Lo mismo, el lunes 25 pueden ya los de la misión de la OMS,
cuarentena pasada, salir de su hotel y comenzar a peinar la guedeja china en
busca del origen perdido del SARS CoV2. Que mucho bombo de que llegaron, pero
aún están en el hotel, panza arriba, en confinamiento preventivo mientras les
espían los emails y les atrezan los escenarios.
Yo, aprovechando el impasse, y he echado la vista atrás para trasladarles
una historia de escandinavos y virus.
Comencemos, hilando nuestra historia, por Tollef Larson
Brevig, un pastor luterano noruego, nacido en Telemark en 1857, que emigró
a los Estados Unidos y allí ejerció como tal. En 1894 el gobierno
norteamericano, fruto de un acuerdo con lapones noruegos (samis) para enseñar a
los inuit/inupiat nativos de Alaska a mejorar la crianza de rebaños de caribúes
y renos, acordó enviarles, al pueblo de Teller (Estación de Renos Teller), un
pastor para las necesidades espirituales. Los samis finalizado su trabajo
volvieron a la Laponia noruega, pero Brevig y su familia permanecieron en aquel
lugar hasta 1917 implicándose tanto en la comunidad -ofició de maestro, médico,
jefe de correos y capitán marítimo- que hasta les buscó un mejor emplazamiento,
al otro lado del golfo, que en 1919 fue bautizado como Brevig Mission.
Bañada por el mar de Bering, Brevig Misión fue bandeando los
años y asentando población; ahora tiene casi 400 habitantes y aeropuerto
(faltaría más). Se ubica en la salida al mar de la cuenca del Imuruk, a más de
65ºN (frío alasqueño), mirando al sur (algo es algo), en la bahía de Port
Clarence, frente a Teller.
En 1918 tenía 80 habitantes y entre el 15 y el 20 de noviembre
de 1918 la gripe A se llevó por delante a 72 de ellos en una única oleada,
dejando solo a niños y adolescentes. Hoy sabemos que el virus les llegó con el
correo; la trajo el cartero, en trineo. Y allí se quedó el virus, enterrado con
las víctimas en el suelo siempre congelado. Breving Mission entró en la
historia de las pandemias en 1918 y en la historia de la medicina desde
entonces como testimonio del legado mortal de un virus que la prensa de la
época comenzó llamando “de los patos”.
En un Zoom profesional de la tarde del jueves volvió a entrar
Brevig Mission en escena con una clara referencia a la “gripe de los patos”, mientras
transitamos esta “gripe de los murciélagos”. Y así ha llegado a esta Post el
sueco Johan Hultin, nacido en 1924 y formado en la Universidad de Iowa.
Hoy, con 95 año, residiendo en California, es toda una celebridad en patología
vírica.
En 1950, con 25 años, Hultin quiso dar el campanazo con su
tesis doctoral sobre el virus de la gripe del 18 -H1N1- tras haber hablado con
el antropólogo Otto Geist quien desde la Universidad de Alaska le habló de la
devastación en Brevig Mission; Hultin decidió ir en busca del virus perdido.
Entonces, llegar hasta allí fue una aventura. De Teller a
Brevig tuvo que navegar en un esquife de piel de morsa, pero se ganó al consejo
tribal y le dejaron desenterrar cuerpos (helados en terreno helado) para
investigar. A aquellas 72 personas las habían enterrado 33 años antes un grupo
de mineros enviado por el gobierno, equipados con trajes de perforación en
hielo, desde Nome, otra población alasqueña famosa por otra epidemia y la
desesperada carrera por conseguir la antitoxina diftérica que ha hecho entrar
en la historia a perros de trineo como Balto, con estatua en Central
Park, y Togo.
Hultin, en 1950, tomó muestras de tejido pulmonar de cuatro
cuerpos hallados en aquel cementerio de permafrost y muerte congelada. Utilizando
durante el viaje el CO2 de los extintores de a bordo, intentó que las muestras
de tejido llegaron intactas al laboratorio en Iowa; pero no consiguió su
objetivo.
Hultin ejerció como patólogo en varios hospitales de
California y desarrolló investigaciones sobre bioterrorismo y trabajos para
otros departamentos californianos. En 1997, leyó en Science un
artículo del investigador del Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas de
los Estados Unidos (AFIP), Jeffrey Tauberberger, sobre la caracterización inicial
genética del virus de la influenza trabajando sobre muestras de tejido pulmonar
de dos soldados fallecidos a finales de 1918 conservada en el Museo Médico
Militar en tacos de parafina. Tauberberger había sido capaz de secuenciar nueve
fragmentos de ARN viral de cuatro de los ocho segmentos genéticos del virus.
Desde 1986 se disponía de la técnica de la reacción en cadena de la polimerasa
(PCR) para obtener copias de fragmentos de ADN y así poder identificar virus y
bacterias; técnica que Hultin no disponía en 1950 y Tauberberger sí, pero sin
virus.
Las pocas muestras de tejidos conservados de aquellos soldados
fallecidos en 1918 estaban muy deterioradas, pero con la técnica PCR y buenas
muestras se podría conseguir. Nadie recordaba Brevig Mission, salvo Hulting que,
con 72 años a cuestas y envidiable vitalidad, escribió a Tauberberger y se
ofreció de nuevo a ir a Brevig Missión, como en 1950.
Con los medios técnicos de finales de los noventa, Hultin
aterrizó en el aeropuerto de Breving Mission y consiguió las autorizaciones
pertinentes y la colaboración tribal. Localizó el cuerpo de una joven inuit,
obesa (el exceso de tejido graso protegió la conservación del virus), y le
extirpó los pulmones, enviándolos, en equipo adecuado, al AFIP de Washington. Hultin,
acabado el trabajo, colocó dos cruces blancas en el helado cementerio de Brevig
Mission y regresó a California. A los pocos días le confirmaron que habían conseguido
el virus. Hultin lo había logrado; 46 años después había conseguido su muestra.
Y en 1999, al ser publicado en PNAS por la doctora
Ann Reid el hallazgo, se le incluyó como coautor.
Los tejidos de los dos soldados parcialmente conservados y el
aportado por la joven inuit localizada por Hultin determinaron que el H1N1
había estado dando vueltas por el mundo entre 1900 y 1915 hasta llegar a la
fórmula mortalmente dominante de 1918. Hultin fue galardonado como Alumno
Distinguido por la Universidad de Iowa en 2000, y en 2009 se otorgó un
Doctorado Honoris Causa en Ciencias. Hultin consiguió en 2009 ser el Dr.
Hultin, la meta de 1950.
Todos los trabajos desarrollados entre 2000 y 2020 no han
llegado a precisar si es cierto que la del 18 fue “la gripe de los patos”,
aunque el análisis filogenético parece indicar que la fuente principal de la NA
del virus de 1918 era de naturaleza aviar; pero los investigadores del XXI no
han podido determinar aún el recorrido desde la fuente aviar hasta la forma
pandémica final del virus.
En esta historia hay también un burgalés, Adolfo García
Sastre, catedrático de microbiología de la Escuela de Medicina Monte Sinaí
de Nueva York (que ha aparecido en TV en varios telediarios) que es coautor,
junto al Dr. Peter Palese, a la hora de reconstruir el virus para investigación;
pero eso es otra historia, como la de la anomalía climática que alteró las
costumbres migratorias de los patos.
Desde 1918, el mundo ha experimentado otras tres grandes
irrupciones de este virus -1957, 1968 y 2009- que fueron muchísimo menos
severas y muy localizadas, aunque la de 1957 (H2N2) y la de 1968 (H3N2) dejaron
por el millón de muertos cada una de ellas.
PD. Esperemos que todos a una como ahora estamos y con los datos
del equipo OMS en China no tardemos tanto en saber como ha sido la cosa. No sé
si queda otro Hultin por ahí; y tanta paciencia.
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