25 ago 2018

DE 1981: A VUELTAS CON EL MUNICIPIO TURÍSTICO




En el tema del Municipio Turístico siempre he pasado de largo el año 1981 y ya es hora de retomarlo.

Tal vez sea, me justifico, porque ese año -1981- el protagonismo reivindicativo no correspondió a Benidorm, sino a Sitges.

El alcalde de Sitges, Jordi Serra i Villalbí, y el secretario municipal, Francisco Lliset Borrell, tomaron el testigo de las reivindicaciones de Pedro Zaragoza y de Juan Antonio Baldoví, y desde FITUR (albores de 1981) que estuvieron con la matraca del tema… para llegar al mismo sitio: a nada. Y tener que dejarlo en manos de las Comunidades Autónomas.

Hay que reconocerle a Francisco Lliset Borrell -que llegó a Secretario general técnico de la consellería de Governació de la Generalitat de Cataluña- que por aquellas latitudes consiguió un efímero impulso. Aunque, al final, todos igual.

Lliset Borrell ya había trabajado el tema en 1970 y propuso en diferentes foros de Administración local franquista la “necesidad de un régimen especial para los municipios turísticos”, muy en consonancia con las propuestas de Pedro Zaragoza. Y a los dos les hicieron el mismo caso. Pero Lliset se llevó sus fundamentos allá por donde fue; y a su paso por la Universidad lo puso en el debate académico, lo que propició abundante bibliografía al respecto.

Volviendo al 81, el tándem Serra Villalbí-Lliset Borrell, tras la cita congresual de FITUR, decidió ir a más y buscó sumar fuerzas para la causa con Benidorm.

La vinculación Sitges-Benidorm / Benidorm-Sitges se puede decir que había funcionado bien. En los años 50 se consiguió la paz en Colombia con el Pacto de Benidorm y el Acuerdo de Sitges.

El caso es que en agosto de 1981 se llegaba hasta la mismísima playa de Levante el alcalde Serra y le planteaba al alcalde Such retomar la vieja reivindicación. Eso sí, “quitándole todo tipo de apariencia política … y planteándola en sus justos términos: como un problema real y técnico de determinados municipios”, publicaban Información y Canfali.

Insistía Serra, entre las afirmaciones de Such, en que “los Ayuntamientos turísticos tienen necesidades específicas” y a los representantes de los Medios que se dieron cita atraídos por su visita les puso, el alcalde de Sitges, este ejemplo: “¿En qué cabeza cabe que un municipio de 30.000 habitantes necesite 100 agentes de policía?”, que era el caso del Benidorm de 1981 (el de la población). Y se respondía: “Sólo en las de aquellos que saben que el Turismo desborda las necesidades de servicio”. E iba a más: “A estos Ayuntamientos, considerados turísticos, hay que apoyarlos para que puedan dar ese y otros muchos servicios sobredimensionados para la población de derecho, porque la de hecho los precisa”.
Benidorm, 1931... 50 años antes de lo que se narra en este post.
Y, acto seguido, invitaba públicamente a Benidorm a participar en la Reunión de Representantes de los Municipios Turísticos de España que organizaba su Ayuntamiento, con la Diputación de Barcelona, en otoño. Y Such se comprometió a acudir con el ingeniero, García Antón (infraestructuras), el Oficial mayor, Mora Guirao (servicios) y el primer teniente de alcalde, Armell (financiación). El propio alcalde Such defendería las necesidades de policía y ordenación urbanística. Y en octubre de 1981 se dieron cita en Sitges, junto a la anfitriona, las delegaciones de Benidorm, San Bartolomé de Tirajana, Capdepera, Marbella y Zarautz.

Concluyeron que “Municipio Turístico es aquel que alberga dentro de su territorio, estacionalmente o todo el año (todos jugaban a vencer la estacionalidad), un número de personas foráneas que alcanzan normalmente niveles de población superiores a los habitantes censados”. Y poco más, porque de exponer, a golpe de pataleta, sus realidades, milagros y reivindicaciones no pasaron.

Recurrieron a la Declaración de Manila (10.10.1980) y a toda la filosofía que emana del Real Decreto 1077/1977, de 28 de marzo, que ya declaraba “territorios de preferente uso turístico” como logro (¿?) inicial. Incluso sacaron a pasear la Ley 197/1963, de 28 de diciembre sobre Centros y Zonas de Interés Turístico Nacional y el Decreto 2482/1974, de 9 de agosto, sobre Medidas de Ordenación de la Oferta Turística; y a la Orden de 13 de junio de 1980 sobre Declaración de Territorios de Preferente Uso Turístico… dando siempre vueltas en torno a lo mismo: los municipios turísticos tienen necesidades distintas y hay que cubrirlas desde fuera porque ellos solos no pueden. Y no había forma de salir del círculo. Y no era por falta de argumentos, pero los munícipes interesados y las administraciones de turno filosofaban sobre la flexibilidad de la normativa a aplicar para que permitiera un desarrollo ágil de los municipios turísticos mientras intentaban soslayar que eso exigía cada vez más dinero para “no sólo captar, sino retener, a los turistas”.

Y es que aquella España, a la que desde determinados ayuntamientos se pedía más y más dinero, estaba atravesando un escenario económico de lo más incómodo. Sí, en 1974 éramos la décima potencia industrial a nivel mundial (y de verdad de la buena), pero sin capacidades energéticas y de materias primas; cosas de la Autarquía y que lo fuimos dejando y los fuimos dejando... Y…

Y aunque la balanza comercial gozaba de superávit, las sucesivas crisis del petróleo, cuyos efectos nos llegaron con retraso, nos dejaron fuera de juego. Y en 1981 habían comenzado los recortes en naval y siderurgia, que llegaron a todos los demás sectores en cuanto se anunció que para la verdadera incorporación a la CEE (hoy, UE) el 1º de enero de 1986 teníamos que deshacernos del lastre de la industria pesada obsoleta y reconvertirnos… Y nos reconvertimos. No veas cómo somos los españoles cuando nos comprometemos a algo. Lo hacemos, aunque nos cueste el comer… con lo que los fondos para el Municipio Turístico se olvidaron.

Y para la guinda del pastel, en 1981 estábamos en un España volcada en huelgas reivindicativas de todo percal y el turismo -por lo que fuera- vivió un bajonazo que hizo tambalear el sistema. “No, es que las huelgas los espantan”, dijeron unos que estudiaban la cosa. Y otros que estudiaban lo mismo les replicaron: “No, no es por eso; que en Europa, en huelgas, están al día”. Alguno acertó: “es que subimos los precios sin parar y la calidad deja mucho que desear” que decimos ahora a luz de los estudios y el repaso de los acontecimientos. Sea como fuere, en 1981 los ingleses, los franceses y los alemanes nos dieron un toque de atención y no vinieron… con lo que tocó reconvertir, también, la industria turística.

Y los municipios turísticos seguían necesitando financiación y el tiempo pasaba.

Con la Constitución en una mano y los Estatutos de Autonomía en la otra… ya no nos quedaban manos para pedir.

Sucedió que las competencias en materia de Turismo pasaron a las Comunidades Autónomas y el tema del Municipio Turístico viajó de Madrid a cada una de las capitales autonómicas para volver a perderse en diatribas porque, en realidad, ninguno de estos nuevos centros de poder centralistas de extrarradio quisieron implantar regímenes municipales especiales que atribuyeran competencias superiores ni procuraron una financiación suficiente que hiciera a ese municipio (turístico, por más señas) no tener que estar dependiendo casi en todo del poder autonómico.

Y más si no eran -son- del mismo color.

Y ahora, tampoco.








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