Luis María de Carvajal y Melgarejo, Conde Bailén, Gentilhombre
de Alfonso XIII, al despuntar el siglo XX dejó dicho aquellos de “para ingresar en el selecto club de las
grande nacionales europeas había que desarrollar todos los elementos
constitutivos de la vida moderna, como el turismo”. Bueno, pues hasta hoy.
Si no llega a ser por la iniciativa privada…
En 1950 (tras la Guerra Civil y la IIGM) España ya tenía una
cuota de mercado en el turismo: 1’8% de los turistas totales y el 0’8% de los
ingresos totales. Después del Plan de Estabilización (1959), las devaluaciones
de la peseta y los planes de desarrollo (1964-67 fue el primero) en 1970 el
saldo turístico español ya era el primero del mundo (en volumen absoluto y por
habitante) y liderábamos los ingresos por turismo. Ahora, 2017, lo intentamos.
Hubo factores de demanda, no nos engañemos; el éxito vino
sobrevenido. Sol, playas, diversión nocturna y precios bajos se convirtieron en
elementos de atracción, que luego fuimos edulcorando al exponer los atractivos
culturales de todo tipo que atesoraba el país. La Sociedad del ocio, el cambio
sociológico producido en España, las vacaciones pagadas, los aumentos de
rentas, la revolución de los transportes, la intermediación del viaje… sería
prolijo seguir.
El Plan del 59 nos puso las pilas y algo de orden y concierto
en esto. Así, en 1960 nos pusimos en los 300 dólares per cápita de renta
(18.000 pesetas de entonces) que nos apartaba del nivel del subdesarrollo (por
debajo de 200 $) aunque no nos permitía acercarnos al de los países
desarrollados (por encima de 450 $).
El Plan de Estabilización del 59 se basó en “la explotación óptima de todos los recursos
del país” para “satisfacer el consumo
interior, liberar la economía nacional de la dependencia de mercados exteriores”
para, a continuación, “competir en esos
mercados”, señalando como meta el “alcanzar
la autonomía económica” fiándolo todo en “una elevada industrialización” bajo la consigna de “producir más y mejor”. Por precio
podíamos lograrlo.
Los tecnócratas señalaron desde el primer momento que eso, la
industrialización, precisaba de la importación de bienes de equipo que
ocasionaban un problema de financiación al desarrollo que sólo se solventaba
mediante la autofinanciación o la ayuda exterior. Si autofinanciábamos, era a
costa las reservas, pocas, de divisas y, menos, de oro.
A pesar de que ya estaba el turismo por medio y entraban
divisas, en 1959 no se confió en él; todos apostaron por la ayuda exterior que,
políticamente, interesaba más y otorgaba muchas más garantías. No obstante, el
turismo siguió su marcha esperando un reconocimiento en la planificación
económica.
El Primer Plan de Desarrollo (1964-67) iba a entrar en vigor
el 1º de enero de 1964 y en 1963 aún había confianza, en Benidorm y unos pocos
lugares “turísticos” más, de que se les tuviera en cuenta. En 1961 ya consiguió
el país enderezar la balanza de pagos; lo había posible el turismo. Pero no se
confiaba nada en su perdurabilidad. Y 1962 fue también un buen año turístico.
Las reservas de oro y divisas del Banco de España en enero de
1961 eran de 580 millones de dólares; en diciembre de 1962 habían superado los
mil millones de dólares. Pues ni por esas.
En 1962 alcanzamos un déficit de 533 millones que la inversión
extranjera (162 millones) y las remesas de los emigrantes (175 millones) no
eran capaces de enderezas. Y ahí estaba el turismo con sus 475 millones de
dólares (3.000 millones de aquellas pesetas) para hacer cambiar el fiel de lado.
Es que ni la naranja, ni el aceite, ni el Jerez (nuestras tres principales
exportaciones entonces) eran capaces de igual a los ingresos por turismo.
A pesar de que las autoridades políticas confiaron la solución
del tema económico al turismo, las autoridades económicas no quisieron sumarlo
al Plan 1964-67. Y a lo largo de 1963 se suceden los intentos de que se le
tuviera en cuenta al Turismo. Desde marzo hubo una ofensiva política que los
académicos rechazaron; y eso que los ingresos por turismo eran ya, a esas
alturas del año, un 43’8% superiores a los del año anterior.
Algún economista hubo que alertó de la importancia del
turismo. Se contaba en la prensa de la época que “a este ritmo, en 1967 llegaríamos a los 13 millones de visitantes y a
los 1.000 millones de dólares en ingresos”[1].
Desde las páginas de ABC dudaban “de un
crecimiento acumulatorio anual cercano al 20%” como presumía en el estudio.
Y el argumento era de peso: “para
alcanzar esas cifras habría que superar las 600.000 plazas hoteleras
(partiendo de las 300.000 calculadas para junio de 1963) con incrementos anuales superiores al 12% y se necesitarían 170.000
profesionales (calculando que en aquel verano de 1963 rondábamos los 100.000
trabajadores en el sector)[2].
No se creían ese futuro.
Algún estudio moderno mete en la ecuación el segmento
extrahotelero, que en los años 60 se refería a albergues, campings, residencias
y balnearios… y que debería aportar, pasar sacar aquellas cifras, 300.000
plazas y generar 23.000 empleos. Y el complementario turístico (restaurantes, cafeterías,
bares y salas de fiestas) que aportaría 50.000 puestos de trabajo. Tal vez los
bares lo consiguieran.
Se consideraron cifras imposibles de hacer realidad y a pesar
de que se le encomendaba al Turismo la tarea de equilibrar y sanear la balanza
de pago (de garantizar el desarrollo del país) se le dejaba al margen del
diseño del progreso de España confiado, en exclusiva, a la industrialización.
Sólo se le dejó al turismo un resquicio: el de la propaganda. Que millones de
visitantes se llevaran de España, al regresar a sus países, “la
verdad de España” fue la encomienda al Turismo en el Primer Plan de
Desarrollo.
Enrique
Marsans, antes de vender Viajes Marsans al INI (1964), era de los más
beligerantes a favor de que el Turismo tuviera partida y protagonismo en el Plan
de Desarrollo: “la única exportación que
en España tiene razón de ser es la del Sol, desde la bahía de Rosas a la Costa
de Oro malagueña”.
Suya es la frase de que “el turista es una inversión en moneda
nacional cuya amortización e intereses se cobra en divisas”. Ni por
esas se daban por aludidos los tecnócratas del Plan. Y él iba a más: “el Turismo hay que medirlo con las reglas
del Comercio”. En una conferencia en Madrid en aquél verano de intentos
desesperados por colocar al Turismo en la órbita económica que fue el de 1963
contó “en los años 20 la balanza de pagos
la mantuvieron los indianos; en los años 60 es el turismo y soportamos el remontaje
de nuestra industria hacia la plena modernidad y eficiencia”… pero clamaba
en el desierto.
No lo dijo Marsans, pero sepan que en el verano de 1963 las
tarifas medias estaban en los 8 $/día por turista en España… mientras que en
Francia estaban en los 16’4 $; en Italia en 13’7 & y en Gracia en 8’8 $.
Bueno, bonito, barato y para propaganda. Así comenzamos… y así….
¿seguimos?
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