He leído hoy en El País lo del ‘deshonor del águila perdidade la legión romana que se vendía por Internet’ y que tras una acción de la Policía
Nacional, el águila de una de aquellas legiones -de dos mil años de antigüedad-,
reposa en el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz. Hay más información de
las monedas de un tesorillo que del águila, lo que ha dejado valor mi
imaginación. ¿Y si era el águila de la IX Hispana, la legión perdida?
Lo de perder el águila era lo peor que le podía pasar a una
legión romana. Aún recuerdo este detalle de Historia de cuando el bachiller; lo
que unido a mi fascinación por el mundo de las legiones ha hecho el resto. Es
que, de niño, no me cuadraba que una ‘centuria’ (que yo asimilaba a cien por
cosas de Etruria) fueran sólo de 80; 10 contubernios de 8 hombres. Y en algún
momento una centuria fueron menos; 30 y 60 hombres. Tardé en saber que centuria
no deriva de cien, sino de centurión; el oficial que estaba al mando. Eso
sí, el penúltimo rey etrusco, Silvio Tulio, sistematizó su ejército en
centurias de cien hombres; 60 centurias constituían una legión.
Pero eso era con los Etruscos. Ya con los Romanos, digamos
que, por término medio, 60 centurias de 80 hombres componían una legión (4.800
hombres). Hacia la época Flavia (69 dC), al duplicar sus efectivos la primera
cohorte, creció la legión hasta los 5.120 hombres. 6 centurias formaban una
cohorte; y la primera cohorte de cada legión era la más destacada y aguerrida:
la élite militar.
Cuando en el siglo IV aC los galos saquean Roma (por
primera vez) se decide la creación de una fuerza militar más eficaz que el
sistema hoplita imperante y se recurre a la idea modular de legión, más
flexible en todo tipo de terreno. El cónsul Cayo Mario (107 aC) introdujo la
cohorte como unidad táctica legionaria, uniformemente armada, e intensificó el
entrenamiento físico y militar, aplicando una mayor disciplina. Y a cada legión
podía elegir un emblema propio, siempre que un águila de plata fuera su máxima
insignia. Pretendía Mario imbuir espíritu de unidad y conseguir que las
legiones compitieran entre sí en valor y sacrificio.
Apuntemos aquí ahora que hasta el siglo I aC, las
legiones de la República romana se nutrían de levas temporales para campañas militares
específicas; al concluir la campaña, eran licenciadas las tropas. Ciudadano era
sinónimo de soldado. En ese siglo I aC empiezan a no licenciar la totalidad de
la unidad al entrar en el periodo de las guerras civiles (49 al 30 aC), manteniéndose
activas múltiples legiones.
Cuando Cayo Octavio Turino (César Augusto, sobrino-nieto
de Julio César) se hace con el poder e inicia el Imperio Romano (27 aC; hasta
el año 476) tras sofocar las últimas rebeliones, en el año 30 aC disuelve las
más de 50 legiones existentes y con los veteranos de 28 de ellas conforma el
primer Ejército imperial, profesional, con servicio activo en armas por 25 años
y licencia con honores y tierras.
Al hablar de legiones, nos referimos a las que estaban
integradas por ciudadanos romanos, porque luego estaban las tropas auxiliares,
que llegaron a representar 2/3 del Ejército imperial entre el 30 ac y el 284
dC; su composición era similar en número y estructura a la legión, pero no eran
ciudadanos romanos. Sólo los mandos principales. Para las tropas auxiliares servía
cualquiera. Y las auxiliares incluían lo mejor de cada pueblo más o menos
romanizado: hostigadores, arqueros, honderos y caballería; se ocupaban de
atacar por las alas y de las acciones de pillaje, escaramuza y represión.
Pero a lo que vamos; del águila, el símbolo por
antonomasia de las legiones.
Plinio el Viejo, que fue praefectus alae
(comandante de caballería; tropas auxiliares) durante 12 años en Germania, contó
que el haz de paja o helecho (el maniple) que sobre una lanza que fue el
símbolo inicial de las legiones romanas se cambió por símbolos de animales: el lobo,
el toro, el caballo, el jabalí o el águila. Pero, a partir de la reorganización
del 107 aC., el águila voló más alto. Y la seguían donde fuera. Cuando en el año
43 aC las legiones se plantan ante las costas de Britania (¿Chichester, Southampton
o Richboroung?), ante las dudas de echar pie al agua de los legionarios, el aquilifer
(portador del águila) de la XX Valeria Victrix dio el salto y… todos lo
siguieron. El águila de la legión era el corazón de la unidad.
Una de las misiones del aquilifer era impedir que el águila
cayera en manos del enemigo; la pérdida del águila -la mayor tragedia-
significaba la mayor deshonra; y, al menos, cuatro águilas, desaparecieron: las
de las legiones XVII, XVIII y XIX en el bosque de Teotoburgo, y la de la IX
Hispana… pero no sabemos dónde.
Aquí llegados he recordado que el emblema de la IX
Hispana en el estandarte era un toro y que algo le tuvo que ocurrir, algo muy
grave -algo que los cronistas no han querido transmitir-, para que a mediados
del siglo II se pierda el rastro de la IX Hispana. Debió ser algo por lo que perdió
su águila en combate… y fue disuelta. Nunca más se reorganizaría la legión ni
se recuperaría nada de ella; de la XVII Classica, Germánico recuperó los
estandartes y los llevó de vuelta a Roma; pero no el águila.
Y en el caso del águila recuperada en Extremadura no hay
referencia a la legión a la que pudo pertenecer; desde luego que no es de la IX
Hispana, que es la legión perdida de muchos.
La Legio IX Hispana fue creada por Pompeyo a mediado del
I ac (junto las legiones VI a VIII; Ferrata, Claudia y Augusta); dirigida por Julio
César en la Hispania Ulterior (Andalucía), de aquí, fue enviada a la guerra de
las Galias (58 a 51 aC), exhibiendo siempre un toro como estandarte. Estuvo en
las campañas africanas de César y en el 43 participó en la invasión de Britania
y se enfrentó a las tropas de Boudicca (Boadicea); incluso sofocó la revuelta
de los Brigantes. Octavio recurrió a ella en el 36 aC para hacer lo propio en Sicilia
y de allí fue enviada a Macedonia. Y a Macedonia volvió tras participar en la
batalla de Actium, en la que Octavio derrota a Marco Antonio y Cleopatra. Tras su
estancia balcánica, regresa a la Hispania Tarraconensis para participar en las
guerras contra los cántabros, donde se ganó el nombre: ‘Hispana’. Estuvo
después en Germania y en las tierras del Danubio; incluso bajó a Numidia (en lo
que hoy es Argelia) y subió de nuevo a Britania, donde labró aún más su gloria
militar, para volver al continente y establecerse en tierras holandesas
(Nimega)… hasta que en el año 132 dC se pierde su rastro (por perder el águila).
Hay quien pierde el rastro un poco antes; para algunos la
IX Hispania es la legión perdida en Britania que ha generado literatura, cine y
televisión a chorros… hay quoienes sostienen que fue aniquilada por los scotti/pictos
en Escocia. Pero hay investigadores que la llevan a sucumbir en la rebelión de
los catos, en tierras holandesas. Otros sitúan el desastre en Armenia, en la
Capadocia y hasta más allá. ¿Qué le pasó a la IX Hispana?
No lo sabemos; pero su nombre fue eliminado de los
registros y en la relación de legiones en la época de Marco Aurelio (año 161) ya
no aparece… aunque algún día su águila aparecerá como lo ha hecho la de Badajoz,
gracias a las investigaciones de la Brigada de Patrimonio Histórico de la
Policía Nacional.
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