Dionisio, obispo de Lutecia (con el paso del tiempo, París),
fue decapitado por los romanos en torno al año 272 -junto al sacerdote Rústico
y al diácono Eleuterio- en el Monte de los Mártires parisino -que no es monte
ni es nada; como mucho era y es colina y ya los druidas de la escuela de
Panoramix hacían de las suyas por allí- y que los romanos consagraron a Marte
(Mons Martis). Tras lo de Dionisio -el Apóstol de las Galias, el Santo sin
cabeza[1]-
y sus colegas -también con el paso del tiempo- llamaron a aquel lugar Mons
Martyrum/Mont Martre, Montmartre.
El caso es que este Dionisio, santo, es patrón del barrio, del
distrito y de París; el honor nacional lo reservan los franceses a otros del
santoral: a Juana de Arco, a Teresa de Lisieux y a Martín de Tours, que fue
quien pidió a Dionisio acudiera a evangelizar el lugar.
Montmartre está en París y en Montmartre, para
geolocalizarnos, está la basílica del Sacré Coeur[2]
-¿quién no se ha subido las empinadas escalinatas de la rue Foyatier, Paul
Albert o Maurice Utrillo por no tomar el funicular hasta el Parvis, o coger el
Montmatrebus?-; aunque la más antigua de las iglesias de la colina es la de Saint
Pierre[3],
de donde arrancará la compañía de Jesús en agosto de 1534 con San Ignacio de
Loyola. Uf, que como siempre me salgo de órbita.
Y a lo que iba: hoy, 9 de octubre, se celebra san Dionisio, un
santo pero que muy parisino. Sí, alguno me sacará lo del estadio y de cómo está
ahora el entorno de Saint Denis, pero esa es otra historia.
San Dionisio, con el que vamos ahora, no tiene mayor relación
con España que la de figurar en el Santoral que recoge la fecha del 9 de
octubre como consagrada a él.
Aquí, en la vieja piel de toro, nueves de octubre sonados hay
varios. Además del valenciano, notorio es el 9 de octubre barcelonés.
El 9 de octubre de 1705 acaba el Sitio de Barcelona, episodio
de la Guerra de Sucesión Española. En junio de aquel año, representantes de la
burguesía acomodada -vigatans[4];
austracistas partidarios del archiduque Carlos, contrarios al borbón Felipe V-
firman el pacto de Génova con Inglaterra, se coaligan con media Europa y se
sublevan en el principado esperando el desembarco de la flota anglo-neerlandesa
que había salido desde Lisboa y que en su camino hacia Barcelona tuvo ocasión tanto
de bombardear Alicante -un 3 de agosto- como para llegarse hasta Altea[5]
donde el Archiduque, proclamado rey, consiguió que los maulets[6]
se unieron a su causa.
El caso es que el 9 de octubre de 1705, con Barcelona sitiada,
la revuelta definitiva se inicia en el barrio de la Ribera y es decisiva para
la capitulación de la ciudad. Carlos III entró en Barcelona trece días después
(22 de octubre).
Contada esta punzadita catalana, el 9 de octubre que nos trae
aquí, San Dionisio, es ‘nuestro’ 9 de octubre que arranca como fecha a celebrar
desde aquel 9 de octubre de 1238 en que el rey Jaime I entra en la ciudad de
Valencia.
El cerco a Valencia, que la fruta no car del árbol hasta que
está madura -y en ocasiones hay que cortar, comenzó, dicen los expertos, el día
5 del ramadán de la Hégira 635, jueves por más señas, que se corresponde con
nuestro 22 de abril de 1238.
Y aquella Balansiya/Valencia cercada -tras alguna escaramuza,
presa del hambre y tras arduas negociaciones- capitula el 28 de septiembre de
1238; en Ruzafa, se firmó el documento. Al cumplirse el undécimo día, el 9 de
octubre, rey entró en la ciudad y se celebró una misa de acción de gracias y,
este hecho dio consistencia a esta celebración.
Por cierto, la campaña militar de Jaime I para conquistar el
Reino Musulmán de Valencia fue ofrecida por el rey conquistador como penitencia
para que se le levanta la pena de excomunión por haber actuado contra el obispo
Bernardo de Monteagudo, electo por el Cabildo de la Seo de Zaragoza para este
menester. Jaime I lo mandó detener y encarcelar -a pesar de haber sido
consejero regio y haber estado junto al rey en la toma de Burriana (verano de
1233)- porque quería aquella sede episcopal para un amigo suyo. El papa
Gregorio IX contrariado al máximo pidió su inmediata liberación y dictó la
regia excomunión al haber actuado el rey contra su autoridad. Excomulgado y con
ganas de redimirse, ofreció Jaime I nuevas conquistas.
Falto de gente, para poder llevarla a cabo, envió Jaime I embajadores
a Roma, en abril de 1237, en solicitud de Bula papal para entablar Cruzada que
reportara privilegio y beneficios religiosos a los que acudieran a la conquista
para el mundo cristiano de la ciudad de Valencia, en manos de los moros.
Los embajadores se emplearon a fondo, pero no lograron agilizar
la tramitación de las Bulas papales de cruzada, con lo que Jaime I tuvo que
levantar campamento frente a El Puig en junio de 1237. El papa quería que se
notara su enfado. Y mientras tanto, Jaime excomulgado y procreando bastardos.
Al comienzo de 1238, por fin, llegaron las Bulas que
declaraban Cruzada, como las de Tierra Santa, y comenzó Jaime a preparar la
toma de Valencia iniciándola por los pueblos alrededor de la gran ciudad.
Blasco de Alagón, capitán general, y Nuch de Follalquer, maestre de la Orden de
San Juan de Jerusalén (Orden hospitalaria; Orden de Malta), son decisivos para
animar al rey en este proceso.
Pero cuando el rey se plantó ante Valencia de buenas a
primeras, sólo diez docenas de almogávares (estos no se perdían ocasión de despertar
ferro, unas pocas tropas de Blasco de Alagón, algunos caballeros del Hospital y
muy pocos nobles con mesnadas estaban apoyándole. Bien entrado aquel verano, sí
hubo un verdadero Ejército de aragoneses, navarros, catalanes, italianos,
franceses, ingleses, alemanes y hasta húngaros que se aprestaron a conquistar
la ciudad, conocidas las bulas de cruzada… y se quedaron con un palmo de
narices -y a verlas venir en la rapiña- porque en las capitulaciones se acordó
que quien quisiera pudiera abandonar la ciudad; ligerito, pero con
pertenencias.
Una vez ganada Valencia, la conquista continuó hacia el sur
llegando a sumar con los años al nuevo territorio cristiano lo que hoy es la
provincia de Alicante. Pero aquí hay un galimatías de conquistar el uno por el
otro (Castilla y Aragón) porque estaban vigentes varios tratados. Por el
Tratado de Almizra (26 de marzo de 1244) las coronas de Aragón y de Castilla fijaron
los límites del reino de Valencia. Jaime I de Aragón y el infante Alfonso de
Castilla, que poco más tarde sería su yerno y llegaría a rey -Alfonso X el
Sabio- acordaron que las tierras al sur de la línea Biar-Busot-Barranç de
Aigües (Villajoyosa-El Campello) quedarían reservadas a Castilla -Jaime I había
concedido a Castilla el territorio entre Biar y Orihuela, que formaba parte del
sur del extinto emirato de Denia, como dote en la negociación matrimonial
durante el año 1240 de su hija, la infanta Violante de Aragón y de Hungría, con
el infante Alfonso-, si bien con el Tratado de Tudilén ya se había establecido
en 1151 que la extensión de la Corona de Aragón llegaría hasta el emirato de
Murcia; el acuerdo se revisó a su vez en el Tratado de Cazola (Soria, 1179)
entre Alfonso VIII de Castilla y Alfonso II de Aragón.
Por cierto, desde 1243, por el Tratado de Alcaraz, el reino
musulmán de Murcia se puso bajo protectorado del rey castellano con la ciudad
de Murcia y todos sus castillos “desde Alicante fasta Lorca y fasta
Chinchilla”. Laqant (Alicante) se rendió el 4 de diciembre de 1248 al rey
Fernando III de Castilla. La soberanía castellana cesó en 1296.
Jaime II de Aragón firmó un tratado de paz con Sancho IV de
Castilla (1291) sellándose con un enlace matrimonial entre Jaime II y la
princesa Isabel, de tan solo 8 años de edad. Para asegurar el pacto se
dispusieron diez castillos en rehén y garantía del contrario. Alicante fue uno
de ellos. Como quiera que Jaime supo de la alianza secreta de Sancho con el rey
francés Felipe IV, dio por roto el pacto en 1293 consiguiendo del papa la
invalidez del matrimonio. Y aprovechando la crisis sucesoria en Castilla y la
Concordia de Monteagudo (Soria), Jaime II reclama a Castilla varios castillos
-entre ellos Alicante y Orihuela- que terminará tomando por las armas:
Alicante, un 22 de abril de 1296. A principios de enero de 1301 Jaime II
incorporaba a la Corona de Aragón el Reino de Murcia. Por la Sentencia Arbitral
de Torrellas-Tarazona (agosto de 1304) se creó la Procuración General de
Orihuela y todo su conjunto aquel pasó a ser Reino de Valencia ultra Sexonan.
Todo aquel territorio tenía desde en el año 1261 Fueros
propios al jurar los Fueros de Valencia -Alicante los juró el 25 de junio de
1308- por lo que se convertía esta terreta en Reino de Valencia, un
reino diferenciado frente a la corona de Aragón.
Y volviendo al 9 de octubre, cien años después de la conquista
de la ciudad, el 9 de octubre de 1338, se conmemoraría por primera vez la
entrada triunfal del rey Jaume I en Valencia, ciudad que a mí me pilla siempre
muy lejos, esté donde esté.
Y esta es la fiesta que hoy celebramos.
Por cierto: el esbozo de estandarte real que ondeó un 28 de
septiembre de 1238 en señal de rendición de la ciudad en la torre de Ali Bufat
(hoy del Temple, junto a la puerta de Bab Ibn Sakhar de la muralla de Balansiya/Valencia),
se conserva en el Archivo Histórico Municipal del Ayuntamiento de Valencia. Se
trata de una pieza hecha con tres tiras cosidas de trapo tosco, de color
blanco, que presentan una forma recortada en forma de uve abierta, sobre el que
se pintaron cuatro barras rojas. Actualmente las franjas blancas están amarillentas
y ajadas por el paso del tiempo. Considerada como reliquia se dice que Jaime I
pudo ordenar que se conservara en la iglesia del hospital de San Vicente,
antiguo lugar de culto cristiano dedicado al patrón de la ciudad, donde quedó
hasta el siglo XIX. El cronista Pere Antoni Beuter, en el segundo centenario de
la conquista de la ciudad (1538) señaló que penó se conservaba en la bóveda de
la iglesia de San Vicente y defendió su autenticidad.
En Daroca (Zaragoza), por su parte, se conservan dos
estandartes reales que cuenta la tradición que fue el propio rey Jaime I quien
concedió a la mesnada darocense -como reconocimiento a su osadía y valor- que
se sumó, como milicia concejil, a la cruzada por conquistar Valencia, al final
de aquel verano de 1238, por su acción en la puerta de Serranos -otros que bajo
la torre de Alí Bufat- tras perder a capitanes y estandarte en una acción de
asalto. Cuatro barras rojas sobre fondo amarillo en sendos estandartes que
procesionan con el Corpus y que figuran como unas de las banderas antiguas de
España, sólo superadas por las banderas de San Juan de Plan, Jaca, Huesca y
Tauste, que entraron en Zaragoza con Alfonso el Batallador en 1118.
El caso es que, al ser el estandarte del rey, en 1238 aquella
bandera no lo era de la ciudad ni de los territorios conquistados, pues aún no
habían sido conformados como Reino de Valencia.
La Senyera valenciana fue creada hacia 1365, en agradecimiento
del rey Pedro IV (el Ceremonioso) por los esfuerzos desempeñados por los
valencianos en rechazar a las tropas de Pedro I de Castilla (el cruel/el
justiciero, según el bando castellano) durante la Guerra de los Dos Pedros
(1356-1365). A la bandera de la ciudad le otorga el derecho a utilizar sus armas
-las barras o bastones-, su simbología en la cimera del asta -el casco del
dragón alado- y una corona, símbolo del Reino, sobre las mismas y sobre color
azul que ya había institucionalizado tras la concesión a Burriana de la banda
azul en 1348.
Leo por ahí que Pedro IV el Ceremonioso adjudicó el origen de
los bastones/barras a los Condes de Barcelona porque abundaban en sus sepulcros;
y a los Reyes de Aragón les creó el escudo conocido como de Sobrarbe: azul, con
una cruz blanca en el ángulo superior izquierdo. El color azul sería, por
tanto, el esmalte de los antiguos Reyes de Aragón, y símbolo de la realeza. El
azul de la Senyera representa a la estirpe real; la corona, al Reino y a la
ciudad de Valencia; y las barras, el favor y el amor del monarca hacia un
pueblo, al que concede sus armas.
Aquella bandera se convirtió en la Senyera que era la bandera
principal de la “host”, el brazo militar que acudía a la llamada del rey y de
las Cortes para defender el reino. Una bandera que no se inclina ante nadie,
porque tiene rango real.
En el capítulo de detalles, al respecto de este Post, lo de
Jaime I con la Iglesia es de armas tomar. Excomulgado por dos veces; pero
readmitido en el seno de la Iglesia. Lo suyo con los obispos era de cuidado. En
una de estas hechas fue excomulgado por haber cortado la lengua al dominico
Berenguer de Castellbisbal, obispo de Gerona, que se chivó de un secreto de
confesión[7]
-sigilo sacramental[8]
infringido- ante el papa Inocencio IV. El caso es que, en 1245, cuatro años
después de los hechos, el papa revocó la excomunión de Jaime I.
Y en detalle final, por ser san Dioniso, a mí, de los
Dionisios del mundo -a parte de la canción que Sabina dedica al Dioni,
que no por otra cosa-, el que mejor me cae de todos ellos es Dionisio el Exiguo.
Y más allá de por ser el creador del Anno Domini[9]
(para el cálculo de la fecha -cambiante- de la Pascua) es por la polémica sobre
su tamaño: que si era enano (exiguo, pequeño: un mote para la eternidad) o, por
el contrario, por su tremenda humildad. Es que todo esto viene de su carta al
Papa Juan I en la que recalca su insignificancia frente a la grandeza del Sumo
Pontífice; aunque se le consideraba el abad más erudito de Roma. Yo apunto a la
humildad monacal más que a la talla lo del mote. Ya el colmo de su humildad es
que cuando envió al que sería papa Bonifacio II (entonces canciller del papa
Juan I) sus tablas no pretendían que sus cálculos[10]
se convirtieran en la nueva base cronológica; pero así fue. Luego le achacan
que se equivocó y así no se pueden precisar las fechas más señaladas, pero
estamos ante un margen de error de unos cinco años que para la cosa de los
milenios está muy bien. Y lo hay más malvados que dicen que se olvidó del
número 0, que es el primero. Vale: cuando Dionisio plantificó sus tablas resulta
que el número cero (0) no había llegado a Europa (lo hizo en 1202 cuando
Leonardo Bigollo, más conocido como Fibonacci, publicó su Liber Abaci dándole
entrada en la computación: de viajar por el norte de África lo aprendió de los
árabes que basaban su cálculo matemático en diez números, del 0 al 9); pero no
podemos considerar un error. No hay año cero de 365 días. La Era Cristina
comienza en el año 1 y hasta que no termina no entramos en el año 2… el 0 -número,
que no año- estaría en el paso del año -1 al +1: los días antes al punto 0
pertenecen al año -1 y los días siguientes son ya del +1. Por eso, el año 0 no
tiene extensión alguna, es sólo un instante entre los años -1 y +1. La Era
Cristiana arranca en el año 754 AUC (Ab Urbe Condita; desde la fundación de la
ciudad… de Roma); no hay lugar para el año cero.
[1] Según las Vidas de San Dionisio, escritas en la época
carolingia, tras ser decapitado, Dionisio caminó con su cabeza bajo el brazo,
atravesando Montmartre, por el camino que, más tarde, sería conocido como calle
de los Mártires. Al término de su trayecto, entregó su cabeza a una piadosa
mujer descendiente de la nobleza romana, llamada Casulla, y después se
desplomó. En ese punto exacto se edificó la célebre basílica de Saint-Denis en
su honor.
[2] Basílica del Sagrado Corazón de Montmartre. Su
construcción fue decidida por la Asamblea Nacional en 1873, como un edificio
religioso a perpetuidad en homenaje a la memoria de los numerosos ciudadanos
franceses que habían perdido la vida durante la Guerra franco-prusiana y para
expiar los pecados de la Comuna de París. El concurso para su diseño y
construcción lo ganó el arquitecto Paul Abadie. La primera piedra se colocó en
1875, y aunque se completó en 1914, no se consagró hasta el fin de la Primera
Guerra Mundial, en 1919. La iglesia fue construida con fondos procedentes
exclusivamente de una suscripción popular, en la actualidad es uno de los
monumentos más visitados de París.
[3] Según la tradición, fundada por San Dionisio en el
siglo III, la iglesia quedó en ruina durante la Revolución francesa, y en su
lugar se construyó una torre para el telégrafo óptico. Fue reconstruida en el
siglo XIX
[4] Gentilicio de los naturales de la Plana de Vic, de
donde provenían los propietarios y nobles que firmaron el Pacte dels Vigatans
(17 de mayo de 1705), a partir del que se formó la Companyia d'Osona, una
unidad paramilitar, y del que nació el Pacto de Génova que selló la alianza
entre el reino de Inglaterra y los vigatans en nombre del Principado de
Cataluña, y que dio el impulso definitivo a la rebelión austracista de Cataluña
que culminó con la entrada del archiduque Carlos en Barcelona en octubre de
1705.
[5] Uno de los hechos históricos más importantes y
trascendentales en el Reino de Valencia durante el siglo XVIII y que marcaría
la historia de esta centuria fue la Guerra de Sucesión (1705) y en este proceso
Altea jugaría un papel muy importante. La importancia de Altea en este proceso
se debe en primer lugar a la calidad de las aguas del río Algar, que sirvieron
como punto de aguada de las embarcaciones austracistas en varias ocasiones. Es
por esto por lo que la escuadra angloholandesa fondeara en la bahía de Altea
donde contaba con un contingente de población a su favor encabezado por dos
sacerdotes: el doctor Martí Morales, párroco desde 1695 y su vicario, Jaume
Ripoll, que habían preparado que el inicio de la toma de poder comenzara desde
Altea.
[6] Partidarios del archiduque Carlos de Austria
—proclamado rey como Carlos III—, generalmente campesinos, así como el bajo
clero, los gremios urbanos y una parte de la pequeña nobleza decantados a favor
del candidato austriaco. Maulet, es diminutivo de la voz árabe maula, que
significa esclavo o persona de baja clase social que se encuentra subordinada,
ya sea en forma de dependencia o de clientela.
[7] Lo de la promesa de matrimonio que realizó a, la noble
navarra de origen valenciano, Teresa Gil de Vidaure, y que incumplió para
desposarse con Violante de Hungria en 1235 tiene sus detractores porque
Teresita tendría por aquel entonces 5 años, aunque tampoco eso puede
considerarse un impedimento para la época…
[8] En el Código de Derecho Canónico se estipula el sigilo
sacramental es inviolable, siendo castigado dicha violación sacramental con la
excomunión y posterior expulsión de la comunidad religiosa a la que el confesor
perteneciera.
[9] A.D. es un indicador de calendario que señala que la
cifra antecedente está contada a partir del año del nacimiento de Jesús de
Nazaret (el año 1) considerado el inicio de la era cristiana. La formulación
latina original anno Domini nostri Iesu Christi fue simplificada posteriormente
como anno Domini, siendo tal año determinado en el 525 por Dionisio el Exiguo
en su Tabla de Pascuas, adoptándose por la Europa occidental durante el siglo
VIII y en Oriente en el siglo XVI. Dionisio estableció el nacimiento de Jesús
de Nazaret en el año 753 AUC, aunque este cálculo fue errado por ser posterior
a la muerte de Herodes I el Grande
Tanto Mateo como Lucas
asocian el nacimiento de Jesús con la época de Herodes el Grande, durante el
censo de Quirino/Cirenio, en algún
momento entre 6 y 7 d. C. Dado que Herodes murió varios años antes de este
censo, la mayoría de los eruditos descartan el censo y generalmente aceptan una
fecha de nacimiento entre 6 y 4 a. C., el año en el que murió Herodes.
[10] Lo suyo fue calcular el periodo de tiempo en el que un
número determinado de meses sinódicos de aproximadamente 29,5 días coinciden
con un cierto número de años solares de unos 365,25 días.
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