El problema de los años, como este de 2021 que acabamos de
comenzar, es que, como en el arte de Cúchares[1],
hasta el rabo todo es toro. Por delante nos quedan, cuando menos, 364 días y 6
horas. Y puede comenzar el año entrando bien al trapo… y salir de cada lance revolviéndose
de pitones, como en 2020.
¡Que buen principio el de 2020!; ¿se acuerdan? Íbamos navegando
a toda vela y el océano y los vientos nos eran propicios. Menuda singladura aventurábamos.
La velocidad de la nao en el mar sólo la limita la eslora de la embarcación -por
aquello de la ola de proa y la ola de popa y la situación de empuje- y
llevábamos hace hoy justo un año, una excelente deriva y un buen barco -España-,
aunque con serias dudas sobre quién iba a la caña.
Al poco de comenzar a navegar el 2020, se nos presentó la
tormenta perfecta -que sólo habíamos vivido en las películas- y nos pilló el toro
sin los deberes hechos y con ínfulas de autosuficiencia. Al primer quiebro que
nos hizo el morlaco 2020, descubrimos que habíamos dejado las industrias esenciales
relacionadas con la medicina, desde la más elemental a la más compleja, en
manos de chinos; y nos hicieron quedar como ellos en el imaginario popular. Engañados
como chinos. ¿Sabremos algún día lo que pagamos y lo que nos colocaron?
Los analgésicos y las mascarillas han sido las cuestiones
determinantes.
Con esta, he saludado yo al 2021 |
Ellos -los chinos- y sólo ellos las fabricaban en cantidad suficiente y precio asequible. En particular, ahora, la N95 inventada por el taiwanés Peter Tsai en 1992 para los trabajadores industriales. Se convirtió, junto a la ‘quirúrgica’, en la más demandada.
La N95 triunfó porque resultó muy eficaz, nada más comenzar el
siglo XXI, ante la tuberculosis y en 2003 frenó el SRAS[2];
todo el mundo recomienda la N95, sin olvidar la más llevadera quirúrgica.
Ya hemos vuelto a fabricar mascarillas en la vieja Europa
desde hace unos meses. Porque las tenemos que usar a diario y tanto depender de
China nos ha salido caro.
Fueron los japoneses los que empezaron a usar las mascarillas
de manera diaria en 1917 con los primeros espasmos de aquella gripe que
llamaron ‘española’ y que se manifestó en 1918. Pero las ‘inventaron’ los
chinos cuando la Gran Peste de Manchuria de 1911 (que ya se manifestó en
1910). La enfermedad -la peste- fue identificada por médicos rusos en cazadores
de marmotas; la propagación, aérea, por los chinos.
La primera solución, el uso de mascarillas, lo implementó un médico
malayo formado en la Universidad de Cambridge; el primer estudiante de etnia
oriental en esa universidad. Wu Lien-teh, que fue requerido por la Corte
Imperial China para dar respuesta a la crisis sanitaria. Y la dio.
El doctor Lien-teh, con la experiencia de la peste china de
1855, determinó que la transmisión era por vía aérea y para evitar contactos
físicos prohibió los entierros, ordenó quemar cadáveres -y las casas donde se
hubiese producido una infección y contagios-, estableció confinamientos y cuarentenas
obligatorias (hasta utilizó vagones de ferrocarril para confinar), restringió
los viajes y obligó a usar mascarillas de tela. Y hasta convocó la Conferencia
Internacional sobre la Peste de abril de 1911, el primer gran evento de
este tipo que reunió a un equipo internacional de científicos preocupados por
el control de las enfermedades. Esta es la idea embrión para la OMS, tras la
IIGM.
El éxito de Lien-teh para contener la infectabilidad fue utilizar
la mascarilla quirúrgica de occidente de por aquellos años, de tela, reforzando
sus capas con algodón y otros tejidos: la llamaron máscara ‘antiplaga’.
En Europa, desde el siglo XVI, utilizaban mascarillas los
llamados ‘médicos de la peste’ a instancias de Charles de Lorme, médico
que fue de los Medici y de los reyes de Francia Enrique IV, Luís XIII y Luís
XIV. A él se le atribuye el primer EPI o uniforme médico para luchar contra
esta plaga: sombrero, abrigo largo hasta los pies, botas de caña alta, guantes,
anteojos, vara (para tocar) y máscara “con nariz de medio pie” (unos 15 cm) para
proteger de la miasma[3].
En ella se introducían gasas con hierbas, ungüentos, vinagre y triaca[4]
para que hicieran de filtro.
En el siglo XIX había evolucionado la mascarilla y se empleaba
la que el bacteriólogo e higienista Carl Flugge había pedido confeccionar al médico
polaco Jan-Antoni Mikulicz-Radecki: consistía en una compresa de
muselina[5]
para la nariz y la boca.
En 1911 triunfó la propuesta de Lien-teh que mejoró las
iniciativas occidentales.
Naturalmente que hubo
quien no creyó en la eficacia de la mascarilla del malayo. Se cuenta el caso
del médico francés Gerald Mesny que le fue a decir que aquello de la utilidad
de la mascarilla era un cuento chino… y Mesny,
en Manchuria, se contagió y murió a las primeras de cambio.
Ante el éxito de la mascarilla se desató la fiebre de mejorar
el invento, pero ninguna otra mascarilla superó la ecuación eficacia/coste de
la de Lien-teh. Y hasta ahora.
Se popularizó la mascarilla de Wu Lien-teh cuando la gripe del
18, pero a partir de 1921 se olvidó. Entonces, en 1923, cuando el desastre de
septiembre en la isla de Honshu, en el área Kantó (Tokio, Yokohama, Chiba,
Kanagawa y Shizuoka), con una secuencia terremotos, tsunamis e incendios -aire
irrespirable y devastación- se consagró el uso de la mascarilla entre la población
japonesa que, de nuevo ante la gripe asiática de 1934, terminó imponiéndose y
por aquellos lares -antes de la Covid19- por lo de la contaminación del aire en
las ciudades es de lo más habitual a diario.
La mascarilla de Tsai, la N95, es digna heredera de la de Lien-teh
y de la tecnología que fue apareciendo tras las guerras mundiales y las
aplicaciones de nuevos tecnologías y textiles. Y en especial del amianto y de
la salud de los mineros en los Estados Unidos.
Y aquí entra la compañía Minnesota Mining & Manufacturing,
la de las tres emes -3M- ;la inventora del papel de lija y la cinta adhesiva; y
del post-it y del estropajo Scotch brite, etc., etc. En 1961, a partir del
diseño para un sujetador femenino, de una copa de aquellas, salió la primera
máscara burbuja. Al poco, la Oficina de Minas de los Estados Unidos se implicó
con 3M en la mejora de esta propuesta y se fue avanzando en conceptos y
tecnología de filtrado para operarios de la minería y la industria.
Pero esa, como siempre, es otra historia
Y, aparte de la mascarilla, lo que nos trae este 2021 es incertidumbre
a raudales.
Incertidumbres sobre mil y una cuestiones, porque con unas simples
gotas de raciocinio nos damos cuenta de que no salen las cuentas entre viales,
personas, fases y calendario vacunal para que todo se nos arregle; que aún
queda mucho por delante. Pero lo vamos a lograr.
[1] En honor
y recuerdo de Francisco Arjona,‘Cúchares’; como al rejoneo se le llama
el arte de Marialva en honor y recuerdo de Pedro José Alcántara de Menezes y
Noronha Coutinho, IV marqués de Marilva y en cuya memoria lucen los caballistas
portugueses, en su casaca -a la federica-, un lazo negro en la espalda en señal
de duelo.
[2] Síndrome
Respiratorio Agudo Severo, neumonía atípica causada por el coronavirus SARS-CoV
que apareció por primera vez en noviembre de 2002 en la provincia de Cantón, en
China.
[3] Efluvio dañino
que se decía desprendían los cuerpos enfermos, las materias en descomposición y
las aguas estancadas. La Teoría Miasmática, formulada por Thomas Sydenham
(1624-1689) y Giovanni María Lancisi (1654-1720) sostenía que el conjunto de
emanaciones fétidas de suelos y aguas impuras, eran la causa de enfermedad.
Obviamente, la teoría ha quedado relegada y sustituida por la Teoría microbiana
de la enfermedad.
[4] Preparado
polifármaco compuesto por varios ingredientes distintos (en ocasiones más de
70) de origen vegetal, mineral o animal utilizado en botica desde el siglo III
aC hasta el XVIII.
[5] Tela
fina de algodón que se creía originaria de Mosul (Irak), aunque su origen se
sitúa en lo que fue la región india de Bengala, hoy Bangladesh.
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