Juli Capella es,
además de arquitecto y diseñador, una referencia en las páginas de El País (desde 1985; en el suplemento
cultural Babelia) y
de El País
Semanal; una década después
comenzó a colaborar en la
revista Barcelona Metròpolis
Mediterrània (hasta el 98); también ha colaborado en el
diario Avui (1994-99) sobre
temas de diseño
y arquitectura; y desde
septiembre de 2000
lo hace con periodicidad mensual para El Periódico de Catalunya.
Con motivo de Gran Benidorm vino a hablarnos de “las virtudes de un urbanismo como el de
Benidorm” del que, como joven estudiante de arquitectura a finales de
los ochenta, denostaba; odiaba, en realidad. Ahora ofrece conferencias
señalando “las virtudes de un urbanismo
como el de Benidorm”. Nos confesó: “Mario Gaviria me abrió los ojos con Benidorm”.
Capella sintetizó las virtudes quasi teologales: “los bloques generan espacios abiertos, hay
un ejercicio de ordenación del espacio donde la playa es acercada a todos y de
una calle a otra pasas de la nada al todo”.
Personalmente me gustó cuando pontificó aquello de “la
ciudad difusa es un engañabobos; la ciudad debe ser apta para ser vivida con
intensidad”. Y llegó a la comparación: “la alternativa a Benidorm es la
antítesis”… y para ello utilizó varias imágenes urbanas de destinos
turísticos de las que a los presentes la que más nos sonó, por cercanía, fue
Torrevieja; pero hubo un desfile de aglomeraciones que no han sabido captar los
principios urbanísticos que en Benidorm son ley. Sobre todas esas otras
realidades turísticas Capella fue demoledor: “creamos autismo social, no ciudad”.
Y fue a más: “de cerca, es más patético: no tienen ni aspecto ni contenido de ciudad”.
Es que la ciudad es vida y actividad en las ya célebres ‘plantas bajas’.
Incidiendo en ello, el arquitecto lanzó una pregunta a la
concurrencia: “¿Hay algo mejor que un edificio en altura?”. Silencio
expectante por respuesta. Él mismo ofreció la respuesta: “un edifico en altura que disponga
de una bandeja comercial que de vida a la calle”. Hablamos de Benidorm.
Y entonces, el terratrèmol de la mascletà: “lo básico de una ciudad no es la
unidad de vivienda; lo fundamental es la vida comercial, la actividad a pié de
calle”. Y a partir de ahí formuló la conclusión: “el gran
imán de Benidorm , lo que atrae a la gente, es la vida en la calle que convoca
a gentes de todas las edades. Detrás de la calle está el edificio; está el
relax”.
Ilustró su exposición con ejemplos que, muchos, no nos habíamos
cuestionada con tal crudeza de realidad. Se había parado usted a pensar que en
la ciudad dispersa el 75% del tiempo de funcionamiento del alumbrado público es
inútil y que cada farola puede llegar a ‘atender’ hasta a 3 personas mientras
que en la ciudad compacta esa inutilidad no alcanza ni el 25% y cada farola ‘da
servicio’ a un mínimo de 20 personas.
Luego se explayó: “la ciudad dispersa supone más contaminación,
más gasto energético, más coches, más atascos, mayor consumo de recursos, más
gasto en servicios…”, más, más; “la ciudad extensiva tiende a ser negativa”.
La clave para evitar todo esto es “hacer ciudad para las personas”.
Finalmente animó a hacer un viaje con Google Earth por la costa española y constatar cómo está todo: “te
puede dar un patatús, hasta que llegar a sobrevolar Benidorm”.
Le tomó el relevo otro arquitecto de tronío, de los amigos
de Oscar Tusquets, Jordi Garcés, con
un currículo de nivel imperial -catedrático de Proyectos en la Politécnica de
Cataluña y un sinfín de premios y galardones para sus obras y realizaciones- que
nos ofreció una “aproximación personal”
al modelo Benidorm: “Benidorm es un ejemplo de resultados
positivos en urbanismo y arquitectura” donde todo salió bien: “bien
dibujado, fue densificado por los agentes; pero su adulteración estaba
condicionada por unas normas tan simples no pudieron ser esquivadas”.
Simplificó Garcés: “lo que se dibuja, siempre que esté bien, se acaba construyendo”.
Y también sacó a pasear ejemplos: “Platja d’Aro es un modelo parecido, pero no exitoso; se quedó a medias.
Intentó contemporizar y falló. Sitges, una actuación indiscriminada sobre el
territorio adulteró todo el tejido urbano. Cadaqués tampoco supo asumir el
modelo ‘verdad’… Y fue bajando por la costa y hasta saltó a las Baleares
ilustrando su exposición… Y llegó hasta más allá de las Columnas de Hércules… y
volvió su vista a la Terreta; y dentro de ella a Benidorm: “En
Benidorm los arquitectos del Movimiento Moderno han triunfado; la composición
arquitectónica es total. No hay impostación alguna. Aquí se va de cara al hecho
funcional. Hay naturalidad urbanística y arquitectónica”.
Terminó Jordi Garcés sacando a pasear la cuestión de la
turismofobia como un síntoma de cuando las ciudades no son conformes al giro en
su función económica. Benidorm se diseñó para el ocio, el descanso, la
felicidad de las personas en su actividad hacia el turismo, con el añadido del
factor del alojamiento hotelero. El modelo no está cuestionado porque, explicó
Garcés, “el monocultivo turístico incide en lo festivo y aporta un plus a la
ciudad”. Y, posteriormente, puntualizó: “y la gente lo sabe”. Por
eso no es de extrañar ese recuadro en El País (28 de mayo de 2017): ¿Por qué en Benidorm no hay malestar”.
La respuesta está en el modelo… y en sus gentes.
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