Anímame, mi buen amigo el marqués a platicar sobre Cuba, en el
análisis de los posts que escribí la semana pasada, al son del humo de un buen
veguero, con un ron por medio. A esto último, como que no; pero al cigarro, ¡siempre!
Y en esas que voy y le suelto que lo que estamos haciendo,
esto de fumar cigarros, como que, al principio de la historia del tabaco, no
era lo habitual. Sí, los nativos fumaban y esnifaban tabaco, pero lo más ‘civilizado’
fue para los europeos (y nosotros lo somos), al principio, disfrutarlo molido
(para esnifar) o picado para fumarlo en un artilugio tipo pipa. Claro,
no íbamos a ser unos salvajes sin Dios y liarnos unas hojas, sin más, para echar
humo. ¡Civilización, señor marqués!
Dicho esto, señalemos que parece que los antepasados de los cigarros
(y cigarrillos) fueron los tabacos haitianos de caña que por allí
también llamaban pícyetl. El protomédico Francisco Hernández[1]
los describe como “hechos con hojas puestas a secar, envueltas luego en
forma de tubo e introducidas en cañutos, encendidas por un lado y
aplicadas por el otro a la boca o a la nariz, aspirando el humo con boca y
nariz cerradas para que penetre el vapor hasta el pecho, provocan
admirablemente la expectoración, alivian el asma como por milagro, la
respiración difícil y las molestias consiguientes”, según recoge el
investigador Alfredo de Micheli.
El caso es que el uso de la entonces saludable práctica se
extendió. Primero fueron los descubridores; y tras ellos las gentes de los
barcos, gentes de mar, quienes comenzaron a usar -y abusar- del tabaco, por lo
general molido, para ser mascado, y picado para hacerlo en artilugios tipo pipa.
Desde el primer momento se le consideró un vicio. Así, el padre Bartolomé
de las Casas[2] ya escribió
en una de sus obras que los españoles en el Nuevo Mundo “reprendidos por
ello, diciéndoles que aquello era vicio (fumar o esnifar
tabaco), respondían que no era de su mano dejar de tomarlo”.
¿Vicio? Pero había quien consideraba que ofrecía saludables ventajas.
Es el caso del boticario del XVIII Juan de Castro[3]
que lo considera bueno “para ir desflemando” y muy útil para las gentes
del mar que eran las que más “necesitan desflemar”.
Cierto es que el tabaco (fumar, mascar, esnifar) comenzó
siendo -¡ojo, marqués!- “cosa vil y baja, propia de esclavos, bebedores
de taberna y gente de poca consideración”[4],
pero … ¡qué le vamos a hacer!, si no está en nuestra mano la firme voluntad de
dejarlo, ¿verdad?; y entre los dedos, no molesta… el cigarro.
El tabaco, reconozcámoslo, entra en lo más alto del escalafón
social -y de la forma más minúscula- con Jean Nicot, embajador de
Francia en Portugal y Catalina de Médicis, reina de Francia. Pero esa es
otra rama de esta historia, muy pulverizada en la que cabe también el prior de
la Orden de Malta en París… y ya tenemos el tabaco (en polvo) dando vueltas por
Europa (polvo español, groso florentín o rapé); incluso picadura
para pipa.
Entonces, el tabaco había que prepararlo (molerlo, picarlo).
Para ello, España que era la potencia productora del momento -llegaba de sus
colonias de Ultramar- comenzó a elaborar su preparación. Cuando la Real
Hacienda estableció el estanco del tabaco en España, en 1636, en el sevillano
barrio de San Pedro y junto a la iglesia del santo, los productores artesanales
de tabaco molido/picado sevillanos, que ya los había -como en Cuba y otros
lugares del continente americano-, se reunieron en una gran casa -la Casa
de la Galera- que fue ‘la primera fábrica de tabacos del mundo’; estaba
a cargo del armenio Juan Bautista Caraffa, pionero en estos menesteres.
La Casa de la Galera cerró en 1770 y todo se trasladó -funcionarios, operarios,
caballerías (los molinos funcionaban a fuerza de empuje de caballos y mulos) y
labores a un gran edificio, construido exprofeso en las entonces afueras de
Sevilla; junto a la Puerta de Jerez. La Real Fábrica de Tabacos de Sevilla
fue en 1770 el mayor edificio civil de España[5]
y la fábrica más grande del mundo, rodeada de foso, dotada de guardia militar
permanente y muralla para su defensa; tal era el valor de la producción. Pero
cuando se puso en marcha la fábrica, el gusto y la moda había cambiado y en
nada hubo que clausurar espacio de cuadras y molinos por salas de torcedores para
fabricar cigarros. Estábamos, marqués, de enhorabuena. Y así seguimos.
Desde 1636 la Corona operaba en monopolio con el tabaco y
arrendaba fábricas y molinos a intermediarios, pero en 1730 la Real Hacienda
asumió el control total; había mucho dinero por en medio y aquello funcionaba
tan bien y había tanta demanda de producto manufacturado que el rey Felipe V
ordenó construir una segunda Real Fábrica de Tabacos, ahora en Cádiz (1741),
para aliviar el trabajo de la de Sevilla. Iba la cosa tan viento en popa que hubo
que poner, sucesivamente, varias fábricas más[6]
en marcha. La tercera, a propuesta de la Institución de la Renta del Tabaco, se
instaló en Alicante (1798), con premura, compartiendo el edificio del Asilo y
Casa de Misericordia del Barrio de San Antón (construido entre 1741-1752). En
1801 operó ya sobre la totalidad de inmueble que fue adquirido y ampliando con
nuevos servicios[7].
Yendo a lo mollar y ante el éxito de los cigarros, combatir el
contrabando y garantizar el abastecimiento de las fábricas peninsulares fue una
obsesión de los responsables de Hacienda de Carlos III. Por eso, en 1760
establece el Estanco de Cuba y la construye la segunda Real Factoría de
Tabaco[8]
de La Habana cuya misión principal era, además de almacenar en La Habana todo
el tabaco cosechado en la Isla -comprándolo a sus productores- la de evitar que
se torcieran cigarros y los comerciaran los particulares. Y esto era lo
habitual en Cuba y en los territorios productores de la Nueva España. Para
entonces ya los cigarros suponían la principal labor y el gran negocio de la
Corona, hasta tal punto que de Real Hacienda de Carlos III dicta una Real
Cédula en 1769 prohibiendo el consumo del tabaco rapé y groso florentín, con lo
que implícitamente nos abocaba al consumo de cigarros.
Con la llegada del siglo XVIII el cabildo de La Habana,
necesitado fondos, concedió algunas licencias para molinos de tabaco -se cuenta
28 entre 1701 y 1796-, ubicándose junto al cauce de la Zanja Real[9],
para aprovechar la fuerza de las aguas en el accionamiento de las muelas. Y
eso, conociendo ya que el cigarro era el gran protagonista y que en la segunda
mitad del siglo se produce el ya referido y glorioso cambio en los gustos sobre
el tabaco: la nueva tendencia es fumar cigarros y el negocio molinero
comienza a decaer. Se habla entonces de comenzar a producir cigarros de manera
intensa en la isla y en 1792 se plantea la construcción de una Fábrica de
Tabacos en La Habana, de cuenta de la Real Factoría, atendida por mujeres
torcedoras, bien las acogidas en la Casa de Beneficencia, bien esclavas de la
isla. La habilidad en el ‘oficio’ era el único valor demandado .
La apuesta es tan decidida que en 1802 se suspende los envíos
de tabaco en polvo desde Cuba porque ya no tenía salida en Europa y se
amontonaba en la fábrica de Sevilla; por Real Orden, todo el tabaco que tuviera
que salir de Cuba sería en rama; para cigarros… y también salían cigarros; unos
pocos legales y muchos de contrabando hacia los estados sureños de los EE.UU., más
cerca de la isla y que pagaban los cigarros muy bien.
Y me cuentan que en La Habana funcionaban los chinchales[10]
y muchos cigarros se torcían en ellos y no pasaban por el control de las
instituciones de la Corona, generando pingües beneficios a quienes torcían en sus
pequeños talleres. Se podía vivir muy bien -y al margen de la ley- del negocio
familiar, que estuvo penado hasta la abolición del Estanco del Tabaco el 23 de junio
1817. A partir de esa fecha, los pequeños chinchales que operaban en los
márgenes del sistema afloraron y se multiplicaron a lo largo y ancho de las
calles de La Habana.
El torcido y los cigarros estaban en alza. Los vegueros que producían
la hoja, cada cosecha, escondían una parte de su producción y, a pesar de la
obligación, no la entregaban a la Real Factoría ni a la Fábrica habanera. Con
la parte que se guardaban elaboraban y vendían sus cigarros con mayor rendimiento.
El contrabando de cigarros -como al principio el de tabaco molido- siempre fue
una constante hacia los Estados Unidos. Hay trabajos modernos que calculan que
un tercio del tabaco molido que salía de La Habana era clandestino; y más de la
mitad de los cigarros.
La abolición del estanco en la isla de Cuba supuso una
modificación sustancial del mundo del tabaco. El torcido quedaba en manos de
particulares. La legislación liberal aprobada en la península (de 1811 a 1814)
y durante el Trienio Liberal (1821-1823) traerá la libertad absoluta para
cultivar, fabricar y vender el tabaco en la isla de Cuba que será muy bien
aprovechada surgiendo una industria de primer nivel dominada por emprendedores
catalanes. Es el caso de los Pla, Gresa, Reig, Bauzá, Carbonell, Conill,
Guilló, Garriga, Rosell, Güell, Figueras, Balcells, Massana y muchos otros
integrados en la Asociación de Fabricantes Exportadores de Tabaco cuya extraoficial
sede galana se ubicaba en el Casino Español. Y comenzó la rivalidad con los del
Centro Asturiano de La Habana que terminaron creando la Unión de Fabricantes
de Tabaco y dominando el cotarro y el mercado. En 1818 el asturiano Francisco
Cabañas inscribió la primera marca comercial de cigarros que se haya
registrado y el tiempo inmortalizó la marca Hija de Cabañas y Carbajal.
Se sucedieron las grandes marcas y fábricas[11]
y en 1847, la Sociedad Económica de Amigos del País organizó la Exposición
Pública de la Industria Urbana del tabaco que en La Habana que catapultó
internacionalmente al cigarro puro habano. En 1859 se enumeran en La Habana 1.295
talleres de tabaquería y 38 de cigarrería, empleando a más de 15.000 operarios.
Esta es una historia preciosa que bien pudiera llevar hasta la
fundación de la Sociedad de Socorros Mutuos de Artesanos de La Habana, o “La Fraternal” de Santiago de las
Vegas o la Sociedad de Artesanos de San Antonio de los Baños, integradas
fundamentalmente por los operarios del torcido de cigarros que se constituyeron
en gremio: el Gremio del Ramo de Tabaquería, motor de las primeras huelgas
obreras a fines del siglo XIX y principios del XX en Cuba. Sus reivindicaciones
eran de justicia, pues en Cuba se torcían cigarros -y se les hacía la competencia-
hasta en las cárceles, presidios y cuarteles cubanos. En la Casa de
Beneficencia, como ya citamos, se torcían desde 1799; allí las recluidas,
blancas o negras, debían dedicarse como una ocupación de redención “a librar
cigarros”. Toda una historia de
éxito, con claroscuros, que como humo se va.
Y yo me voy… que no me voy a meter en más honduras; que un prominente de Allones
-con lo que ha costado- no da para más; me está pudiendo.
[1] Francisco Hernández de
Toledo o de Boncalo (ca. 1514 a 1517 La Puebla de Montalbán, Toledo - 28 de enero de
1587, Madrid) fue un médico, ornitólogo y botánico español. Estudió Medicina en
la Universidad de Alcalá y ejerció durante varios años en Toledo, Sevilla y el monasterio
de Guadalupe, donde adquirió gran prestigio. En enero de 1570, el rey Felipe II
le nombra Protomédico general de nuestras Indias, islas y tierra firme del
mar Océano. Muy interesante este enlace: https://abcblogs.abc.es/espejo-de-navegantes/otros-temas/la-increible-historia-de-francisco-hernandez-1571-la-primera-expedicion-cientifica-de-la-historia-moderna.html
[2] Bartolomé de las Casas
(Sevilla, 1474 o 14841-Madrid, julio de 1566) fue
cronista, teólogo, filósofo, jurista, en un momento de su vida obtuvo una encomienda
en Cuba, fraile dominico, sacerdote y obispo español del siglo XVI, famoso como
historiador y reformador social. Llegó a La Española como laico y luego se
convirtió en fraile y sacerdote dominico. Fue nombrado obispo residente de
Chiapas y-el primer obispo- y también como Protector de los indios.
[3] Juan de Castro Medinilla y
Pavón. Nacido en Bujalance (Córdoba) en 1594. Y en Córdoba ejerció de
boticario, poseyendo una gran erudición en la materia y una singular
perspicacia en sus observaciones relacionadas con la medicina. Entre 1619 y
1625 publicó sus 4 obras, de las que destacaremos las dos primeras (por su
interés para este blog: “Tratado de la destilación” (1619) e “Historia
de las virtudes y propiedades del tabaco y de los modos de tomarle paralas
partes intrínsecas y de aplicarle a las extrínsecas” (1620) donde Castro
hace un recorrido desde las primeras noticias que de esta planta se tuvieron en
Europa, hasta las utilidades terapéuticas que se le adjudicaban, pasando por el
régimen de cultivo y las formas de consumo. Una constante del libro de Castro es
la intención del autor de presentar el tabaco como un medicamento.
[4] Como aparece en la obra de
Juan de Castro; citado por Pérez Vidal en “España en la historia del Tabaco”
[5] El lugar donde se levantó
se conocía como “Las Calaveras”, ya que fue un antiguo cementerio
romano, y pertenecía al Obispado de Marruecos, que ya no existía. Disponía de
un sistema hídrico para mantener las constantes de humedad necesaria que se
suministraba de las aguas que llegaban por el acueducto romano de Caños de
Carmona, que estaba en funcionamiento aún en el XVIII. Un sistema de cisternas
aseguraba el buen funcionamiento. El arroyo Tagarete contribuía a mantener
limpio el sistema de colectores pues el número de trabajadores era muy alto y,
recordemos, el sistema de molinos lo movían caballerías, que también tenían sus
instalaciones en la misma y grandísima fábrica. Hoy es la sede del Rectorado de
la Universidad de Sevilla y si se consigue una visita temática es la repanocha.
[6] La cuarta instalación
fabril de tabacos fue en La Coruña en 1808, reutilizando las instalaciones del
Arsenal de La Palloza; y la de Madrid, la quinta de España se puso en marcha en
1809, por José Bonaparte, en el Portillo de Embajadores sobre el edificio que
albergaba la Real Fábrica de Aguardientes (que explotaba la condesa de
Chinchón), ante la demanda de tabaco que existía y que las otras cuatro
fábricas no daban abasto a producir labores de tabaco. Una sexta fábrica se
abrió en Gijón (1823; en el Palacio de los Marqueses de Casa Valdés y terminó
en el Convento de las Agustinas Recoletas) y a esta le siguieron otras en
Valencia (1828; en el edificio de Adunas del puerto), Santander (1835; convento
de Santa Cruz), Bilbao (1878; en un antiguo cuartel de las guerras carlistas en
la anteiglesia de Begoña), San Sebastián (1878; en la Alhóndiga provincial), y
Logroño (1890; en el convento de La Merced) fue la última del XIX. En el primer
cuarto del XX entraron en funcionamiento las fábricas de Málaga y Tarragona.
[7] Como uno es de la Terreta
les señalaré que la fábrica de Alicante estuvo fabricando cigarrillos hasta el
10 de enero de 2010. En su haber tiene la fama y el reconocimiento de que entre
1817 y 1901 fabricó los cigarros más similares a los de La Habana; después la
fueron apartando de esas labores. Y me tomo la licencia de contarles que desde
finales del XVII al puerto de Alicante llegaba tabaco en rama desde Ámsterdam,
Lisboa y Virginia; incluso de Brasil. Y desde 1765 el puerto tuvo licencia para
comerciar con la Indias (Cuba, etc.). Y en Alicante hay constancia de una
primera casa de labores de tabaco en la Casa del Marqués de Algorfa (1747);
heredera de un anterior más modesta.
[8] Ubicada junto al Arsenal y
en el muelle de Tallapiedra. Disponía además de taller de torcido y también de
molinos de caballerías para hacer polvo de tabaco.
[9] Primera conducción de agua
de La Habana, desde el río Almendares; lo concluyó Bautista Antonelli,
ingeniero y hermano de Juan Bautista Antonelli y estuvo operativo desde 1592 a
1835 en que fue sustituido por el Acueducto Fernando VII que captaba aguas,
también, del río Almendares
[10] En el DRAE se dice que chinchal
es un “Puesto pequeño de venta de tabaco”; y en las charlas de tabaco de clubes a las que he asistido los
refieren como los primitivos talleres de torcido, que también
vendían labores. La Academia Cubana de la Lengua no recoge esta acepción; peor
para ellos.
[11] Francisco Cabañas (1819); Por Larrañaga
(Ignacio Larrañaga, 1834); Punch (Manuel López, dirigida al mercado británico
donde Mr. Punch era un personaje de revista; 1840 y en 1931 se asoció con Hoyo
de Monterrey); Herman y August Upmann (1844; fundaron un banco y una
fábrica de habano. El banco quebró, pero la fábrica no); La Flor de tabacos
de Partagás y Cía. (Jaime Partagás,1845; con taller desde 1827. Fue
asesinado poco antes del Grito de Yara en 1868); Ramón Allones (1845; el
primero en crear la caja de puros de madera.); Sancho Panza (Emilio 0hmsted,
en 1848. Salvador Paret la internacionalizó en 1870); La Honradez (1853;
José Susini, con una larga historia de gibraltareños en el tema del tabaco que
inicia Jaime Santacana unos años antes que introdujo lo de las marquillas
habaneras); Hoyo de Monterrey (José Gener, 1865, pero desde 1860 en el negocio);
Romeo y Julieta (1875, fundada por Inocencio Alvarez y Manin García, sería José Rodríguez Fernández, en
1903, quien la catapultaría); El Rey del Mundo (Antoni Allones, 1882, innovando,
como en 1845, buscando un nivel superlativo de cigarros); La Flor de Cano
(Tomás y José Cano, 1884); La Gloria Cubana (Sociedad Cabanas y Castro, 1885);
…
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