A estos chicos de la secta llevo años leyéndoles sus
informes; al menos desde 2001. Les pierden las formas. Sueñan con su utópica
Barataria y amparados en que hay barbaridades que han obviado la planificación
y soslayado el impacto consideran que todo el monte es orégano y que todos
somos iguales. Y eso no. La noticia se las trae.
Hay que ser retorcido para generalizar de esa manera. Se
puede estar de acuerdo o no con el modelo turístico, criticarlo con mayor o
menos vehemencia, denostarlo sin piedad -y eso que el modelo se aclama y
denigra a voluntad-, pero no tergiversar la información a favor de una
propuesta cuyo hedor, año a año, es más que insoportable. Y si bien en
determinados casos no les falta razón, su envilecida forma de actuar,
generalizado y faltando a la verdad, les desacredita.
Han cambiado: antes, sin vergüenza, llamaban a su dictamen “Destrucción a toda costa” y ahora, con
cinismo, lo llaman “A toda costa”. Obvian
la destrucción porque la considera connatural con el proceso.
Cualquiera medianamente despierto se da cuenta de la milonga
que cuentan, pero es consecuencia de esa fe engañosa que profesan como miembros
de la secta. Se han quedado con la cita que extraen de Estrabón (s. I): “en tiempos de los romanos una ardilla podía
ir de punta a punta de la península sin bajarse de los árboles”. Lo que
escribió Estrabón es que la península era “una
gran extensión de montañas y bosques” (¿?), mientras que Plinio El Viejo (s.
I también) escribía que “los montes de
las Hispanias, áridos y estériles y
en los que ninguna otra cosa crece, no tienen más remedio que ser fértiles en
oro”. Así que, lo extrajeron de Las Médulas (León) y nos dejaron un paisaje
que ahora es Patrimonio de la Humanidad. ¿Impacto favorable?
En todo caso -y suponiendo que toda vieja piel de toro fuera
un bosque (que no lo era)- las ganas de comer llevaron a roturar tierras a
costa del ‘bosque’ y a construir y a calentarse a costa del presunto ‘bosque’,
y a construir Armadas invencibles y todos los andamios posibles. Hasta ahí
podíamos llegar.
Resulta que a estas alturas del siglo XX, la famosa -y
milenaria- ardilla lo tendría ahora -2018- más fácil que, por ejemplo, en 1900.
Y no te digo dos milenios atrás. Utilizando los datos de impacto del siglo XX y
principios del XXI sobre los bosques, los campos de cultivo y los asentamientos
urbanos, Richard Fuchs (Universidad de Waningen, Holanda) y su equipo han llegado
a la conclusión general de que la superficie urbana se mantiene estable tanto
en España como en Europa; que las huertas disminuyen y los bosques se van
extendiendo a lo largo y ancho del continente. Vale, desplazamos los
emplazamientos, pero es lo mismo.
Ah, y sin olvidar a la ardillita del cuento resulta que
gracias a ella (Proyecto Ardilla se llama) se han conseguido plantar, sólo en
España y en treinta años, 47 millones de árboles; más de uno por habitante.
Pero para la secta no entra en juego la realidad de la vegetación potencial
española, de los suelos y del clima. Por cierto, la vegetación es dinámica y se
regenera hacia su óptimo estable y si el hombre cediera total o parcialmente en
su acción, ésta volvería a su estado primitivo. No otra.
Lo grave de estos chicos es el decir, sin pudor, que el 28’5% de la franja costera alicantina no produce ya ningún bien ni servicio
ambiental… como no la ha hecho nunca, sólo que ahora y gracias a que en el
primer tercio del XIX nos dio por atacar Berbería hemos posibilitado que vivir
en la costa sea posible y no peligroso. Y aprovecharla turísticamente;
construyendo, sí. Para todos.
Decir que “la fuerte
ocupación de la franja costera con urbanizaciones acabó con cerca de seis mil
hectáreas de zonas verdes, lo que influye directamente en la disminución de las
lluvias” es no conocer absolutamente nada del territorio en que centra su
análisis, saber poco de climatología y faltar a la verdad contumazmente. El
modelo no es la panacea universal y es criticable en muchos puntos; pero se
pasan mintiendo.
Recordémosles también a los de la secta que la agricultura
depende del agua y con la indigencia hídrica peninsular desde los tiempos de
Roma, que el paso omeyas y similares mejoró, por aquí se daba la trilogía
mediterránea y, en detalle, los tradicionales leñosos de secano (olivo, almendro,
algarrobo) alguno en las riberas de las acequias (moreras, hasta que se acabó
el invento de la seda) y el matorral domesticado (como la vid), las gramíneas
de turno y lo que aclimatamos de América.
Se les puede llegar a aceptar que “las playas de la provincia tienen más del 80% de su línea interior
urbanizadas debido la intensa transformación de la costa con la construcción
residencial-turística”. ¿Y qué? Expliquen de qué tipo de terrenos se trata.
Hay algunos, muy concretos, que deberían haber sido protegidos. Claro, es que
los demás no hicieron como Benidorm en 1956 que protegió más de la mitad de su
territorio.
Luego abochornan con que “la reducción de la superficie destinada a la producción de alimentos
disminuye”. Solamente hay que echar un vistazo a las producciones agrarias
de la provincia a lo largo del siglo XX (por no llorar) para desmontar la
cuestión. Luego hablan de un “autoabastecimiento”
que no ha sobrevivido -gracias a Dios- “debido
a la pérdida de cultivos y pastizales”. ¿Autoabastecimiento? ¿Se refieren a
la época donde se quitaban el hambre a hostias? El papel lo soporta todo y
estos han perdido el norte.
Y entran en liza las sandeces de “pérdida de biodiversidad local”, “deterioro de los hábitats naturales” y hasta de que “aumenta el riesgo de erosión debido a la
expansión de suelo desprovisto de la protección de la vegetación, lo que
también contribuye a la reducción de la capacidad para generar lluvias”. En
cuanto dejas de actuar sobre la tierra, ésta recupera su vegetación clímax:
matorral resistente a la sequía. Y hasta habla de los ríos olvidando que por
aquí son ríos-rambla de carácter espasmódico. Y no te cuento lo de los marjales
y que hubo que luchar contra el paludismo.
Pues no que dicen que “la
principal pérdida forestal se localiza en las inmediaciones de Benidorm”.
¡Coño, claro! Deben referirse a cuando otro iluminado -este, local- quitó los
viejos árboles de Jaime I y los trasplantó, cercenando su sistema radicular, en
un erial de escombros en una esquina del Salt de l’Aigua hasta que murieron. Benidorm protegió su territorio con el Plan
del 56.
Le ha faltado sacar a relucir que ya no quedan pastores en
Benidorm. El ganado de pastura es el mejor bombero forestal y desde que se
jubiló el último pastor (se jubiló él, o lo jubilaron los tiempos y tanto El
País como yo le dedicamos sendos artículos) me temo lo pedor con las inmediaciones del núcleo poblado de Benidorm.
¡En qué hora se le ocurrió a Manuel Lorenzo Pardo poner en
marcha las repoblaciones forestales de las cuencas hidrográficas! Estos se han
creído que esto era un tapate de mesa de billar. Era la década de los años 30
del siglo XX. Tras la GCE siguieron repoblando, los muy ladinos, con pinos de
esos que arden con nada; en cuanto no los cuidas un poco. Se olvidaron de otras
especies que, aunque tardarían mucho más tiempo en cubrir su función, hubieran
sido más interesantes y en consonancia con el territorio. Pero plantaron las
pinadas que ahora vemos (y arden) y eso es lo que tenemos… mientras los
sectarios de Greenpeace no digan lo contrario. Claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario