Vaya por delante que yo sólo una vez en mi vida he estado
pendiente de la mota del río; del río Segura. Pero lo recuerdo.
Una mota es una elevación; un ribazo con el que se controla
un curso de agua.
Ahora, cuando veo las imágenes del Ebro desbordado y de la gente que vive pendiente de la mota del
río, me acuerdo de aquellos momentos de zozobra, si no de angustia. Porque
cuando un río dice ¡Voy!, no hay quien lo pare. Es un empuje silencioso y
lento; que traspasa. Pero si la mota cede, el río campa a sus anchas sólo
pendiente del desnivel, buscando el mar… si lo encuentra, que lo más fácil es
que inunde lo que pille.
Mis recuerdos de la mota del río son de aquellos días de Origüelica
del Señor; de crío, que ni siquiera de chaval. La cuestión era ir a ver
en la escala del puente cómo “venía”
el río. Si estaba por el 8, o el 9… o había pasado ya la escala de aforo, de
azulejo blanco numerado. Y oías los comentarios. Y la desazón por la caída de
la noche mientras el nivel subía y subía… Y oías lo de la “punta de crecida” y…
calculabas a ojo de buen cubero; porque ya me dirán, cuando todo el monte es
orégano, cómo calculas la velocidad de esas aguas.
Ahora me vienen a la mente los nilómetros. Los egipcios medían el
caudal del Nilo ¡para fijarar los impuestos con que gravarían la cosecha
siguiente! A mayor nivel de agua, mayores cosechas y mejores recaudaciones.
Aquellas crecidas depositaban limo aluvial fundamental para sus cosechas. Todas
las crecidas lo hacen, pero los egipcios vivían de ellas; nosotros las
padecemos.
Ahora estábamos en otro nivel de producción y de vida. Pero
volvamos al río y a la vigilia de las motas del río.
¿Y la Contraparada?, oiga. Saber cómo
evolucionaba la cosa en la Contraparada,
el azud mayor que hoy sé que está
por Murcia -por Jabalí Nuevo-, era otra constante a la hora de preguntar. De
allí arrancaba la acequia Mayor de
Alquibla que ponía el agua en la huerta oriolana tanto en riego como en
avenida. Otro punto a controlar.
Naturalmente en casa había que estar pendiente de cómo “pasaba” el río por el Molino de “El Rojo”; pasaba por él, o por encima. A “El Rojo” no sé si le decían así por
el pelo color panocha que tenía, o porque la molienda así se lo ponía; porque
de su adscripción política nunca oí nada. Eso sí, no gastaba buenas pulgas. Y
lo sé porque al lado estaba la Agencia Huertas, jugábamos al fútbol (bueno, yo
daba puntapués), y más de una pelota terminaba en el molino.
Y naturalmente que también había que estar atento a las llamadas
de teléfono que desde Murcia hacía un propio, de mi abuela o de la Hermandad, o
de la Federación, que relataba la cosa, así como otro que desde el Molino de la Ciudad, que estaba (y
está) antes de entrar el río a Orihuela, narraba la situación. El Molino de la
Ciudad tenía una escenografía particular; “fábrica”
de luz que había sido, era como una isla en medio del río a la que se llegaba,
quiero recordar, por un buen puente; puente que algún día las aguas cubrieron.
Riada en Orihuela. Calle San Pascual y Plaza Nueva (¿años 50?; captura de Internet) |
El Segura, todos lo sabían, seguro que se salía por el
Riacho -por la fábrica de hielo-, e inundaba la Plaza Nueva: una vez sí y otra
también. El alcantarillado era su fiel aliado; por allí el río comenzaba a
adueñarse de la ciudad.
Mientras tanto, en aquella casa de Obispo Rocamora, recuerdo
los portales preparados para estos episodios. A ambos lados, en las jambas,
estaban esculpidas las ranuras para colocar los tablachos de madera, los ladrillo huecos del 8 preparados, y el
saco de yeso siempre dispuesto. Yo recuerdo a mi abuela Mercedes poniendo “la
pará” -barrera con el tablacho y los ladrillos enyesados y enlucidos-
en la puerta de entrada a la casa y en la del almacén, que era mucho más
grande. Aquella vez que digo, el agua no subió ni a la altura de la acera, pero
el río Segura se salió.
Y creo recordar que siempre preocupaba mucho la mota del
río. Dos motas en concreto. Una por San Francisco; y la otra camino de Molins.
Sí, la casa del Tío Torero estaba
allí inhiesta frente a la mota del río, pétrea, sólida, con su arco blanco;
bastión desafiante. ¡Coño!, entonces se
limpiaban los ríos; buenas cañas que salían. Era una forma de armar las riberas
y hacer más fuertes las motas.
El pavor a la crecida se mantenía hasta llegar al Reguerón;
a partir de ahí sólo quedaba el miedo, porque aún faltaba mucho trecho hasta
Guardamar -muchas tierras, mucha gente, muchos árboles, muchas cosechas y mucho
ganado- por dónde el río podía salirse de madre y arruinar casas y gentes… que
aún quedaba mucha Vega Baja. Pero la preocupación de mi abuela arrancaba en San
Francisco y terminaba en el Reguerón.
Bueno, en Murcia hay otro Reguerón, pero ese, cuando las
aguas llegaban a Orihuela, poco importaba ya. O sí; mucho. El Reguerón murciano
desviaba parte de la crecida en Murcia y la dejaba en Beniaján, aportando un
plus de peligrosidad a la Vega Baja. Pero el Reguerón al que me refiero, es la azarbe Mayor de Arneva; Reguerón de
Hurchillo que también creo recordar le decían.
Mucho recordar… Y recuerdo que la acequia era de aguas vivas
y la azarbe era de aguas muertas de riego, incluso sobrantes, que con el tiempo
se oxigenaban y vitalizaban un poco… En días crecida, ningún cauce distingue.
Y ahora que lo recuerdo, en mis días de radio -en Radio Orihuela (EAM32)-, si viví una
riada de aquellas. Y me he acordado de Pepe y Baldo Ruíz, de Paco Murcia y de
una unidad móvil -un “Pandica preparao” que izaba el mástil, y la
antena, y “llegaba” a cualquier lado- que casi se queda junto al Reguerón
porque el agua color café con leche, cuando dice de subir, sube y no puedes
distinguir el suelo firme del otro.
Y aquí llegados, pendiente -¡cómo no!- de las muchas motas
del río que aún quedan por ahí, aprovecho para rendir mi pequeño homenaje a mi
abuelo Juan. Juan Díaz Giménez.
Fue en agosto de 1934
cuando una riada -sí, en agosto; cuando llueve, llueve; y las ramblas salen-
sorprendió a un autobús de niños de la Casa de Beneficencia de Orihuela que
iban camino de Guardar del Segura a pasar unos días de vacaciones a una colonia
que por allí había. El autobús atravesó el crecido Derramador (Rambla del
Derramador o de la Alcoriza; que ahora debe tributar en La Pedrera) y allí se
quedó. Se dio aviso al Cuartel de Jacarilla
y los guardias acudieron a rescatar a los niños, a dos hermanas de la Caridad
que los acompañaban, al administrador y al chófer. El expediente es prolijo en
detalles y puntilloso. Tanto que a mi abuelo se le propuso para una medalla -la
de Beneficencia- por la acción. La prensa del momento lo contó.
Bueno, seguiré pendiente de la mota del río, del Ebro o de
cualquier otro, porque creo saber lo que es eso. Y en cuanto baje el nivel,
recomiendo ir a comprobar cómo ha quedado, que no es más que tierra compactada
y la Potamología lo aconseja.
PD. Y qué narices tienen los de Boquiñeni, lugar ancestral y Templario de siempre en Aragón, de
estar por debajo del nivel del río Ebro y vivir pendiente de la mota del río.
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