Aquél 18 de enero de 1964 en la ciudad de Nueva York se
anunciaba que comenzaba la planificación para construir las Torres Gemelas del
World Trade Center. El 26 de marzo de 1965 comenzarían las obras que, a su
finalización, 1974, dejaban aquellas dos edificaciones como las más altas del
mundo en aquella fecha.
Pero en Benidorm, aquél 18 de enero no se hablaba de otra
cosa que de la Ordenanza de Policía del
día anterior sobre, ¡atención!, el cierre
temporal de establecimientos en el que, literalmente, se prohibía cerrar los de
uso turístico. Deberían permanecer abiertos alojamientos, comercios y bares
tras el final del verano.
Literal: “Se prohíbe el cierre temporal de los
establecimientos industriales y comerciales a fin de evitar que durante la
época invernal permanezcan cerrados al público la mayor parte de los
establecimientos de hostelería y comercio en general, imposibilitando con ello
el que exista un turismo permanente a lo largo del año que, en definitiva,
elevaría la importancia de la población y sería en beneficio general”.
Una vez más, las cosas de Pedro, don Pedro, esgrimiendo el
bien general y obstinación hacia la ciudad turística.
Era esta Ordenanza de Policía la respuesta de aquel
ayuntamiento que presidiera Pedro Zaragoza a la tradicional reacción
empresarial que se producía una vez que finalizaba el veraneo -y comenzaba el
curso académico- en una España que entendía el turismo como lo que hacía los
extranjeros, porque lo suyo -lo nuestro, lo patrio- era el veraneo: pasar las vacaciones de verano en un sitio diferente al de
residencia; por lo general, en sitios de playa.
La Ley de Régimen Local vigente entonces, en sus artículos
108 y 109, concedía a los ayuntamientos competencias claras para aprobar
ordenanzas y reglamentos. Y amparándose en el 101, más específico en la
materia, se efectuó tal prohibición.
El Benidorm administrativo se negaba a “cerrar” tras el
final del verano; la realidad fue más tozuda y demostró que no había suficiente
número de turistas para mantener abierta la infraestructura hotelera,
principalmente, de la ciudad. Pero por intentarlo, manu militari, que no quede.
Fue el primer intento,
por las bravas, de vencer la estacionalidad, cosa que Benidorm consiguió,
sin decreto, algunos años después.
La estacionalidad es
el gran desafío del sector turístico. Aún hoy nos encontramos que es la
gran turbación de los destinos turísticos y nadie ceja en presentar propuestas
que puedan llevarse a cabo para evitar aquello que en 1964 Benidorm planteaba
por Ordenanza.
La foto que ilustra cómo estaba la playa aquel verano hace
presagiar la terrible soledad que se viviría una vez pasara el boom de las
vacaciones. Vale que algunos extranjeros ya estaban asentados en la villa, pero
el fuerte de Benidorm era el número de alojamientos: los sesenta y seis (66) establecimientos
hoteleros de todo tipo (desde hoteles de lujo a pensiones de tercera) que sus
huéspedes alojados habían revolucionado las costumbres y fidelizado a la
clientela
1964 era en España un año redondo y, a falta de tele,
resulta que conseguimos el pico de nacimientos[1] (más de
seiscientos noventa y siete mil). Celebrábamos los “25 Años de Paz” y en la
final de la Eurocopa (Copa de las Naciones de Europa) le ganamos a la URSS… ¡¡Victoria
del Régimen sobre el comunismo!!
Aquella España de 1964 estaba exultante; aunque de todo
habría.
Desde la llegada de los tecnócratas a los gobiernos franquistas, la renta
de los españoles subía y subía: el nacimiento de la clase media española era una realidad
gracias a que se dieron todos las condicionantes para que se produjera la
aceleración del crecimiento y del cambio estructural en España; a que se
llevara a efecto una rápida convergencia de los sectores productivos y con
ello, una mejora de la productividad; a que se lograra un fuerte impulso de la
industria -aunque costó la crisis de la “agricultura tradicional”- y la mayor expansión del
sector servicios. Todo esto fue fruto de un cambio en la política económica que
fructificó generando empleo (trabajo) estable.
Trabajo
estable e ingresos suficientes fueron determinantes para que cualquier
españolito mediano pudiera por él solo mantener una familia. Y
como la cosa fue a más, los españoles se emperraron en comprarse una vivienda
y lanzarse a por los lujos del momento: por primera vez disfrutar de un automóvil y un
alojamiento turístico durante sus vacaciones: primero al hotel
y luego el apartamento. Los huéspedes alojados en hoteles habían revolucionado
las costumbres y terminaron fidelizados como clientela llegando a comprar el
apartamento de esta Arcadia feliz que sigue siendo Benidorm. Pero sólo durante
las vacaciones, que eran durante el verano o la Semana Santa, porque la Navidad
era en familia.
La Semana Santa sólo era una semana a lo sumo, en Primavera.
Servía de presagio (algunos lo llaman test) al verano; auguraba lo que iba a
venir y abría (aperturaba, que dicen los expertos de ahora) los alojamientos
turísticos de los sitios de playa. El verano era más largo. Sobre todo, si el
cabeza de familia optaba por la fórmula “del Rodríguez” y dejaba a la familia en la playa, a
donde acudía en fin de semana, pues pasaba la semana trabajando en… donde
fuera.
Y pasado del verano, ¿qué hacemos con los sitios de playa?; ¿Cómo
mantenemos la actividad turística en los destinos como Benidorm?
Pues aquí, en Benidorm, la solución vino a través de la Ordenanza de
Policía… aunque pronto se olvidó. Aún faltaba demanda para los meses ‘fuera de temporada’. Pero como casi todo en turismo, “se
inventó” por aquí. Por el Mediterráneo.
Es que esto del veraneo parece que fue un invento de los faraones de
Egipto quienes tras celebrar el ritual del Sol (21 de junio) se mudaban al Alto
Egipto para pasar los tres meses de calor de rigor de forma más sosegada
entregados al ocio de la caza. Y con ellos, la corte.
Sabiendo de este proceder ocioso egipcio, los patricios romanos -que
inventaron el tiempo libre- ya se dedicaron a hacerlo más efectivo durante la
estación en la que los esclavos estaban más ocupados con las recolecciones de
cosechas y ellos se entregaban más plácidamente a la molicie en lo que eran sus
ciudades de vacaciones, porque Roma -que apestaba en invierno- se hacía
insostenible en verano.
Y si el emperador se iba a Anzio en verano, ellos no iban a ser menos y se
inventaron otros Anzios.
De algunos ya hemos contado en este Blog. Hoy lo hemos hecho de Benidorm.
[1]
En 1964 nacieron en España 697.697
niños de los cuales 358.304, el 51.35%, fueron varones y 339.393, el 48.64%,
mujeres. En 1964 nacieron 26.177 niños más que en 1963, es decir un 3.89% de
nacimientos más que el año anterior. La tasa de natalidad en España (número de nacimientos
por cada mil habitantes en un año) fue en 1964 del 22‰, y el índice de
Fecundidad (número medio de hijos por mujer) de 3,01. Esta cifra aseguró que la pirámide población de España se
mantuviera estable muchos años. La fecundidad de reemplazo, el reemplazo
generacional se consigue siempre y cuando cada mujer tenga al menos 2,1 hijos
de media. En 1903 tuvimos un irrepetible pico de natalidad de 699.396
natalicios, aunque la mortalidad fue altísima.
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