Yo sigo en la línea de que las pandemias vienen del Este, como
esta de la Covid19.
Y sostengo que la gripe del 18 -la mal llamada Spanish Flu-
llegó con el reclutamiento, por Francia e Inglaterra, de chinos -como mano de
obra y auxiliares- que en la primavera de 1917 se cruzaron Canadá y el
Atlántico para llegar a los campos de Europa: unos a trabajar en labores
agrícolas y otros a servicios auxiliares.
Mark Osborne Humphries, en 2014[1],
le puso origen al problema: epicentro en la región de Shanxi (China) y vector
de propagación desde el puerto de Weihaiwei[2],
en la primavera de 1917, para que en el otoño de ese año se produjeran los
primeros casos en Estados Unidos de la “fiebre china”, lo que ya
no podía ir dando una pistita del origen de aquella pandemia, que entro
en la historia de la contienda un cincelado 5 de marzo de 1918 y que de Canadá pasó
a los Estados Unidos casi el mismo tiempo que llegó a Europa.
Y es que, sin abandonar un origen oriental, tenemos otro ítem más
en la cuestión -otro más a mi buchaca-.
En aquella Europa metida hasta las cachas en la Gran Guerra, se
reporta en suelo francés y en los primeros meses de 1917, un potente brote de
gripe y neumonía bacteriana que se había desatado en la principal base de la
Fuerza Espedicionaria británica, situada en Étaples, en la desembocadura del río
Canche, en Pas de Calais. Allí se llegaron a hacinar a cerca de cien mil soldados, en pésimas condiciones de
habitabilidad, junto a unas marismas donde patos, gansos y otras aves migratorias
tenían un hábitat idóneo, que compartían con piaras de cerdos. El paraíso del
bestiario en medio del infierno de la guerra.
Las aves, sabemos, son la fuente de la mayoría de las gripes,
y los cerdos -contaba Michele Catanzaro en julio último en La Vanguardia- “son
unas ‘cocteleras’ en las que distintas infecciones se mezclan y evolucionan con
rapidez”. Pues otro minipunto para mi cuestión.
Y es que, hasta la atestada base de Étaples llegaron, desde
las colonias francesas de ultramar y para defender la metrópolis, miles de
soldados de las llamadas unidades ‘indígenas’ que habían sido reclutados en Indochina,
Laos y Camboya (el antiguo reino de Annam, al Sur de China) y resulta que en
las reseñas de los oficiales médicos galos se describen ya en las primerías de
1917 cientos de muertes por la “neumonía annamita”[3].
¿Verde y con asas?, ¡alcarraza!
Llegó del Este; nos la trajimos del Este.
Luego, las mutaciones la fueron complicando y la cepa se hizo más
mortal. Una variante, surgida en Sierra Leona[4],
llegó a Francia a través de soldados británicos y se reforzó en agosto de 1918.
Su origen, desconocido; como el de la variante de Massachussets, de por las mismas
fechas. Y se sigue estudiando, como fleco de la cuestión. Ya verán como hay
vector del Este, chino o conchinchino.
Y ya puestos a meterle presión a la cosa tenemos varios
estudios, incluso del Taubenberger del Post de ayer, que echan una pizca de
culpa a la virulencia del virus por el empleo de gases tóxicos, en especial del
gas cloro, en los campos de batalla de la IGM. Antxon Erkoreka, director del
Museo Vasco de Historia de la Medicina, de la Universidad del País Vasco,
sostiene en varios trabajos que algunos de los gases empleados en el conflicto “son
mutagénicos”. Vamos, que interaccionan con los virus y les llevan a mutar,
lo que podría haber promovido su evolución hacia una variante más letal. No
todos coinciden con esa posibilidad que, por crear más neblina mayor, dejamos
por aquí.
Y a estas alturas del Post nos vamos a la anomalía ambiental,
que es el lío que nos faltaba.
A partir de 1916 se produjo una anomalía ambiental que reportó
abundantes lluvias, incrementándose en el bienio 1918-1919 y complicándose
especialmente con frío. Este reforzamiento ambiental vino a coincidir con las
grandes batallas de la IGM/WWI: Champagne (Verdún), Somme, Ypres… donde los
gases tóxicos tuvieron también su protagonismo.
Los registros conseguidos corroboran los relatos históricos
sobre precipitaciones torrenciales en los healdos campos de batalla, generando
un aumento de bajas militares por neumonía y otras infecciones.
Además, esas condiciones ambientales alteraron significativamente
los patrones de migración de las aves de los pantanales del Canche (y otros ríos
europeos), en especial del Anas platyrhynchos (pato mallard, ánade real,
pato silvestre), el reservorio primario para el virus de la gripe aviar H1N1, que
sostienen muchos científicos.
La lluvia, el barro y el frío convirtieron aquellos campos de
batalla en lodazales inmundos que sirvieron a los corresponsales de guerra para
describir el suelo de las trincheras como “tumbas líquidas”.
La anomalía ambiental trajo otra fatal consecuencia: fallaron las
cosechas, lo que ocasionó hambrunas que ayudaron a debilitar aún más a la
población con penosas condiciones, bajas defensas y paupérrima alimentación.
La coincidencia entre precipitaciones torrenciales y aumento
de la mortalidad en las ondas pandémicas se pone de manifiesto a través de
gráficas como las que acompañan el texto que señalan morbilidad enfrentando
condiciones ambientales y mortalidad por infecciones respiratorias, como ahora
mismo también se están estudiando con la Covid19.
Por la anomalía ambiental de lluvias y frío, la migración del
ánade real se interrumpió y hubo notables incrementos de población de estos
patos silvestres que generaron mayor cantidad de excrementos en sus hábitats,
lo que contribuyó a aumentar la carga viral por deyecciones de aves infectadas.
Un nutrido grupo de investigadores habla de una tasa de infección, por
superpoblación, que pudo llegar al 60% de las colonias de patos mallard,
especialmente juveniles, ‘inmunológicamente ingenuos al virus” -señala Lennard
Bengtsson en sus artículos-, que permanecieron en los pantanos de Canche,
propagando la pandemia.
Y un añadido al problema de base: la exposición de otros
mamíferos, especialmente humanos y cerdos, a los cuerpos de agua infectados por
lo patos explicarían las conexiones en la transición del virus y su virulencia
en determinados casos.
Total, que una anomalía ambiental alteró la costumbre
migratoria de un puñetero pato que complicó el problema de un puto virus que,
como siempre, nos llegó de China o de la Conchinchina, creando unas condiciones
ideales para la supervivencia y replicación del bicho. Así las cosas, no
podemos subestimar, a la luz de los estudios, la contribución de un cambio
ambiental -y la acción humana- a la morbilidad pandémica en coinfecciones
neumocócicas.
Todo está todo muy interconectado.
PD. Escribí intencionadamente “cambio ambiental” y no “cambio
climático”. Ojito al dato.
Gráficos, del trabajo de AF More, CP Loveluck, H Clifford, MJ
Handley, EV Korotkikh, AV Korbatov, M McCormick y PA Mayowski, The impact of a
six-year climate anomaly on the “Spanish Flu” Pandemic and WWI
[1] Paths of
Infection: The First World War and the Origins of the 1918 Influenza Pandemic;
M. O. Humphries. SAGE Journals,
[2] Comisariado
británico entre 1898 y 1930; tras retornar el territorio continental, la Royal
Navy mantuvo el control de la isla de Liugong (frente a Weihaiwei) hasta la
invasión japonesa de 1940.
[3] Sostiene
John Oxford, virólogo de la Queen Mary University de Londres
[4] Costa occidental
africana; colonia británica en 1808 y protectorado desde 1896 hasta su
independencia en 1961
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