Como rescoldo de una conferencia telemática a la que habíamos
asistido, pasé a integrarme -un poco hastiado, todo hay que decirlo, y con un tentempié
de cena- en una conversación WhatsApp entre colegas a cuenta del turismo y sobre
lo asistido. La cosa se alargó más de la cuenta y fue degenerando hasta tal infranivel
que el colega -llamémosle- A nos sobresaltó con un ¿cómo cuantos tipos de
turismo conocéis?
Se produjo un silencio que atronaba. Entrarle al trapo al
colega A podía traer consecuencias nefastas y el bocado -con su pizca de anchoa
en lo alto- era tan sublime que opté por pasar turno mientras abría otro
botellín.
Pero el colega -llamémosle- B, cual metrallera[1]
Fatchamps de 1851 empezó a disparar en plan ráfaga sostenida: “de Sol y
Playa, de incentivos y reuniones, de segunda residencia, de naturaleza, rural,
de salud y belleza, cultural, de compras, gastronómico, de congresos, de
cruceros, etnográfico, urbano, de negocios, de festivales, de tercera edad, de
museos, religioso, de cementerios…”.
Al llegar al tanatoturismo, ya deglutido el
bocado, me atreví, con inusual osadía, a preguntar: “y este repaso, ¿para
qué?”. Era ya tarde; desbarrábamos.
Soy muy primitivo -y hasta agreste y montaraz en mis planteamientos-
y no llegaba -ni aún hoy llego- a alcanzar lo que perseguía el colega A. Cuando
la cita al turismo de cementerios, que no hay que confundir con el turismo
negro -que aglutina a los lugares donde la muerta ha sido protagonista
por guerra y terrorismo-, pensaba yo que el colega B iba a llegar al sumun del
excentricismo y me iba a colocar al mismo nivel de turismo lo que hago yo en mis
vacaciones y tiempo libre con cuestiones tales como el narcoturismo,
el turismo tolkiano y el sexual (que lo hay).
No obtuve respuesta. El colega B seguía con su retahíla y no
reparó -tal vez en su ensimismamiento- en mi pregunta.
Él ya estaba al nivel de Jack Keruac que tiene su propia lista
‘de turismos’. Nos hablaron de su clasificación en una formativa de estas en
diciembre último. Keruac tiene un abanico que va desde el turismo abortivo
(la condición humana) al turismo de póquer, pasando por el turismo
pobrista. Sí, resulta que hay gente que viaja por el mero hecho (no se le
puede llamar placer, aunque mira los masocas) de pisar lugares donde la
pobreza está anclada. Visitan, fotografían y se van. Es fuerte, ¿no? Mínima
acción temporal sin compromiso con aquellos a los que observas. ¡Jo, con la condición
humana!
He leído en un reportaje que son las agencias las que sueltan
un poco de pasta gansa para mantener la ignominiosa experiencia a modo de
decorado permanente para una modalidad que como apellido ensucia el nombre del
Turismo.
En fin, que ‘hay gente pa tó’ como dicen que
dijo el califa Guerrita[2].
Hay más -y entre ellos estaba mi abuelo José- que dicen que la frase es de El
Gallo[3],
tras conocer a Ortega y Gasset -que sólo era uno, aviso para algún lector- y
tras explicarle que nuevo caballero era filósofo. Si me he de pronunciar, diré
que estoy más con el Divino Calvo que con el Califa y que por no
minusvalorarlo citaré otra frase, referenciada a ciencia cierta como suya: ‘lo
que no pué ser, no pué ser; y además, e imposible’.
Imposible era seguir con aquel martilleo de tipos de turismo
que soltaba el colega B, ante el silencio del colega A y el tedio que me
producía.
Colijo de aquellos minutos de bombardeo de posibilidades turísticas
que la industria del turismo se ha encargado de satisfacer las ‘necesidades’
de todo tipo de turistas y viajeros imposibles y hasta llega a ofertar opciones
muy fuera de lo común a personas con intereses muy particulares. Pero la excepción
no debe confirmarnos la regla.
Visitar los lugares de los libros de Tolkien -o los de Harry
Potter-, tiene, considero, un pase distinto de aquellos que visitan el castillo
Poenari, en Rumanía, donde vivió Vlad Tepes que, dicen, inspiró a Bram Stocker
para su obra Drácula; porque una cosa es el libro (y las pelis) y otra muy
distinta la verdadera historia del empalador y su crueldad, que bulle a
borbotones en las crónicas eslavas frente a ambrosía que ofrece la tradición
rumana, que lo considera un sólido héroe nacional. Estos ‘turis, turis, turitas-tas’
de Poenari son los mismos que no visitan los castillos de Cachtice, en
Eslovaquia, y Esei, en Hungría, marcados por la condesa Erzsébet Báthory de
Ecsed… ni se atreven con el año sin verano -1816- por lo que no visitan la ginebrina
Villa Diodati, o la inmediata Maison Chapuis, con las historias de John
Polidori, Mary Godwin, Percy Shelly, lord Byron y alguno más, con sus cuentos
de vampiros, frankenteins y dráculas. La Villa Diodati y la Maison Chapuis, las
casas de la liga del incesto -como las llegó a llamar algún tabloide decimonónico-,
está en Coligny, ahora un rico suburbio de Ginebra, en la ribera izquierda del
Leman. Aquí, sostengo yo, se aguanta un paseo con más realismo que los muchos
escalones que hay que subir -y bajar- para visitar el destartalado castillo rumano:
y hay más verdad.
Con un ‘bueno, os dejo; ha sido muy instructivo’ me
despedí de los colegas. Ni me tendrán en cuesta esta huida en puente de plata.
Entre la chapa de antes y el desabarre de ese momento, me
quedaba claro que aquí de turismo habla cualquiera -¡Dios, cuanto experto!- y
que, con sus modas y modismos, esto del turismo es siempre lo mismo: emociones.
Vaya por Dios. Coincido con Fernando Gallardo: el
turismo es emocional. Es más; hasta suscribo lo de “el negocio del
turismo pertenece al viajero, que es quien lo paga”, que dijo Gallardo.
Y hasta ahí.
Impartió doctrina Gallardo en la tarde noche del jueves en el
Club de Opinión de Benidorm. Y lo dejó claro: “la pandemia no cambia
nada, pero acelera los procesos que ya estaban en marcha”.
Las triadas mágicas, la escuela de anfitriones y el Benidorm con
palabros de marketing son cosas como que están bien para la filosofía aplicable
a la hora de “redefinir el turismo para 2025, aprovechando la oportunidad
para la digitalización y la sostenibilidad”, pero no solucionan el día
a día, ni el pasado mañana que ha de llegar; y, ¡Virgencita!, por lo menos que
esté en el ajo entonces y aún con vida.
Bueno, en la hoja de ruta de este receptivo que es Benidorm
está lo de la digitalización y la sostenibilidad… y la accesibilidad universal,
y la aplicación de la tecnología; todo ello para una mejor gobernanza: DTI de
libro.
Gallardo nos lo fio todo a 2025. Y estamos a 20 de febrero de
2021, un año, dijo, que será “complejo”. La “remisión del
problema”, avisó, “no llegará hasta 2022”. Pronosticó “un
turismo incipiente, con alegría pero a espasmos para 2023” y la “vuelta
a la normalidad a lo largo de 2024”, para señalar que “a partir
de 2025 llegarán los felices 20”… y aquí me hallo, en mi otero,
preguntándome si el foxtrot seguirá de moda y llegará otro charleston… y una
Josephine Baker para bailarlo en blanco y negro… y si ese va a ser el color que
salpicará el verde esperanza, el sinople de la fortaleza. Los nuevos brotes
siempre son verdes y hay esperanza en la cosecha. Y el verde también es armonía
y equilibrio, pero…
Vicente Larraga, hoy en el Diario
Información, nos contaba que tenemos Covid para “dos o tres años”
más, “aunque la normalidad volverá a España en otoño”. Le tomo la
palabra, doctor. Larraga trabaja en una de las vacunas del CSIC que
espera que esté autorizada y para producir, en otoño. Pide reindustrializar el
país en mascarillas y vacunas; pero si es que hasta los analgésicos hemos
dejado que nos los fabriquen en Asia y hasta para un dolor de cabeza hay que
tirar de amarillos.
Margarita del Val, también
del CSIC -pero de otro equipo, pues tienen tanta diversificación como modismos
el turismo- ya pronostica la cuarta ola; la que generará “la prisa por
desescalar para Semana Santa”. Y critica nuestra manera de “vivir
al límite” y “ventilar poco”. Abranos de par en par las ventanas
mientras podamos; que no nos las tengan que abrir.
Manuel Franco, de la Sociedad Española
de Salud Pública y profesor en las universidades de Alcalá y John Hopkins,
plantea bajar la incidencia a 50 antes de desescalar y nos señala los 3 errores
que ya hemos cometido: “Ya hemos visto cómo desescalamos en primavera,
cómo salimos en verano y cómo hemos salido en Navidades. ¡Ya va la tercera vez!”.
Se decía que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra…
y el español, con el mismo peñón, frente a La Línea de la Concepción.
El caso es que, para Gallardo, Keruac y mis colegas -y hasta para mí- hay muchos tipos de turismo, pero necesitamos doblegar al bicho para disfrutarlos. La cuestión está en aguantar. Resiliencia que le dicen ahora. Un sábado, como hoy, a finales de enero, oía en la radio que la palabra resiliencia está sacada de la Física e indica la capacidad de los materiales de aguantar los golpes y no romperse. Los sacos de boxeo, por lo general, tampoco se rompen; y mira que los golpean y aguantan golpes.
Caba vez más se están pareciéndose más a un saco de boxeo las
gentes que sostienen el turismo.
Y yo me quedé sin saber por qué mi colega -llamémosle- A hizo
aquella pregunta y ¿para qué? Al final, son emociones y la felicidad es una de
ellas, quizás la principal.
[1] Antecedente
de la ametralladora
[2] Rafael
Guerra Bejarano (Córdoba, 6 de marzo de 1862-ibídem, 21 de febrero de 1941),
más conocido como Guerrita o el Guerra, fue un famoso torero español,
reconocido también como el segundo de los cinco Califas del Toreo.
[3] Rafael
Gómez Ortega (Madrid, 16 de julio de 1882-Sevilla, 25 de mayo de 1960),
apodado Gallito, el Gallo y después el Divino Calvo, fue un célebre torero
español, hermano mayor de Joselito y miembro de la familia Gallo.
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