Por incordiar, me gustaría recordarles que España se convirtió
en primer destino mundial del turismo ya en 1964 y que al finalizar la década de
los sesenta el turismo representaba ya casi el 9% del PIB.
Y, desde entonces, el turismo ha estado salvándole el
tafanario a la economía patria hasta que un maldito bicho se ha llevado la
movilidad por delante; los desplazamientos y el contacto persona a persona que es
el turismo y sus actividades y faenas, dañando gravemente la capacidad de un
sector que aguanta y aguanta, sin dar la espalda, pero que merece que se
atienda ahora, cuando aún puede reaccionar.
Gracias al turismo este país puso en marcha infraestructuras, sistemas
de transporte, alojamientos, ocio, gastronomía y ejes comerciales, más o menos
planificados, para exprimirle todo el jugo al turismo (al turista) como en una
presse à canard de La Tour d’Argent, cuando el maestro Frederic Delair.
En la España del desarrollismo, el turismo impactó en la
economía (divisas y más divisas) y en la sociedad española, acelerando la
modernización social, para abandonar el negro perpetuo del luto anquilosado. El
que se construyeran aeropuertos para que aterrizaran aviones con turistas
mejoró la competitividad del país, desarrollando industria y actividad
auxiliar. Hasta estimuló la inversión extranjera. Pero, sobre todo, hizo
aflorar capitanes de empresa, como algún medio de la época llamaba a lo que hoy
llamamos emprendedores, que sacaron brillo a ideas y neuronas, y no siempre a
la par y por este orden. Poderoso caballero es don dinero y a avispados
vendedores de elixires no nos gana nadie (excepción hecha de, Ramón
Gambin Martínez “Ramonet”, Donald Trump y los charlatanes del Lejano Oeste, que
hasta tienen muñequito de Playmobil. [Lo que es la fama, oiga]).
El turismo, aunque le produzca urticaria a más de uno, nos
colocó en el mundo. Ya sé que más les hubiera gustado a esos gosplanistas que
en vez de reclamos de turismo se montaran ocho o diez complejos tipo
Siderúrgica del Orinoco, todos con mono azul, polainas y casco pardo, pero es
que desde tiempos de Tartessos para acá hemos ido sacándole a esta tierra de
damanes casi todo lo que encerraba y a falta de mineral (un yacimiento como el
del Mutún, que todo hay que decirlo), ¿para qué más complejos grises que luego
hay que reconvertir? ¡Sí al Turismo, sí!
Si es que es de chiste: ya en 1950, menos de medio millón de
turistas nos dejaron de saldo medio punto del PIB… ¿cómo es que no nos volcamos
más -ya entonces- con el turismo?
La respuesta es fácil: prácticamente nadie, en los gobiernos,
tanto entonces como ahora, confiaba/confía -creían/creen- en la realidad del
turismo. Y si lo hacen, el fantasma de la trasnochada pátina de la Teoría de
las fuerzas productivas le sale a algún poltronado de actual bancada azul y le
anima a decir que “el turismo español es precario, estacional y de bajo valor
añadido”.
Hoy el turismo es una seña de identidad de España y a pesar de
todo lo que ha supuesto desde que a principios del siglo XX pensaron en él como
la “industria de los forasteros”, tenemos relegado al Turismo del núcleo duro
de las decisiones de gobierno; y desterrado de las acciones de gobierno. ¿Por
qué?
Porque el turismo siempre ha sido una consecuencia sobrevenida
y porque siempre se ha considerado que la política turística es un capítulo de
la política económica.
El turismo es transversal (y todos quieren mangonear, lo que
complica mucho la gestión mientras no esté en la cúpula de las decisiones y
haya mucho Hemoal para calmar) y es una actividad muy joven en la que las
políticas turísticas se combinan, de manera variable, en torno al crecimiento
de la actividad (adecuándola al momento), planificación (que se puede ir de las
manos), la experiencia vivida, el servicio consumido y el desarrollo de los recursos.
Aquí llegados, debo reconocer una cuestión: el que el turismo
sea tan dinámico y cambiante, que siempre se tenga que estar reinventado, no
contribuye a que se les preste la atención que merece. Pero es excusa de muy
mal pagador.
Hubo un tiempo en se inventaron lo de “Civilización del Ocio”
para ver si así no se le prestaba tanta atención al factor celeridad que lo
ensombrece; pero ni por esas. Gozando de cierta invibilidad.
Ahora bien, hemos tenido destellos brillantísimos cuya luz
cegadora nos ha hecho creer que se le daba cancha al turismo cuando, en
realidad, se le utilizaba para sacar las castañas del fuego. En 1959, con el
Plan de Estabilización y la nueva paridad de la peseta (hecho que mucho se nos
olvida; de a 60 pesetas por dólar) nos pusimos en órbita… y ahí sigue el
turismo, en órbita geoestacionaria, con el sambenito de que es imprescindible,
y con moratones en la espalda de tanta palmadita.
Si hasta de habló del “milagro turístico español” en la década
de los sesenta; pero fue porque financió el 71’5% del déficit comercial.
Y nos fue bien; y todo fueron parabienes, pero no se le subió
al Olimpo de las decisiones.
Al producirse la primera crisis del petróleo (1973; que
tardamos un año en sufrirla) el turismo ya representaba el 9’7% del PIB español,
dando trabajo al 13’2% de la población ocupada. Casi 2 millones y medio de
españoles vivían ya entonces del turismo y “la industria de las industrias”
-como también se la llamó en un ripio poético- hacía funcionar la construcción,
las fábricas de muebles, las de enseres, el butano, las gasolineras, los bares
y restaurantes (chiringuitos varios), las eléctricas, los supermercados (y por
ello el agro), los transportes, las distribuidoras, la artesanía, los
espectáculos y las meninges de los avispados para generar productos turísticos.
Cuando las sucesivas crisis han ido haciendo mella en nuestro
sistema, siempre se ha mirado al turismo pidiendo que tirara del carro
(¡llamándole burro!) y la nobleza del sector ha sido capaz de sacar al país de
otro y otro descalabro económico hasta el infinito y más allá. Y eso ha sido
hasta hace nada, la década pasada, en pleno siglo XXI. Y ahora, si te he visto
no me acuerdo.
De vez en cuando sale algún trabajo que reconoce al turismo,
pero no le adjudica todo el mérito. Las partidas que financiaron la
industrialización española en los sesenta y setenta fueron, por este orden, las
divisas del turismo receptivo, las remesas de los emigrantes y las inversiones extranjeras.
Gracias al turismo España experimentó desde los años sesenta un nivel de
terciarización por encima de la media del conjunto de los países desarrollados.
Y esto cuesta reconocérselo al turismo; como si la terciarización fuera algo
malo.
En el siglo XXI el Turismo ha estado ahí, superando las crisis
de las puntocom, el 11S, lo del Nasdaq, el lío de Merryl Linch & Lehman
Brothers, los Hedge Funds, el capuzón de China, la crisis de la deuda europea y
la crisis bancaria, la guerra de divisas… Y no ha pedido nada a cambio de
soportarlas.
Claro, me dirán que la extraordinaria dependencia vacacional
de Reino Unido, Alemania, Francia, Holanda y los países escandinavos por España
ha jugado en esta partida a favor del Turismo y como siempre hemos tenido el
sol de cara. Cierto, siempre tendremos el turismo como Ilsa tendrá París (¿No
le dijo Rick ‘siempre tendremos París’ cuando Ilsa le pregunta por su amor antes
de que él se quedara compuesto en el hangar y ella se fuera?).
El turismo ahora pide -como Emilio Delgado (Fernando Tejero)
el conserje de la finca de la calle Desengaño número 21 pedía- un poquito de
por favor. Y mucho sí, pero no. Vicente Boluda, presidente de los empresarios
valencianos, decía en Benidorm, el jueves 10, que veía “poco o nulo apoyo” de
las Administraciones, en manos de los políticos, al turismo. Y advertía del por
qué: por que no creen en él. Por regla general, un político no cree en el
Turismo; como mal menor, le es indiferente.
Y el turismo funciona porque a su favor juegan las ganas, la
voluntad, el ideario de felicidad, la necesidad de los viajes y las vacaciones,
el precio, la seguridad, el tipismo, la calidad y la cantidad de servicios que ofrece
el país o que los turistas encuentran sin que hasta la fecha haya un rival -destino
alternativo- capaz de ofrecer lo mismo. Últimamente la competencia es feroz en
el Mediterráneo, pero España aún tira. Y con fuerza.
Saben que el turismo, aguanta y nunca da la espalda. Y eso es
un problema. Resiliencia, también le llaman.
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