801) y a Washington (1807), lo que le reportó
más contactos, más conocimiento y erudición que le generaron un gran protagonismo
y fama internacional. Abogó de Foronda por abandonar las colonias americanas,
por el coste económico y humano que representaban, y reformar la Constitución que
se debatía en Cádiz en 1811 por no especificar claramente los derechos
individuales, otorgar excesivos poderes al rey y no separar los espacios
político y religioso. Adelantado el vitoriano, ¿eh? Volvió a España y lo pasó
mal; solo la llegada del Trienio Liberal (1820-1823) le reconoció su labor y contribución,
pero, al final, otro español más al baluarte del olvido.
Cierto es que a finales del XVII ya hubo sendos giros
industrialistas -fomento de la industria- y americanistas -mayor atención colonial
y a su sistema mercantil-, pero en apenas un siglo las necesidades fiscales
dieron al traste con la iniciativa: las necesidades reales de aquella reorganización
fueron creando un nuevo orden social y unas nuevas reglas del juego que daban
también nuevas posibilidades al ascenso de algunos personajes y sectores y a la
caída de otros grupos y estamentos, porque el riesgo siempre se hace presente
en la economía.
Una nueva casta de emprendedores, surgidos de la burguesía y
del pueblo llano, conseguía el oropel que le llevaba a entroncar con la vieja nobleza.
Aparece una nueva mentalidad de progreso que los llamados ‘adinerados’ llevan
consigo allí donde van. Si el XVII aún es considerado como un siglo aristocrático,
para el XVIII la dinámica social y el auge de las políticas económicas crean una
nueva sociedad: el Estado cambia por el reformismo económico, aún con muchas dificultades,
pero cambia. Y se abre la internacionalización.
La burguesía comercial sumó a la burguesía industrial y saludó
las nuevas actividades que surgen sobre el algodón, la harina, el papel, la cerveza
o la porcelana que si bien arrancan con conceptos individualistas llevará a las
sociedades modernas industrializadas que llegan siempre cuando hay suficiente
libertad empresarial. Así, como sostuvo el economista André Piettre, sobre el
siglo XVIII, “el Estado mercantilista concede sus privilegios a quienes
demuestren ser capaces de fabricar productos de calidad, los cuales estarán en
una situación mejor que la de los demás ante el mercado”[7].
Y entonces llegamos a la realidad de nuevos empresarios de
orígenes variados: comerciantes que invertían en industria, propietarios
agrícolas que establecían actividades industriales en sus propiedades,
artesanos que abandonaban el gremio y se establecían por su cuenta, maestros y
operarios extranjeros que llegaban, bien como empresarios, bien como técnicos.
No fue un camino de rosas, pero sí el inicio de lo que conocemos y vivimos y
que fue configurando una nueva organización del Estado.
Y en esto que llegó la Primera Revolución Industrial -comenzó
en el siglo XVIII- con las aplicaciones del vapor y la mecanización de la
producción… y a estas alturas del siglo XXI hablamos ya de la Cuarta Revolución
Industrial… pues eso; sigamos a sidrinas que ya hay hasta aguardiente y vermú
de sidra…
[1] Eufemismo coloquial de cojones (RAE dixit); Valor o atrevimiento
para hacer algo; ponderar lo que se tiene por muy grave y dificultoso [Diccionario
histórico de la lengua española (1933-1936)]
[2] Conclusión propia a partir de leer “Las prioridades de
un monarca ilustrado: el gasto público bajo el reinado de Carlos III”; de Jacques
A. Barbie R y Herbert S. Klein. Revista de Historia Económica, III, 3, 1985
[3] Melchor Gaspar de Jovellanos (1744-1811) Gijonés formado
en las universidades de Oviedo, Osma, Ávila y Alcalá y que, disuadido de seguir
la carrera eclesiástica (para la que se había preparado, al mismo tiempo que se
formaba en Leyes, en las mencionadas universidades) optó por trabajar en
beneficio de la Administración del Estado. Su década como magistrado Alcalde
del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla fue fundamental: trabó amistad con
el intendente Pablo de Olavide, quien le metió en el mundo de Montesquieu,
Voltaire o Rousseau; estudia inglés para conocer directamente las obras de
Young, Milton y Macpherson. En 1778, Jovellanos se traslada a Madrid, nombrado
Alcalde de Casa y Corte; ingresa en la Sociedad Económica Madrileña y en la
Academia de la Historia y la Academia Española. En 1780, la Sociedad Económica
de Asturias le distingue como individuo honorario y es promovido al Consejo de
las Órdenes Militares. En 1790,
Jovellanos es enviado a Asturias, comisionado por el Ministerio de la Marina, y
es allí funda el Real Instituto de Náutica y Mineralogía (1794) y acaba el
Informe en el expediente de Ley Agraria (1795; planteaba disolver la Mesta). Propuesto
parea embajador en Rusia, en noviembre de 1797 se le nombre ministro de Gracia
y Justicia; ocho meses durará en el cargo. La involución truncó sus expectativas
y las de todos: la Revolución francesa paralizó con Carlos IV las ideas
ilustradas y apartó de la vida pública a la mayoría de los pensadores
avanzados. El estallido de la Revolución Francesa hizo que Jovellanos acabara
perseguido por sus ideas ilustradas, a pesar de ser un patriota leal a la
Corona, y fuera desterrado a su ciudad natal. Y en esas que Manuel Godoy
-favorito de Carlos IV- ordena su detención el 13 de marzo de 1801 y Jovellanos
es desterrado a Mallorca. Liberado el 6 de abril de 1808, tras el motín de
Aranjuez -abdica Carlo IV y llegará Fernando VII-, rechazó formar parte del
gobierno de José Bonaparte y fiel a su país, Jovellanos, que era reformista
pero no revolucionario, rechazó a los franceses y representó a Asturias en la
Junta Central -órgano que ejerció los poderes ejecutivo y legislativo españoles
durante la ocupación napoleónica de España-. El 6 de agosto de 1810 pisó otra
vez Gijón; hoy en la Plaza del 6 de agosto una escultura conmemora ese recibimiento.
Huyendo de los Franceses, que atacaban de nuevo Gijón, se refugió en Puerto de
Vega, concejo de Navia, donde tenía la seguridad de su amigo el caballero
Antonio Trelles Osorio. Allí moriría el 27 de noviembre de 1811.
[4] Estado que sea capaz de defenderse por sí mismo ante el
ataque exterior de una superpotencia, en buena medida porque tenga unas
sofisticadas estructuras crediticias y una capacidad para mantener continuos
incrementos fiscales sin quiebra política ni económica. Richard Bonney, dixit.
[5] Almacén de frutos literarios inéditos de los mejores
autores; 1804. Miguel Antonio de la Gándara
[7] Agustín
González Enciso “El ‘Estado económico’ en la España del siglo XVIII” (2003)
No hay comentarios:
Publicar un comentario