23 jul 2017

DE UN TREN BOTIJO DE 1896 Y LAS MUJERES DE ALICANTE




El 22 de agosto de 1896 aparecía en Blanco y Negro Revista Ilustrada un artículo de Luís Gabaldón, en clave de Humorada, titulado El Tren Botijo. La revista Trenes (de RENFE) en mayo de 1953 lo sacaba de nuevo a la palestra. Varios post de este blog han sido para este invento, pero hoy quiero yo también sacar a pasear algunos párrafos de Gabaldón, periodista, escritor y dramaturgo, editor de la revista satírica “El último mono” y asiduo en las páginas de ABC.

El caso es que tres caballeros, tres, salen de Madrid el 1º de agosto, ¡¡a las dos de la tarde!!, con la perspectiva de dieciocho horas de viaje -llegar a Alicante con el frescor del nuevo día- y tener que atravesar la sartén manchega “en esas horas, en que el sol hace algo más que molestar”.

El dibujante Mecachis  (Eduardo Sáenz Hermúa), famoso por sus “monos” (caricaturas del paisanaje del momento)  y el fotógrafo Christian Franzen le acompañan en la aventura veraniega.
Suben a un vagón de 3ª, la clase más popular, y… “la tentativa fue infructuosa… estaba lleno desde la víspera”. Resulta increíble la popularidad que consiguieron esas vacaciones de verano y el Tren Botijo ya a finales del XIX. Es fantástico leerle: “En vano invocamos el ‘sacerdocio de la Prensa’. Mecachis se comprometió a hacer ‘monos’; pero sí, sí, ellos fueron los que se pusieron “monos”, mejor dicho, ellas…”. Tuvieron que ir recorriendo coches de tren hasta que fueron aceptados en uno y sus bártulos e impedimenta colocada en un lugar. Mientras tanto, el tren ya “rodaba perezosamente por los campos estériles, resoplando con la fatiga de un asmático…”. Es más, dice Gabaldón que el tren botijo aquél de las 18 horas de viaje “tiene pujos y honores de especial; pasa desdeñosamente por las estaciones sin detenerse… y solo cuando atisba una fonda suspira y descansa”.

Y Gabaldón hace el análisis sociológico de aquél tren botijo, de aquél viaje camino de las vacaciones junto al mar de finales del XIX: el vagón “ofrecía aspecto de baratill[1]o: botas de vino, sombreros, botijos, americanas, cestas… ¡hasta ropa interior!, todo colgado en las paredes del coche -la gente llevaba clavos y martillos para improvisar perchas- … las gentes, en mangas de camisa, ‘si que también’ en elástica, jugaban al mus, cantaban, reían o dormitaban, que de todo había…”.

Una pincelada de sociología en la crónica: “un buñolero de la calle de Arganzuela -vender buñuelos permitía este viaje; el tren Botijo socializó el turismo-… nos decía con la mayor ingenuidad que sí, que al llegar a Alicante, ‘si no se bañaba, se lavaría’”. ¿La corriente higienista irrumpiendo por ahí?

En la parada de Aranjuez, los viajeros “organizaron bailes de carácter marcadamente popular a los ingratos sones de un acordeón” y en la parada de Alcázar de San Juan se encuentran Gabaldón y sus compañeros con Ramiro Mestre, el promotor de estos viajes e Hijo Adoptivo de la ciudad de Alicante. No hay mayor referencia al encuentro, pero sí al apedreamiento del convoy botiji nada más salir de la estación, cosa que parecía habitual en la época: chiquillo no tires piedras, que no es mío el melonar… que decía la canción “Vamos a contar mentiras”. ¿Quién hasta mi quinta no ha tirado piedras al paso del tren y puesto perras gordas en los raíles?

La noche se pasó y el tren cruzaba y cruzaba llanuras y montañas, y el día se avecinaba; el sol trepando por las cumbres…”. De repente, “un caballero gritó ¡Tierra! Faltaba poco para llegar a Alicante, y en el coche comenzaron los preparativos y el aseo”. Nos cuenta Gabaldón que hasta el buñolero se cambió de elástica mientras las mujeres “recogían cuidadosamente su peinado”. Detalla que “una madre pulcra limpiaba cuidadosamente su niño”. A esas alturas del viaje las enflaquecidas botas rendían los últimos tragos mientras “todos se preparaban cuidadosamente para entrar en Alicante”.

Crujieron las plataformas, respiró la locomotora con un aliento prolongado, abriéronse las portezuelas, y cada cual con sus trebejos saltó al andén, no sin hacerse antes mutuamente las más cordiales protestas de amistad”. Estaban, por fin, en Alicante.

De Alicante, Gabaldón destaca “su hermoso puerto -donde estaban, y así lo refleja, tres buques de la Escuadra: “Infanta María Teresa”, “Pelayo” y “Vizcaya”, donde al poco iría para servir como condestable de Artillería Francisco Zaragoza y Such, nuestro héroe local- y espléndido paseo de palmeras, que le dan el color y el tono de una ciudad africana”.

A la mañana siguiente de nuestra llegada vimos en la playa a la mayor parte de los expedicionarios gustando de los encantos del mar y de las comodidades del balneario, que las tiene para todos los gustos: desde los baños a 5 céntimos, sin espejo, y con espejo, diez, en adelante”. Luego dice que “Alicante ha respondido a la atenta visita de los forasteros organizando festejos espléndidos… y los buques de la Escuadra son visitados todas las tardes por los ‘botijistas’”. 

No cita Gabaldón en este reportaje de 1896 la diligencia que desde La Balseta trasladaba -6 horas de viaje más- hasta Benidorm a muchos “botijistas”, pero sí a las mujeres de Alicante: “¡Ah! Las mujeres de Alicante merecen la justa fama que gozan de hermosas. Las mujeres que hay allí, como dicen en una popular zarzuela, ‘en otra parte no hallarás’. Así que no comprendo el sentido del adagio[2] que dice: No me vengas con alicantinas. ¡Ojalá!”.

Y así termina Gabaldón su humorada de aquél viaje del que no da más detalles, aunque ilustra el reportaje con dibujos de Muñoz Lucena, fotos de Franzen y caricaturas de Mecachis, que para algo aquél Blanco y Negro era una Revista Ilustrada.



PD. Me dejó planchado ayer Gabaldón cuando leí el final de su crónica y escribí el Post. Toda la noche dándole a la neurona y… Mire Usted, don Luís: El Diccionario de la Real Academia de la Lengua, en su tercera acepción, define la alicantina como treta, astucia o malicia con que se procura engañar. Y en el Refranero Geográfico Español, de Vergara Martín, se explica que tal definición tiene su origen en los pretextos de que se valen, según la tradición, los naturales de Alicante para eludir el cumplimiento de sus contratos comerciales. Y esto tiene su explicación: esta supuesta inclinación –insisto, supuesta inclinación; sóc alacantí- de los alicantinos a no cumplir con sus compromisos parece que se debe a la permanencia entre ellos de la llamada fe púnica, ya que los ascendientes de los alicantinos debieron aprender de los cartagineses a no ser rigurosos cumplidores de sus convenios mercantiles. Por otra parte, el Diciconario Somontinero dice que "alicantina" es una manía, una obsesión casi enfermiza. También veo en Alicante Vivo que una "alicantina" es una especie de víbora, de siete a ocho decímetros de largo y de hocico remangado. Es muy venenosa y se cría en todo el mediodía de Europa.

Y como alicantino que soy me quedo con lo que dice Alicante Vivo; las alicantinas son "les xiques més reboniques"... y ahí coincido con Gabaldón. ¡Ah! Las mujeres de Alicante… y de más allá.





[1] Para amigos de la LOGSE y similar: Conjunto de cosas de poco precio que se venden en un lugar público; tienda o sitio donde se venden.
[2] Para ellos también: frase de origen culto repetida de forma invariable, en la cual se expresa un pensamiento moral, un consejo o una enseñanza.

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