Comenzó la jornada Gran Benidorm (9 de junio) recordando
la figura de José Miguel Iribas. Se
le echa de menos; el tiempo no hace mella en su legado, no desvanece su labor.
Y allí estábamos para glosar un poco más el fenómeno Benidorm; esa era -y es- la
excusa de Gran Benidorm (hasta el 13 de agosto en el Museo Boca del
Calvari). Allí acudimos convocados para meditar sobre la mejor respuesta que se ha concebido para el turismo masivo del sol y
playa: Benidorm. Gran Benidorm. En palabras de Oscar Tusquets, “un experimento muy interesante y bello”.
Abrió el melón el arquitecto José Luís Camarasa señalando la grandeza de Benidorm “como resultado de un proyecto hecho realidad
a partir de las más sencillas directrices”, elogiando el haber logrado
por primera vez en el mundo la coexistencia entre playas y torres de
alojamiento, el haber conseguido el marchamo de baja densidad -lo que minimiza
el impacto sobre el territorio- y la diversidad espacial haciendo simple un
orden complejo.
El documento original |
Camarasa nos endilgó al comenzar placenteros pildorazos de
endorfinas puras -“Benidorm es la socialización del baño”, “Benidorm es la fusión de la
ciudad mediterránea y la metrópolis americana”- para llegar a concluir que lo fundamental fue “dotarse de una utopía”…
viniéndome a la cabeza la célebre inscripción pétrea que reposa bajo las aguas
de la fuente en el Parque de Elche, “De ilusión también se vive”.
Y es que aquél Benidorm de 1956 -y el que nos ha llegado hasta
hoy-, Camarasa y Tusquets lo expusieron como “el laboratorio urbano con el que
el Gobierno de la Autarquía testó la Ley del Suelo”. Y aquí salió mejor
que en otros lados porque se aplicó como modelo y no como norma a partir de la
que… Las imitaciones no funcionan.
El caso es que fue la primera ciudad-jardín en adecuarse a
las demandas del siglo XX, pero como no cuajaba con celeridad, por operatividad
y ganas de pervivir, viró hacia la ciudad en altura (del Plan de 1963) dejando
ya como impronta que “nunca en tan poco espacio se ha hecho tanto
a favor del urbanismo”: la principal figura de protección medioambiental
está vigente desde 1956 y más de la mitad del término municipal está fuera de
veleidades edificatorias de cualquier tipo. Y aquí, admás, se buscó la fórmula
de “encajar
volúmenes sin tapar el sol unos a otros”. Estar orientada al Sur y ser
recorrida de Este a Oeste por el Astro rey otorga ya una estructura que ha
sabido aprovechar el trazado urbanístico y la edificación en altura separándose
de la torre de al lado que busca, a su vez, otra disposición en la parcela: no
me tapas, no te tapo. Permeabilidad visual.
Camarasa exhibió también los defectos de aquél plan de 1956;
los mismos que el propio Pedro Zaragoza
Orts y el arquitecto redactor Francisco
Muñoz Llorens me contaron en su día: “el PGOU de 1956 no contempló ninguna zona
verde, como tal, en la ciudad; no reservó suelo para equipamientos sociales; no
contempló mecanismos de gestión tal y como los contemplamos ahora -aunque se
adelantó a la Ley del Suelo de 1956 que arbitraba la “cesión” de los viales-; y
no protegió lo suficiente el casco antiguo en cuanto a la preservación de su
estética hasta la cuestión que no se le cita como tal, sino como casco
tradicional”.
El Plan ha cumplido ya sus 60 años… “Nueva York tardó 80 años en
decidirse a crear Central Park; y fue por salubridad” le escuché a
Camarasa, mientras tomaba notas, y me pareció lluvia de mayo. Aquí se han ido
contemplando antes esas zonas verdes.
Aún dio el arquitecto municipal algún brochazo de color.
Aunque el exalcalde Manuel Catalán Chana sostiene que “nadie
habla de ‘mi plan’”, Camarasa lo citó; “La revisión del Plan, en los 90, dio
pasó a un plan de nuevo cuño adaptado a la Ley de 1976 que atendió a las
cuestiones dotacionales”. Vale, fue al principio; pero la cosa iba de Gran Benidorm y de la visión del gran Tusquets.
Aún tuvo tiempo de hablar de la arquitectura de autor, de las calles peatonalizadas -cuando en el
resto del país eso era pura entelequia-, de las supermanzanas diseñadas -cuando
no se tenía muy claro ni el concepto de barrio-, de la vida de las plantas bajas
-donde todo lo más, en sitios “de veraneo” se apostaba por la silla a la fresca-…
de los análisis de Bohígues y de los ciclos económicos de España y Europa -desde
finales de los 50- que han quedado reflejados en cada jalón del desarrollo
urbanístico de Benidorm; una ciudad que desde el primer día optó por el modelo
de alojamiento hotelero y posibilitó la vivienda unifamiliar en altura
permitiendo la universalización de las vacaciones de las clases medias.
Concluyó Camarasa con el decálogo de la realidad urbanística
de Benidorm: óptimas condiciones geográficas, tejido empresarial emprendedor,
gobernanza urbanística amistosa, modelo territorial de bajo impacto,
planeamiento urbanístico sencillo pero ambicioso, mínimo consumo de territorio,
actividad turística exportadora, movilidad peatonal interna intensa,
infraestructuras urbanas adaptadas con marchamo de máxima eficiencia (con el
ciclo hídrico como ejemplo: Benidorm gasta menos agua en 2017 que en 1975 con
cinco veces más población) y modelo de eco-ciudad sostenible de alta eficiencia
energética y absoluto respeto al medio ambiente.
No me extraña que ahora trabajemos con ímpetu en pos de esa
declaración de Patrimonio de la Humanidad.
(Mañana, más; y esperemos que mejor)
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