Breve, porque me oprime el corsé del tiempo y no es plan ir
por las calles diciendo que sardina fresca es, pero contundente. Ayer, entre el
puñetazo y la estulticia asomada por la ventana de las llamadas redes sociales,
retrocedimos un siglo en esto de la democracia. Y lo expreso porque con aquella
bofetada, yo también fui abofeteado ayer.
Lo de ayer en Pontevedra es una agresión en toda regla. Y la
agresión es un delito (me dicen que hay lo menos cinco artículos al respecto en
el Código). Es que agresión es una acción violenta con la intención de causar
daño. Y en este caso, me entero ahora, va a ser tratado como “atentado al
presidente del Gobierno”, que es más que agresión (Código Penal, Artículo 550).
Y estas cosas se condenan o se jalean; no hay término medio.
Con ambas acciones (condena o jaleo) nos calificamos. Yo las condeno.
Y estas cosas no se condenan para acto seguido justificarlas
con una frase que sólo evidencia estulticia, porque nos lo pide el cuerpo. Si condenas, condenas; no hay peros que
valgan. El “pero…” añadido -al
falso mensaje de condena- aún más que calificar al que lo añade, lo
descalifica. Si justificas, te unes al delincuente. Mejor que calles y asumas
tu culpabilidad.
Rajoy, gallego, terminó haciendo retranca del hecho. Pocas
horas después recordaba que él empezó en política, en Pontevecdrta, pegando
carteles, y que allí aún “siguen pegando,
y mucho”.
La piña se la
llevó Rajoy cerca de la Iglesia de la Peregrina (todo fachada; preciosa, con
planta en forma de vieira) y casi en la puerta de la farmacia que otea, ahora
estático y en bronce, Ravachol. Le
cogí cariño al Ravachol pontevedrés
en una escapada galaica porque me recordaba al Ravatjol/Ravachol/Ravatxol de Valencia: al tranvía (a
sangre) que unía Valencia con el Grao… y a la barca (a motor) que se utilizaba
en la Albufera en los años sesenta (que así se les llamaba, Ravachol, para diferenciarlas de las tradicionales
barcas de perxa).
El Ravachol
pontevedrés, no cabe duda, fue descendiente de uno de aquellos “papagayos de flota” que salieron
indemnes de la Batalla de Rande y los paisanos cuidaron. Ravachol, el loro (papagayo), era atrevido y deslenguado y por eso
le pusieron por nombre el de moda del momento: el del francés François Ravachol, que a golpe de dinamita se
labró una aureola de anarquista, siendo un delincuente común. Y hasta el loro Ravachol la palmó, como el Ravachol delincuente;
pero no fue en la guillotina y sí, parece, de un empacho de bizcochos mojados
en vino.
Y termino: asistimos, con la bofetada a Mariano, al fenómeno
de la desintegración de las formas en las sociedades. No es de recibo la
pasividad con que nos tomamos estas cosas. Hoy he oído hablar hasta del temor
reverencial; ya estamos entre churras y merinas. La cosa se reduce a la
impunidad, lo que es bien triste.
Y luego la estulticia vuelve a campar y se difunden en las
redes, por unos y por otros (y ahí está el problema), la misma viñeta (que me
niego a reproducir): la que dice “así no”,
dado la bofetada, y “así sí”, votando…
que lo mismo vale para condenar que para decir dale la bofetada en las urnas. Mientras
no delimitemos las cosas, esta equidistancia es malísima. Más claro, agua: Así
no; con la violencia nunca. Luego, que tu intelecto decida la segunda parte;
pero, Así NO.
Y como parece que mola más hacerlo en francés: Je suis Mariano; moi aussi, je suis Mariano. Incluso I’m Mariano.
En fin, ante este hecho, Yo soy Mariano… y me siento golpeado por la estulticia y la sin
razón; me dolieron más las redes sociales que la bofetada en sí.
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