Hoy, 26J21, ya nos podíamos quitar la mascarilla, si
manteníamos unas sencillas y muy elementales normas. Yo, aún con una dosis a
cuestas camino de los tres meses, como que no veo la medida nada prudente; y
estoy más al lado de Brassens… yo no pienso pues hacer ningún daño, viviendo
fuera del rebaño.
Mientras paseaba junto a la playa de Levante escrutando el
comportamiento humano reflexionaba (en silencio) esperando llegar a casa y
plasmarlo tal que así.
Dicen, cuentan, aseguran que a esta pandemia le estamos viendo
los pelos del rabo; y aunque hasta el rabo todo es toro, dicen que podemos
estar aspirando a recuperar la actividad tradicional. ¿Tradicional? Pero, con
la que está cayendo, ¿qué va a cambiar en nuestra sociedad?
Muy estudiados están los cambios que las anteriores grandes
pandemias trajeron, una vez superadas, a la sociedad. ¿Qué sacaremos de esto?
La terrible y persistente peste negra de los siglos XIII y XIV
contribuyó en que a partir del XV cambiara la percepción humana (al menos la Europa
y occidental) sobre la manera de vivir y morir; y cambió al hombre medieval
hasta por lo menos los finales del XVII. ¿Cambiará el Covid al hombre del XXI?
La irrupción de aquella pandemia altomedieval ocasionó una
crisis existencial sin precedentes, que en lo económico acabó con las grandes familias
banqueras y dejó inconclusas iglesias y catedrales; y aquello era el sumun. El
campo se despobló; muchos campesinos huían a las ciudades que, víctimas de la
pandemia sumaban tantas bajas que eran bien recibidos quienes llegaban; y ya no
volvieron al agro. Los que se quedaron vieron revalorizado su conocimiento
cuando el campo recupero su capacidad para volver a abastecer a la ciudad; pero
no mucho mejor remunerados. La agricultura introdujo nuevos métodos y cultivos
persiguiendo rentabilidades que nunca antes habían sido imaginadas.
En las ciudades se mejoró la organización, se desarrolló la
prevención sanitaria y la fisiología empezó a animar la investigación médica y
la propia medicina. El hombre apostó por el bienestar y la prosperidad
terrenal, adoptando una posición sumamente científica de su prospectiva de futuro
para superar la adversidad que hasta entonces había sido el día a día de su
devenir.
Aquella pandemia hizo entrar en juego el sentido laico del tiempo
y la capacidad del hombre por afrontar la realidad comenzando a proyectar el
concepto seguridad con un halo de universalidad física y social.
Irrumpieron las máquinas y fueron adquiriendo complejidad y
eficacia, con lo que comenzó a reducirse la cantidad de sangre (hombres y
animales) para el trabajo. Entró en liza el tándem ciencia-técnica y comenzaron
a fraguarse las grandes obras junto con el auge de la actividad industrial, los
mecanismos de relojería, el avance de las armas de fuego, los inicios de la
siderurgia industrial y los avances en navegación tras la fortaleza de
cartografía.
Finalmente, la religiosidad -que banalizaba la muerte-, ante
tanta muerte, comenzó a celebrar la vida: a este mundo ya no se venía a
padecer, sino a vivir, driblando los escollos de la vida, con mayor o menor
fortuna. La muerte comenzó a ser tenida en cuenta como realidad biológica y
como un paso para saltar al más allá; la muerte es imparcial -y muchas veces
injusta-, pero inexorablemente llega, sin excepciones, siempre ajena a motivos
morales.
Sí, aquella gente que superó la peste y se plantó ante una
etapa que llamamos Renacimiento de la que conocemos su proyección venía de una
etapa muy sombría. Pero nosotros, en 2021, venimos de una etapa de prosperidad
con las grandes cifras de 2019. Eso sí, vivíamos sin atisbar un futuro en el
horizonte; íbamos en pos de él al grito de ¡hasta el infinito y más allá! Pero,
ahora ¿qué?
Hasta ahora los sistemas económicos y financieros funcionaban
porque sí; por inercia. ¿Cómo va a ser a partir de ahora? Porque, hasta
ahora, no se hacía nada para contrarrestar lo inesperado, aunque alguno lo
había pedido.
No estamos hechos para lo impredecible; esta
deficiencia es nuestra mayor vulnerabilidad, pues siempre nos pilla con el paso
cambiado y los intereses creados. Desde los años cincuenta del siglo XX estamos
enfrascados en saber hacer cosas y hacerlas una y otra vez mejor, a partir del
sector servicios. El negocio está en producir y vender; incluso producir y vender
felicidad, aportando innovación, tecnológica e investigación científica. Y
mientras las prospecciones de la FAO sigan asegurando que con lo que hay -bien
empleado- podemos alimentar a más millones de personas que habitantes tenga el
planeta, ¿para qué vamos a preocuparnos de más?... aún a sabiendas de que la
realidad supera al estudio prospectivo y que hay hambre y desequilibrios en el
planeta.
La pandemia restringió la movilidad y anuló el contacto físico;
un problema, porque somos sociales por naturaleza. A falta de un fármaco,
recurrimos a evitar los contactos y confinarnos; iniciamos un acercamiento
virtual gracias a la tecnología (y la innovación), al tiempo que levadura y
harina entraron en la lista de la compra para que la repostería fuera un
aliciente en el confinamiento. En todo este tiempo, conceptos como ‘aplanar
la curva’ (que siempre era ascendente) y ‘evitar el colapso’
(de hospitales colapsados) se convirtieron en mantra que ansiaba un halo de
esperanza en nuestras recluidas vidas.
El llanto por los mayores que sucumbieron y el aplauso a los
sanitarios no se sostuvo en el tiempo -olvidar es fácil y sencillo-, pues la
cuestión era ‘volver a la normalidad’ a modo de insuflar ánimos y optimismo; se
le llamó ‘nueva normalidad’ por no decir ‘cruda realidad’. La virtualidad
conectiva llegó hasta la consulta del médico, que unos meses antes se vendía
con una exclusiva innovación; pero el teletrabajo sólo ha sido una válvula de
escape porque no estaba contemplado en muchas legislaciones laborales. El e-learning
(las clases virtuales, a fin de cuentas), con dos décadas de iniciativas de
implantación, entraron por la puerta grande acortando el paso de la presencial
a lo digital.
Sí, ahora hay nuevos patrones culturales de comportamiento y
la pandemia del siglo XXI ha puesto de relieve la importancia estratégica de la
sanidad, la agricultura, la logística, la ciencia, la tecnología, la innovación
y la formación. Y a la nueva luz de estas áreas lo que urge es hacerle un DAFO
al país y la prueba del algodón a la gestión de los gobiernos, muy lejos
siempre de la calle.
Seguimos viviendo un momento inédito y planteando cambios. Y… a
partir de ahora, ¿qué? Habrá que estar siempre preparados para contrarrestar
lo inesperado y mucho mejor formados frente a la adversidad diseñando un futuro
que pueda hacerse realidad.
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