De un tiempo, poco tiempo, a esta parte se ha puesto de moda
la palabra turistificación. Y he
recurrido a Fundéu BBVA y sus referencias al “español urgente” para saber que turistificación es un sustantivo y que resulta
que “es
un término bien formado con el que se alude al impacto que tiene la
masificación turística en el tejido comercial y social de determinados barrios
o ciudades”. Luego tenemos la turistización
que pasa por ser el hermano pequeño del concepto porque sin ser un “palabro”
termina por precisar que algo, un destino, “se hace más turístico”.
Hechos los deberes y sabiendo que ambas han pasado del
concepto “palabro” a realidad de “palabra”, podemos hablar sin complejos de turistificación y diferenciarla de turistización. Que les suena a
filosofía; pues sí. Immanuel Kant era un gran profesor de Geografía y todos
ustedes le tienen por un gran filósofo. C’est la vie; yo juego a la Geografía
(si me dejan).
Turistitfiquemos. Contaba Xavier Canalis, en mayo pasado y en Hosteltur, que turistificación es un término que suele
blandirse como “una carga de profundidad muy peyorativa hacia la actividad turística que
cala entre la opinión pública”. Y sí, pero por los de siempre: que
hablamos de ciudades convertidas en destino turístico y no de destinos
turísticos convertidos en ciudades. En el segundo caso la turistificación es una
loable consecuencia del proceso; en el primer caso es el embrión de una nueva
situación que nos pilla desprevenidos (nos asusta y nos deja en paños menores)
porque con ritmo vertiginoso altera las condiciones socioeconómicas de un
lugar, desbordándonos. En fin, una situación que crea problemas donde antes
estaban esos problemas más o menos enmascarados. Siempre ha pasado, pero ahora
se ha disparado (y desmadrado).
Así, el problema viene sobrevenido cuando por la turistificación las instalaciones,
viviendas y comercios de un lugar “equis” pasan a orientarse y concebirse
pensando más en el turista que en el ciudadano que vive en esos barrios
permanentemente y… nos termina llevando a una situación de gentrificación. Y, como
geógrafo, no me gusta emplear incorrectamente los términos y me niego a
aceptarlo más que como idea original -como el pecado- porque no estamos ante
los barrios de la Gentry (clase alta;
alta burguesía) y no me vale eso más que ser un proceso de transformación de un
espacio urbano tradicional que termina alterado. El concepto original partía de
un espacio que por dejadez se había ido deteriorado -o que estaba en declive
porque los Gentry pasaban mucho de recomponer el lugar- en el que intervenía la
reconstrucción -o rehabilitación-. Inicialmente, cuando comenzamos a estudiar
esto a mediados de los 60, ya veíamos que provocaba un aumento del coste
habitacional en estos espacios. Ahora, lo que ocurre es que los residentes
tradicionales terminan por intentar abandonar un barrio “que era suyo” (y
muchos no lo consiguen) en el que ahora ni pueden pagar sus alquileres, ni
convivir con el nuevo uso.
En el caso que estudió la Geografía de los años 70 resultaba
que los residentes terminaban en espacios periféricos y su lugar lo ocupaban clases
sociales con mayor capacidad económica. Y ahora mismo esto no es así: llegan
turistas de toda condición y pelaje.
Hay quien propone “encandilar” a los visitantes con
atractivos fuera de los núcleos históricos, penalizar con tasas el turismo de
bajo coste, limitar las plazas hoteleras o multar los pisos turísticos. Pero,
¿se pueden llevar a cabo esas propuestas? Si yo voy a un sitio llamado “fulanito”
para visitar el mercado “menganito” en el barrio “zutanito” puede que una tasa
me haga desistir, pero por mucho que empeñen en que vaya a ver la otra parte de
“fulanito”, que hasta puede ser mejor, no lo van a conseguir porque no es lo
que me atrae de “fulanito” en cuestión.
La turistificación
de un lugar -por lo general una ciudad- supone
cambiar de modelo urbano y social; y eso produce impactos en aquellos
lugares que no fueron concebidos por y para el turismo. Es más, hay que tener
muy presente que el Turismo es una industria y como toda industria tiene sus
bondades y defectos (a subsanar) pero no hay que criminalizarla. Regularla en
todos y cada uno de sus procesos.
En Amsterdam se han puesto mano a la obra. En el 2014, el Ayuntamiento limitó por ley el
número de noches (60) y de personas (cuatro) a las que los particulares pueden
alquilar viviendas desde plataformas on-line, a las que obliga a cargar la tasa
turística. Los particulares que alquilen sus propiedades deben notificarlo al
Ayuntamiento, que baraja ahora reducir a 40 el número de noches del alquiler de
particulares. También han eliminado la exención de tasas a los establecimientos
tipo bed & breakfast. Y el año que viene subirá la tasa subirá en el centro
(del 5% al 6% del coste de la habitación) y se reducirá en la periferia. ¿Se
complica ir a Amsterdam? Si tienes interés de ir, no.
Medidas hay, pero el problema está siempre sobre la mesa.
Hay quién tiene que aplicarse en turistificación
y hay quien turistifica como nadie
porque fue diseñada para ello, aunque también hay quienes piensan ya, en sitios
como Benidorm -diseñada para el turismo-,
que, olvidando la función primigenia de esta ociurbe, que también nosotros nos
turistizamos (¡menos mal que no dicen que nos turistificamos!).
En fin, que leer que “el turismo envilece los lugares y las gentes”
(me reservo el nombre del personaje para no darle más publicidad) sólo
demuestra un desconocimiento total de la Historia reciente de este país que
cambió en lo económico y social del blanco y negro al colorín de HD. El turismo
es una actividad industrial que nos reporta ingresos económicos, cultura,
intercambio de conocimiento, descubrimiento de libertades y cambios sociales. Y
si no, echemos la vista atrás
Un poquito de por favor con el Turismo, please. Sólo
requiere regular alguna actividad que no lo esté ya y tener muy claro el
modelo. Y esta vale para todos.
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