Esta mañana leía que el Náutico de Altea peligra. El 19 de
junio, 40 años después de haber comenzado su singladura, podría desaparecer al
no serle renovada la concesión.
No entro en detalles; no me corresponde.
Pero sí quiero recordar aquella prueba tan singular como fue
“200
millas a 2”, regata de invierno por excelencia, donde el amigo Berto Orozco -“el mejor reportero que conozco”- me sumaba al equipo que la
retransmitía y vivíamos momentos de calma -recuerdo un “lectura de corredera: cero, cero, cero”-, momentos de tensión -“el paso de Els Freus, en noche cerrada”, en algún episodio levantisco-, o
momentos de tensa espera e incertidumbre esperando detectar el horizonte el
barco triunfador.
Por lo general, los partes meteorológicos de finales de
febrero y todo marzo son lo suficientemente complejos para aventurar la
dificultad de la singladura de esta regata, y la costa norte ibicenca se las
trae.
Yo recuerdo, aún tengo grabadas en mi mente, episodios de la
regata de 1989 en la que se fueron sumando los abandonos, por el temporal, y
sólo un barco, el sólido Arión, regresó a puerto y ganó la
regata. Recuerdo la emoción de la pareja de tripulantes -Rafael Beltrán y Juan
Rodríguez- al entrar en puerto y la de cubalitros
que circularon por allí. Luego, a uno de aquellos tripulantes, político en
activo, lo encontré en Valencia -diputado a Corts-, donde recordábamos aquella
experiencia, los pormenores de la batalla por regresar a tierra, la
satisfacción de ganar aquellos lingotes y el reconocimiento a la singularidad
de haber sido los únicos y haber puesto la regata en la actualidad nacional.
Recuerdo que me permití jugar en la crónica con el Arión mitológico, las cosas del dios
del Mar -Poseidón-, y el significado del nombre: “el más valeroso”. Y lo
compliqué aún más con la historieta de Arión
de Methymna y su épico viaje de regreso a Corinto, como este “Arión”
a Altea en aquella noche de finales de febrero, el canto a Apolo y el delfín
que éste le envía y que lo llevó sano y salvo, en su lomo, a tierra. Seguro que
un delfín los trajo a puerto seguro. Me quedó “niquelada” la crónica, pero no la encuentro ahora, y sé que la tengo
en casa, pero aún conservo tanto disquette
imposible de volcar para recuperar trocitos de historietas literarias de
aquellos años. En fin.
Recuerdo también que en esa regata, la del 89, el barco de
la CAM, una especie de Fórmula 1 del mar -decían las crónicas del momento;
decíamos en ellas- volcó y resultó “laminado”
por la fuerza del temporal; y rescatada la tripulación. Tengo en la imagen a un
Cocúa Ripoll aún con traje de agua contándonos
el infortunio y radiándolo en cadena al tiempo que expertos y “enteraos”
polemizaban sobre la fabricación en fibra frente a la clásica solidez de las maderas
náuticas tradicionales del “Arión” vencedor. Es que otros
rompieron palos y un buen número de embarcaciones se dieron la vuelta nada más
dejar atrás la isla de Benidorm. Tan sólo 11 embarcaciones cruzaron Els
Freus.
Pero sobre todo, de aquella regata del 89, tengo aún muy
presente la angustia que vivimos aquella noche y muchas horas de la siguiente. “Se
nos perdió un participante” en medio de la tormenta y de la noche.
Espero que no me traicione la memoria pero es que el nombre no he conseguido
olvidarlo: algo así como “Enguiribiscuáquero”.
No respondía a la radio, ningún otro barco reportaba haberlo
visto en los momentos clave de la travesía; había pasado algunos puntos de
referencia controlados, pero al alcanzar la costa norte de la isla, al comenzar
el regreso a casa, el “Enguiribiscuáquero” (insisto, que
creo que así se llamaba) ya no aparecía por ningún lado. Estábamos preocupados.
Nada más amanecer la Guardia Civil se sumó a la búsqueda por la abrupta costa norte
ibicenca mientras el temporal arreciaba. Y ni flores.
Al final, ellos mismos dieron reporte: se habían refugiado
en una cala y estaban bien. ¡Pero qué nochecitas pasamos! Alguno de nosotros
juró en arameo; pero pese al mal tiempo, nos inundaba la satisfacción: todas
las tripulaciones estaban bien.
Luego, a la semana siguiente, en la fiesta de entrega de
trofeos sólo quedaban las sonrisas y las anécdotas, pero Ambrosio Sevilla,
Marino Gil, Berto y yo habíamos llevado por dentro la incertidumbre y los
sinsabores de aquellas horas. Ellos, más.
Hice tres regatas de esta guisa y disfruté de las gentes del
Náutico de Altea. He vuelto muchas veces a comer. Allí pasé mis primeras noches
de 1987 cuando llegué a esta tierra -en un Dehler
36- antes de anclarme en un apartamento de la Avenida del Mediterráneo. Tengo
buenos recuerdos del Náutico alteano que ahora está a 20 días de ser o no ser.
Ahora siento una mezcla de rabia y pena porque se llegue a
esta situación, pero tengo el arcón lleno de recuerdos, bonitos recuerdos, y
espero que la botavara no golpe a nadie en esta situación.
El “Enguiribiscuáquero”, al final… se
salvó.
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