Este
es hoy un país con los pies de barro. Y no lo digo por todos los que están en
el lugar de la riada, en l’Horta Sud ayudando a volver a la normalidad. Lo digo
porque no se puede soportar la lentitud de la llegada de la ayuda; antes llega
un periodista (de televisión) que la UME y los zapadores y demás elementos de
la estructura militar del país.
Sí, en el país de lo imprevisto y con los pies de barro por una situación meteorológica que sobrepasó las previsiones, un río que se inventó y unos barrancos que marcan su impronta sobre el territorio que el nuevo cauce condicionó y nadie se ha ocupado nunca de adecuar.
Sí; y todo gira en torno de un río y su cuenca a pesar de que hay quien mantiene que ‘España no es país para ríos’. Ramón J. Soria Breña, su autor, sostiene que por lo pagos peninsulares surcan el terreno cerca de treinta mil y que junto a un río comenzó la Humanidad a tejer ciudades. Y tiene una trilogía sobre ellos.
Y es que voy a contarles algún que otro detalle del Turia y de su sistema fluvial, de su cuenca de avenamiento, de las actuaciones acometidas, de la falta de ordenación del territorio y de lo que pudo haber sido y al final fue.
El problema, para mí, está en el olvido de lo que es un río. Y Soria me lo pone a huevo. Mantiene que hoy en día cada río trae consigo los problemas del olvido, de la ignorancia sobre su vida, o el del ninguneo; eso sí, damos mucha importancia al agua que por su cauce discurre para regar, beber, producir energía, desaguar nuestros deshechos o adornar algún paisaje. Pero nos olvidamos de su esencia de río.
En enero de este año anduvo Soria por Alicante; Soria, el autor, por Alicante, la ciudad, en Casa Mediterráneo. Aquí les dejo su conferencia[1] para reencontrarnos con los ríos.
Yéndome más atrás, mi admirado Mario Gaviria, mucho antes, ya sentenció que “España no trata bien a los ríos”. Y el navarro, que había nacido en Cortes -un pequeño pueblo de la Ribera del Ebro, asentado sobre el paisaje estepario de la muga con Aragón- sabía de ríos, como de tantísimas otras cosas.
¡Ay los ríos! Primero fueron barrera natural y defensa para preservar la ciudad; siempre abastecimiento y transporte. Con el tiempo, cada pueblo buscó conquistar la orilla de enfrente y -puente viene, puente va- convertirlos en ejes urbanos; y ya con el cauce por en medio de la población y con el régimen que sostienen muchísimos de ellos, de alternancia de estiajes y avenidas, terminó por considerárseles un problema y una preocupación, que Soria Breña califica de “casi obsesiva”, por evitar las crecidas y las consiguientes riadas.
Dicho esto, vayamos al Tirio/Durio/Tiryus/Tzuria, que arranca en la partida de Los Majadales, en la Muela de San Juan -una plataforma calcárea de los Montes Universales-, entre el altísimo y recoleto pueblín de Griegos y el -pelín mayor- de Guadalaviar, que le da su nombre (al wādī al-ʾAbyaḍ, Guadalaviar: río blanco[4]) hasta que recibe los aportes turolenses del Alfambra (al-Ḥamrāʾ, el rojo) para entrar ya en la historia como Turia.
Durante sus cerca de 280 kilómetros de recorrido (pero que bien medidos) el Turia atraviesa diferentes paisajes -incluso llega a discurrir encañonado entre una complicada orografía que hace que en algunos puntos sea bastante complicado acceder hasta el cauce fluvial- y sus aguas son embalsadas hasta cuatro veces: Arquillo de San Blas, Benagéber, Loriguilla y Buseo.
Y a partir de ahí ya se pueden distinguir tres subzonas de inundación a lo largo del tramo bajo del río: desde Tous hasta Alberic, entre las confluencias del río Albaida y el río Magro y desde el río Magro a la desembocadura.
En el primer tramo las inundaciones del Júcar afectan fundamentalmente a la margen derecha del cauce, debido especialmente a la existencia del cono del río Sellent. En el segundo tramo, entre las confluencias del río Albaida y el río Magro, por la margen derecha afecta a poblaciones como Carcaixent y Alzira mientras que por la margen izquierda el flujo se concentra en el cauce del río Vert (que es el paleocauce[5] del mismo Júcar), que recoge las aguas del barranco de Benimodo. Y a partir del río Magro y hasta la desembocadura aparecen tramos de cauce con mucha menor capacidad que provocan la inundación con período de retorno inferior a los 100 años y calados altos, es decir, con un riesgo alto y es donde además se encuentran los barrancos y ramblas de El Pozalet, La Saleta, El Poyo (Barranco de Torrent o de Catarroja) y Gallego. Los caudales desbordados no retornan al Júcar: por la margen izquierda el flujo se dirige hacia la Albufera rodeando Sueca por el este y el oeste a través de dos corredores ocupados por arrozales; mientras que por la margen derecha el flujo desbordado se concentra inicialmente en el barranco del Duc, para dirigirse posteriormente hacia la marjal de Tavernes de la Valldigna.
Y, finalmente, en su afán por tributar al Mediterráneo, a la altura del núcleo urbano de Pedralba, se abre un espacio protegido -el Parque Natural del Turia, de 4.692 Has- que llega prácticamente hasta la desembocadura que desde los años sesenta del siglo XX es una gigantesca obra de ingeniería unos kilómetros más al Sur.
Y en la historia que ha entrado por sus crecidas ocasionadas por las fuertes tormentas que en su cuenca se registran, especialmente en los meses de octubre.
Valencia se funda en el 138 aC… y en las excavaciones arqueológicas de la Plaza de L’ Almoina y en la Costera del Toledà ya hay evidencias de riadas del mismo siglo II aC y del siglo I aC. ¿Qué cómo sabemos eso? Pues porque aparecen casas con las paredes reventadas por la presión del agua y pozos cegados por gruesas capas de canto, grava y arena acarreados por el río durante la crecida.
Y así, en época romano-imperial (siglos I al IV dC.), en el subsuelo de la calle del Mar, en la Plaza de Zaragoza y plaza de Nápoles y Sicilia vuelven a aparecer estas evidencias. En época musulmana (siglos IX, X y XI) la ciudad se inunda de forma catastrófica en innumerables ocasiones, al igual que en la Valencia reconquistada medieval y renacentista. En el opúsculo Turiae marmor, el cronista del XVIII Agustín Sales recoge varias de ellas entre 1328 -noventa años después de la entrada del rey Conqueridor- y 1731. Francisco Almela y Vives, de las Reales Academias Española y de la Historia, hizo en 1957 una recopilación que tituló “Las riadas del Turia (1321-1949)” y la primea es del 16 de octubre de 1321. En todas ellas hay innumerables daños materiales y muchas víctimas mortales.
Quienes pasaban por Valencia se sorprendían del cauce del río y de la magnitud de sus puentes porque río, de siempre, lo que se dice río… pues se le estaba a la espera.
Richard Ford, escritor y viajero inglés, nos retrató en un libro que tituló Cosas de España: el país de lo imprevisto, publicado en 1744, detalles de la ciudad de Valencia. Ford se sorprende del cauce del río: “solía estar tan seco como las playas en la bajamar”, y que “daba la sensación de llamársele río sólo por cortesía hacia los magníficos puentes que había edificados sobre su cauce”. Mucho puente para tan escaso fluir. Pero le explicaron que “la lluvia torrencial formaba allí avalanchas que bajaban saltando de piedra en piedra, arrollando y arrastrando cuanto encontraban a su paso, socavando la tierra, arrancando rocas, descuajando árboles y casas y sembrando por todas partes desolación y ruina...”. Un detalle más para el país de lo imprevisto.
Casi un siglo después Teófilo Gautier, en 1840 (“Viaje por España”), dice que los puentes de Valencia eran “objetos de lujo y adorno las tres cuartas partes del año”, aunque después tenían su cometido y función.
El viejo Turia haciendo de las suyas porque sobre su cuenca ha caído una buena cantidad de agua y el sistema de barrancos que la avena, a modo de notario, ha sacado sus escrituras para recordarnos que para él todo el monte es orégano. Por cierto, Valencia, junto a Almería, es la ciudad de España donde el coeficiente de variación de la precipitación es más elevado[6].
En general, en la Comunitat Valenciana, el mayor aporte pluviométrico está relacionado con temporales de Levante, que arrastran vientos húmedos procedentes del Mediterráneo y que suponen la quiebra del régimen de vientos del Oeste, conocidos desde siempre por su regularidad en las regiones templadas del planeta. Pero lo realmente interesante es la extraordinaria intensidad pluviométrica mostrada en determinados episodios. En cortos intervalos de tiempo se pueden llegar a recoger cantidades muy importantes de precipitación, incluso para periodos de retorno de pocos años, en gran parte del territorio donde octubre es el mes más temido (55%), seguido de septiembre (25%) y noviembre (15%).
Y aunque tenemos muy claro que NO existe una relación directa entre la aparición de una DANA/gota fría y la existencia de un periodo de lluvias intensas, la verdad es que cuando vemos las barbas del vecino afeitar ponemos las nuestra a remojar porque, resulta que, basta que un simple flujo marítimo que se inestabilice es capaz de producir en ocasiones lluvias importantes. Eso sí, cuando una DANA es capaz de generar en superficie un flujo marítimo mediterráneo inestable sobre el Este de la Península es cuando, dependiendo de los ingredientes atmosféricos en capas bajas, se pueden esperar precipitaciones intensas sobre la zona. La aparición de una advección con largo recorrido marítimo es por tanto fundamental, asegurando intensidades que pueden rondar los 200 l/m2, mientras que las precipitaciones intensas sin advección marítima en capas bajas no suelen llegar a la mitad[7].
El caso es que se necesita inestabilidad y mecanismo de disparo del fenómeno y
Antonio
Rivera Nebot, en su obra "Las lluvias intensas en la Comunidad
Valenciana: Generalidades y causas" señala además que “de percutores
también pueden hacer los valles que se estrechan aguas arriba, desencadenando
convergencias por confluencia”, y apunta más cuestiones que exceden el toque
científico de este Post. Total, que si te entran vientos cargados de humedad lo
lógico es que te caiga una buena o la mundial.
No es de hoy esto de las lluvias torrenciales y las inundaciones. Si tienen ganas de echar un ojo, el proyecto MEDIFLOOD[8] (Universidades de Barcelona, Lleida, Murcia, Alicante y el Servicio Meteorológico de Cataluña) ha podido documentar de manera precisa 14.500 casos de inundación por lluvias y desbordamientos de cauces desde el 3 de noviembre de 1035 hasta el 31 de julio de 2019… y vayan sumando que estamos en la de 2024.
Si llueve con intensidad, como hemos intentado narrar, riada. Pero no de hoy; de siempre. Y la DANA de la tarde del 29 de octubre llegó y la riuà asoló las comarcas valencianas de l'Horta Sud, de la Ribera, de la Hoya de Buñol o de Requena-Utiel. No impactó en la capital y sí en las áreas metropolitanas.
El amargo título de “la gran riada” -la riuà- ha quedado para la del 14 de octubre de 1957; en ella perecieron 81 personas. El desastre fue de tal magnitud que el Gobierno adoptó la denominada Solución Sur, que consistía en desviar el río, construyendo un nuevo cauce de 12 Kilómetros de longitud y 175 metros de ancho, capaz de desaguar 5.000 metros cúbicos por segundo en una nueva desembocadura que iba a situarse tres Kilómetros al sur de la existente. La riada de 1957 había llegado a alcanzar, según los cálculos, un caudal máximo de 3.800 metros cúbicos por segundo. Teóricamente, con el desvío del nuevo cauce, las inundaciones en la ciudad ya no eran posibles. Las obras comenzaron en 1964 y finalizaron en 1973, aunque no se completó totalmente el programa inicial. La Solución Sur era un proyecto hidráulico que se fue reconvirtiendo en un ambicioso plan urbanístico, que pasó a denominarse Plan Sur de Valencia; fue aprobado por ley en 1961 y yo aún recuerdo hasta los sellitos para ayudar a financiar aquel macroproyecto que, junto con el embalse de Forata “ha salvado” Valencia de esta riada de 2024.
La Solución Sur es una solución para Valencia, pero hacia el Sur, l’Horta Sud, la cuestión es más grave.
Leyendo estos días al geógrafo Josep Vicent Boira sabemos que el área metropolitana al sur de la ciudad de Valencia, más allá del materializado Plan Sur, se encuentra con un territorio complejo con un modelo absolutamente antropizado “conformado sobre enormes desarrollos urbanos morfológicos de baja densidad; con gran peso de las tendencias descentralizadoras de población y actividad, una mutación de los espacios rurales (que acentúan su incorporación física y funcional a los urbanos) y una ampliación física de las ciudades mediante la formación de continuos urbanos más extensos y laxos”[9]. Boira va a más y señala que este proceso de sprawl[10] urbano y metropolitano, hasta ahora, se había demostrado lesivo en lo económico; y con esta DANA de octubre de 2024 se ha manifestado terrorífico al atrapar a quienes estaban en tránsito por una red viaria desarticulada que colapsó en la línea paralela a la costa y se convirtió en trampa mortal las tramas perpendiculares.
El modelo territorial afectado se ha demostrado insostenible: porque acentúa la urbanización y extensión de las superficies artificiales (sobre las que resbala y se acelera el agua acumulada). Es más, insiste Boira, no hay ahora mismo autoridad administrativa alguna que rija el desarrollo espacial del área metropolitana valenciana, ni tampoco plan metropolitano digno de ese nombre que estructure su realidad cotidiana. Y esto tenemos que hacérnoslo ver.
Aquí llegados les recomiendo, también, leerse el trabajo de Iván Portugués sobre los daños colaterales del Plan Sur[11] que analiza la metamorfosis del río Turia a lo largo del siglo XX y principios del XXI. Pero como ya saben, España no es país para ríos.
Tal vez por eso, camino del final, me voy a fijar en un cauce de esos que está siempre vacío pero que cuando se abren las compuertas del cielo deja fluir por su cauce el desastre.
En esta DANA sobrecoge el caudal que desparramó el Barranco del Poyo que arranca desde Cheste y Chiva y se llega hasta la mismísima Albufera. Esa tarde Chiva registró un acumulado de 445 l/m2; pero entre las 16’30 y las 20’30 horas acumuló 343 litros ( el 77%). Todo lo que cayó en la zona alta de la rambla tenía que ir hacia abajo porque forma parte de la naturaleza del colector y así bajó la rambla afectando Catarroja, Paiporta, Picanya o La Torre. Un cauce espasmódico que a las 17’50 horas de la tarde aforaba 691 metros cúbicos por segundo y una hora después llegaba a los 2.282 metros cúbicos por segundo pero que, al llegar a Catarroja, por ejemplo, el cauce artificial construido sólo permite un máximo de 1.800 m3/seg. Es que, sí o sí, se tenía que desbordar; esa cantidad que no hay cauce por esas estructuras urbanas que trague.
Y antes de cerrar, sobre el cauce del río Magro, un afluente del río Júcar, que discurre desde la Plana de Utiel a la Ribera Alta, se inauguró en 1969 el Embalse de Forata que fue capaz de laminar la riada por ese vector. El máximo histórico del embalse estaba en los 26 hectómetros cúbicos de octubre de 1971 y en la tarde del 29 ya acumulaba 25, habiendo comenzado el día en 5'47. A las 17’55 horas se habían alcanzado los 30,74 hectómetros cúbicos. En tres horas, habían entrado más de 20 mil millones de litros al embalse de Forata. A la 1’30 de la madrugada del día 30 de octubre se llegaba a los 37,30 hectómetros cúbicos y hubo de desaguar aliviando 900 m3/seg.
Y otro detallito: junto a las pilas de coche, montañas de bardomeras, la broza que, de los montes y de otros parajes, traen en las avenidas los ríos y arroyos. ¿Por qué no los limpiamos como antes? Y dejo la pregunta…
Cuando cierro este Post estamos ya en 202 fallecidos en la provincia de Valencia… y estop no ha terminado.
El 17 de octubre de 1982, en recuerdo de los veinticinco años de la riada de 1957 (la riuà), se inauguró en Valencia un monumento, obra del escultor Ramón de Soto Arándiga, para recordar a los que entonces y en otras innumerables riadas perecieron. Está en lo que fue la explanada de la antigua Estación de Aragón, en la Avenida de Aragón, frente a la Plaza de Zaragoza, recordándoles con cariño, rabia, impotencia, añoranza y afecto, pero que está bastante olvidado.
Cómo si no, un país que no trata bien a sus ríos va a tratar bien los monumentos que recuerdan a las víctimas de las riadas.
Lo dicho: un gran país, el país de lo imprevisto, que no es país para ríos, con pies de barro… y no es el que deja la riada.
[2] Límites creados entre un ambiente natural y otro creado
artificialmente por los seres humanos.
[3] Tendido de vías de comunicación (carreteras y
ferrocarriles) en un borde de la ribera con desarrollo industrial consecuente y
de infraestructuras.
[4] Por su claridad al atravesar grandes franjas de suelo
calizo y de cristalinas arenas blancas; aunque también por lo fragoso (áspero,
abrupto e intrincado) del discurrir por el terreno que determina el blancor de
espuma.
[5] Tramo de cauce que ha sido abandonado por el cambio de
curso de un río; cauce antiguo del río.
[6] Entre 1.288’7 l/m2 y 183’3 l/m2.
[7] “Las lluvias intensas en la Comunidad Valenciana”.
Rafael Armengot, 2002: Ministerio de Medio Ambiente. INM
[9] https://agendapublica.es/noticia/19427/geografo-valenciano-referencia-sobre-dana-modelo-territorial-nos-pone-peligro
[10] La expansión urbana es la expansión de una ciudad y sus
suburbios sobre terrenos cada vez más rurales en la periferia de un área
urbana. Esto implica la conversión de espacios abiertos (terrenos rurales) en
terrenos urbanizados y urbanizados con el tiempo.
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