8 oct 2013

DEL CC; DE CUANDO TODO ESTO COMENZÓ


Un científico “pirao”, que hoy hubiera sido despreciado, fue el que en abril de 1896 comenzó todo este proceso del CC, culpando al CO2 del entuerto. Y señalo lo de “despreciado” porque el sueco en cuestión era un firme defensor de la eugenesia; hoy le hubiéramos considerado todo un “nazi”.

Me refiero a Svante Arrhenius.

El sueco era un superdotado para la ciencia y la tecnología, y su filosofía de vida le llevó a liderar el proceso que permitió fundar el Instituto Estatal de Biología Racial (1922; Upsala, Suecia) que buscaba crear personas más sanas, fuertes e inteligentes. ¿Qué les parece?

Un primo de Darwin (“El origen de las especies”), sir Francis Galton, lanzó la idea eugenésica por el mundo, y bien pronto encontró seguidores en Gran Bretaña (Winston Churchill; sí, sí, el mismísimo Churchill), Irlanda (George Bernard Shaw, oscarizado Nobel de Literatura), Estados Unidos (Alexander Graham Bell, teléfono por medio), España (Misael Bañuelos, ginecólogo vallisoletano, o el primer catedrático de psiquiatría que tuvo España, Antonio Vallejo-Nájera Lobón) o en Alemania (Ernst Rüdin… y los nazis, especialmente Hans F. K. Günther)… y hasta bien entrados los 70, la eugenesia campó por muchos lugares de la Tierra. Bien, pues Arrhenius estaba por esterilizar a determinados ciudadanos y ciudadanas en Suecia, incluso a determinadas etnias en otros rincones del planeta.

Arrhenius era un superdotado y tocó varias teclas del piano del saber. Una de ellas fue la química donde sintetizó algunos productos que consideraba básicos para esa función de selección de la raza.

Y el caso es que Arrhenius estaba más feliz con otro descubrimiento que había hecho: “el aumento del CO2 en la atmósfera hace subir la temperatura del planeta y eso retrasaría la edad de hielo que en 1896 se veía como cantada”.

Pero antes del eco mundial de su “descubrimiento” Arrhenius estaba triste y desolado; en la Navidad de 1894 su ayudante y esposa, Sophia Rudbeck, se había hartado de lo tedioso de sus investigaciones con el CO2 y había puesto nieve por medio. Y comenzó en aquella Nochebuena  de 1894, contó, a perfilar el documento que vería la luz en abril de 1896.

En realidad no había descubierto nada nuevo. Setenta años antes, en 1824 el francés Joseph Fourier, al descubrir el “efecto invernadero” (los gases de la atmósfera atrapan calor y hacen posible la vida en el planeta al aumentar la temperatura), le habría indicado el camino que luego le iluminaría el irlandés John Tyndall que se atrevió en 1861 en echar, tímidamente, la culpa al CO2… y al vapor de agua, que nadie reparaba en su cachito (cachote ahora, y tampoco reparan muchos) de responsabilidad.

Sophia Rudbeck, la alumna aventajada que inspiró sus primeras investigaciones serias y primera esposa, abandonó a Svante Arrhenius por su insistencia en descubrir algo que ya se sabía (lo del CO2 y la temperatura, aunque no es tan cierto como se creyó entonces) y porque el sueco se pasaba horas y horas en su gabinete haciendo números (para averiguar cuánto subiría el mercurio) e ilusionado porque el calor, como dije, retrasaría un época muy fría que todos predecían. Y eso que tampoco tuvo que buscarse los datos: trabajó con los de su colega Arvid Högbon… y se equivocó gravemente en los cálculos.

La conclusión final fue que “si la cantidad de ácido carbónico [H2CO3] aumenta en progresión geométrica, la temperatura aumentará en progresión aritmética”, lo que en aquellos días finales del XIX se consideraba sumamente positivo.

Lo que sí es suyo es el razonamiento vertido en el artículo de 1896 donde dice todo esto (“Sobre la influencia del ácido carbónico del aire sobre la temperatura de la tierra” (Serie V, Volumen 41; páginas 237 a 276. Abril, 1896) y, muy especialmente, su publicación de 1908 en la que sugiere dos aspectos fundamentales: el que “la emisión humana (industrial) de CO2 sería lo suficientemente fuerte como para evitar que el mundo entre en una nueva era de hielo” y, sobre todo, que “sería necesaria un planeta Tierra más caliente para alimentar a la creciente población del planeta”.

Arrhenius creía firmemente que un clima más cálido era mejor para el planeta. Todo esto lo cuenta en “Worlds in the making: the evolution of the Universe” (Ed. Harper, 1908).

Recibió el Premio Nobel de Química en 1903 por la teoría electrolítica de la disociación (por lo general, reversible).

Y a pesar del tiempo transcurrido y de las evidencias acumuladas, aún le echan la culpa del cha-cha-cha del CC al CO2; y se me olvidan el taimado vapor de agua. Chachis la.



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