La verdad es que me he sentido molesto.
Dicho esto, lo de la molestia, manifestarles que, a mí lo de Lucas
-como lo de Ramón y otros; incluso colectivos como Cantabria no se vende-, me
deja dormir. Imagino que lo mismo que esto que escribo yo a ellos; pero allá
cada uno con su conciencia y al del rencor se la pique un pollo.
Molesto, insisto; me he sentido molesto. Es que son comparaciones
que no vienen a cuento y solo están motivadas por el absoluto desconocimiento
de una realidad que insisten en obviar.
Reflexiono: molesto está -como yo- el que siente molestias,
siendo la molestia -en mi caso- el efecto de molestarme ante lo que leo, veo y
oigo en la persona de quien desconoce la realidad. En fin: que se trata de la
desazón originada por el un leve daño -que no ha sido físico, sino de
incontinencia verbal en este caso-, por parte de un individuo o representación
de un colectivo en su afán de salvaguardar lo suyo (como yo lo mío).
Insisto: no estoy ofendido. Porque, para estarlo, el ofensor
debería haber querido ofender (y ofenderme) y no veo yo a ninguno a los que
señalo en plan de intentarlo siquiera. Para ofender hay que, al menos, saber y
pretenderlo. Insisto: no los veo yo en esa fase. Solo veo que exhiben su desdén
intentando defender su quimera, dolidos como están porque la estulticia se abre
paso a manotazos.
Es más, todos estos personajes deberían recordar -algunos son
leídos e instruidos, también-, que ya en las cuitas de don Alonso Quijano es
don Miguel quien nos dice muy a las claras que “las comparaciones son
odiosas”. Y lo son porque en la génesis de la idea está el menospreciar[1]…
y cada una de las partes -la que se cdefiende y a la que se ataca- tiene,
indudablemente, sus propios valores. Eso no pueden obviarlo los que denuestan;
ni yo tampoco.
Recalco (por justificarme): no creo que lo pretendieran; se
dejan llevar, ofendidos que están (ellos sí), por su subconsciente. No encuentran
otro argumento válido que confrontar lo suyo con una idea peregrina que han
conformado y retroalimentado en su interior por puro desconocimiento de la
realidad. Vale, entraron al trapo en planas de papel, reseñas de internet y
Redes Sociales. Antes, como no se prodigaba el personal terreno en evidenciar
sus carencias en estos altavoces, pues todos nos parecían normales en su
simplicidad. Hasta yo mismo, por ponernos todos al mismo nivel. Ahora la cosa
ha cambiado y cualquiera se siente en posición de proclamar sus vergüenzas a los
cuatro vientos y través del medio que sea y pasa lo que pasa; siempre hay alguien
dispuesto a escuchar, con lo que la necedad llega a sus más altas cotas. Y
algunos van -hasta yo- y responden (respondemos), con lo que explosionamos la
cuestión y saltan esquirlas que pueden herir a más. Lo mío, daños colaterales
(que asumo)
Por ello, pensándolo bien, les ofrezco -aunque, ¿quién soy
yo?- una salida airosa: no siempre es cierto que las comparaciones sean odiosas.
Las comparaciones te dan que pensar y si le aplicas un DAFO a la cuestión,
tiras la raya y… Y te das cuentas de lo que vales y de lo equivocado que está
el comparador que lo comparara que, a la postre, mal comparador es.
Comparar es establecer -o no- semejanzas, características
-cualidades- no privativas de nadie y habituales del común. En este caso, se
trata de elementos que son intangibles en el concepto que va más allá de un
verde prado verde, un mudo silencio y un aroma que no percibes pero que sabes
que de “les vaques” solo pueden emanar esos olores y lo físico de esa
moñiga[2];
no hay materia en el concepto, aunque sí sobre el terreno (en el caso del
vacuno y su defecación).
Es que hablamos de sentimientos y emociones que surgen ante el
verde del prado, el dorado de la arena de una playa, el gris de un cielo
plomizo, el azul y la luz sin par del Mediterráneo, el impacto visual ante una
solariega casona o una esbelta torre de apartamentos... las cosas que nos
aguardan allá donde vamos. Y eso que no he señalado la redentora imagen de una
buena cerveza en un bar.
Vale que lo nuestro como especie inteligente, por naturaleza -y
por presunción-, es comparar y comparar. Y comparábamos tanto desde el
principio de los tiempos que tirábamos cada uno por nuestro lado -como ahora:
lo nuestro es lo bueno- por lo que fue necesario que nos pusiéramos de acuerdo
en unificar -y aceptarlo- para que las comparaciones significaran algo y
supiéramos de que hablábamos.
Por observación, nos dimos cuenta de la reiteración de fenómenos
naturales; y de ellos obtuvimos un patrón físico arbitrario que hemos pasado a
convertir en unidad. Así, comenzamos con el tiempo y luego nos implicamos en la
longitud y la masa, que posteriormente complicamos con volúmenes y ángulos… y así,
hasta con las personas y las cosas. Y digo complicamos porque los primeros
patrones eran fácilmente mesurables, transportable y aplicables, representando
una relativa uniformidad; utilizábamos la percepción, la sensibilidad muscular
o visual y la combinación de elementos. Y luego nos fuimos buscando la
perfección y, como dije, complicando.
Pero nos dimos cuenta enseguida, en el caso de género humano,
de que cada individuo era -y es; en esto no hemos cambiado- un mundo. Y la
imperfección de unos con otros (vaya, ya estoy comparando) exigía una
uniformidad si queríamos avanzar como sociedad: porque trabajando lo mesurable
habríamos de dar cartas de naturaleza. Y dimos, por dar, rango de ciencia a la Metrología
y por ello encumbramos las Matemáticas, no sin dejar claro que la Geografía es
la madre de todas las ciencias. ¡Cómo somos!
Y cada uno a lo suyo, todos nos organizamos y evolucionamos -aunque
aún perdura el medir a palmos, media mano y dedos, obviando que cada uno tiene
la mano que su genética le ha dado- hasta que a resultas de la Revolución
Francesa los gabachos -que son muy suyos-, enardecidos por su éxito, dieron
rienda suelta a sus ideas de cambiar el mundo y ordenarlo poniendo patrón a
todo. Y nos dio por seguirlos. Es que lo de 1789, con el Terror[3]
y todo, supuso un nuevo tiempo en la historia de la humanidad; un nuevo sistema
de regir las relaciones humanas.
Pero el problema, para mí, es que lo pretendieron desde París,
ciudad que -aquí levanto ampollas- tiene poco más de un paseíllo agradable (porque
en cuanto dejas el culo en una silla ya es caro), pero no le busquen más; no lo
tiene. Puestos en Francia, yo prefiero Lyon, donde se unen el Ródano con el
Saona, y tomar una o más cervezas en My Beers o Les Fleurs du Malt. En fin, mi
trocito cromañón del ADN que aflora cuando no debe.
Y claro, volviendo al tema, es que no a todos les gustó
aquella nueva uniformidad que, sin querer ofender a los gabachos, ya los
griegos practicaban y en el Tholos[4]
de Atenas se verificaba. Del tamaño del dedo y del pie -desde el daktylos
al pous- salieron muchas medidas… hasta la de la cantidad de tierra que
un animal (o dos) podía arar y otras más hasta llegar a la moneda y a todo lo
que se menea o imagina uno. Todo era y es comparable y mesurable desde incluso antes
de Grecia.
Pero ¿lo son las emociones?; ¿son mesurables los sentimientos?
Entramos ya en el campo de las fuentes de placer sensorial y… coloquen
aquí la expresión de un hastío.
Las emociones son reacciones ante hechos y acciones; vamos, digo
yo que son una interpretación subjetiva del entorno. No son sencillas; son
complejas. Los recuerdos son emociones; las experiencias generan emociones; las
vivencias engendran emociones. En la comunicación, plasmamos emociones.
Cada emoción tiene su función. Paul Ekman[5]
ha demostrado la existencia, al menos, de seis emociones innatas: alegría,
tristeza, miedo, asco, enfado y sorpresa. Se generan en el cerebro emocional que
es más rudimentario, pero más rápido en su respuesta (siempre a una acción) que
el cerebro racional que se ocupa de la reflexión ante lo sucedido. Yendo a la
erudición, el cerebro emocional está integrado por el sistema límbico, donde
están la amígdala y el hipocampo como centros generadores de las emociones. La
primera como generadora de alarmas y procesadora de las emociones; el segundo,
registrando y creando una memoria a corto y largo plazo. Ambos forman la
memoria emocional (la carga emocional de las experiencias que se queda marcada
en la mente); Sin ella no hay acceso a las emociones, ni se produce el
aprendizaje emocional; ello incapacita al sujeto para la toma de decisiones. (Y
ahí lo dejo).
Y las emociones nos motivan, nos guían, nos preparan para
afrontar realidades. Hablamos de estados afectivos, de reacciones subjetivas… Y
-amigos que menospreciáis esta realidad en la que vivo, sabed que- cada
individuo experimenta una emoción de forma particular. Y si algo gusta, gusta;
y si no gusta, disgusta.
Aquí llegados, planteo con solemnidad que las emociones no
son mesurables. ¿O sí?
Marion A. Wenger[6]
sostuvo que todos sabemos lo que es una emoción; y lo tenemos muy claro hasta
que intentamos definirla. Entonces, la liamos. Y eso es lo que me han hecho, Juan
Ramón, Ramón, Irene y otra larga caterva de individuos que se dejan llevar y
eligen mal el patrón de comparación y el valor de la emoción.
Tal vez sea porque no hay patrón para comparar lo tuyo.
Es que la emoción es un proceso psicológico que nos genera el entorno, nos sitúa
en el mismo y nos lleva a defenderlo sin pensar en más. Puente de plata que les
brindo.
Desde Darwin[7]
planteamos que las emociones -y el cómo expresarlas- son cuestiones biológicamente
innatas. Y lo que es innato resulta que pertenece a la naturaleza biológica del
ser y no vamos a complicarnos con ellas porque unos las defendemos mejor que
otros (Y vuelta la burra al trigo; que esto es comparar, Juan. Somos todos
incorregibles.)
Aunque ahora llegan los del neuromarketing[8]
y dicen que sí son cuantificables. Para ellos, las emociones son observables,
medibles y registrables. Acabo de leer (y no anoté a quien) que “los humanos
actuamos más guiados por nuestras emociones que por nuestro raciocinio[9]”…
y -¡coño!- entiendo a todos estos puñeteros[10].
Si se lo hubieran pensado, seguro que no lo hubieran dicho. Pero es
que nuestro cerebro construye el conocimiento a partir de la experiencia y los
intereses; y en esto de los intereses… cada uno arrima el ascua a su
sardina. Y mi ascua es Benidorm que, mira por donde, acaba de cumplir 65 años
con su plan de ordenación municipal de 1956, tiene desde entonces protegido más
de la mitad del pequeño término municipal, aún le queda suelo programado para
edificar desde el mayor raciocinio, es sostenible a más no poder, gestiona eficazmente
sus consumos y sigue consumiendo cielo en lugar de suelo.
Yo no comparo; me refugio en la incomparabilidad manifiesta.
Es que hay tantos Benidorm como uno desee encontrar; porque los hay. Solo que
hay que venir a descubrirlos.
[1] Conceder menos
valor o interés del que merecen o tienen
[2] Lo correcto
es boñiga, con “b”, pero se acepta moñiga, con “m”, en el Diccionario del
español actual, de Andrés, Seco y Ramos. Y lo he puesto así para provocar un
poco más.
[3] Brutal
represión por parte de los revolucionarios mediante el recurso al terrorismo de
Estado entre septiembre de 1793 a la primavera de 1794, bajo la égida del
Comité de Salvación Pública y conocida como Terror Rojo. Tuvo sus réplicas. La llamada
Reacción termidoriana (iniciada a la caída de Robespierre -con él, Francia
vivió una orgía de sangre- en julio de 1795 y que llegará hasta octubre) se conocerá
como Terror Blanco… y hubo más.
[4] Situado en
el Ágora de Atenas, era atendido por 50 buleutas representantes de los barrios
atenienses. Su misión era albergar las medidas y pesos oficiales y cualquier
ateniense podría ir a comprobarlos en cualquier momento del día. También era un
sitio para guardar los tesoros y objetos del culto además de albergar las leyes
de Atenas y derechos y obligaciones de los ciudadanos para que, en caso de
disputa legal/judicial, etc, estén escritas y nadie pueda modificarlas a su
antojo.
[5] Psicólogo
pionero en el estudio de las emociones y su expresión facial. Ha sido
considerado uno de los cien psicólogos más destacados del siglo XX.
[6] Psicólogo
estadounidense especializado en psicofisiología. Trabajó para la Fuerza Aérea
de los EE.UU. y en la conceptualización del papel del sistema nervioso autónomo
en el comportamiento emocional. Fue profesor en UCLA
[7] Charles,
para los conocidos. Naturalista inglés, reconocido por ser el científico más
influyente de los que plantearon la idea de la evolución biológica a través de
la selección natural.
[8] Aplicación
de técnicas pertenecientes a las neurociencias, en el ámbito de la mercadotecnia
y que analiza los niveles de emoción, atención y memoria evocados por estímulos.
[9] Un rastreo
en Internet me lleva hasta Inma Marín; pero no fue a ella. Interesante su
página.
[10] Los que
hacen la puñeta y causan molestias
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