Yo, quiero recordar que, les había oído decir a Camarasa y
Chiner -dos de los más grandes expertos en el Modelo Benidorm; porque lo han
hecho realidad- que la necesidad -la urgencia, más bien- de conseguir terrenos
para una de aquellas obras infraestructurales de las que les hablaba ayer (el
colector de residuales de la Avenida del Mediterráneo) fue el revulsivo del
Benidorm actual. No serían esas las palabras, pero sí el mensaje por lo que
colijo que este Benidorm es hijo del Plan del 63 (así, planteo celebrar el
55º Aniversario a lo largo de este año. No estaría de más esta celebración).
Y, además, con un añadido: en 1963 se inventan lo del Coeficiente
de Edificabilidad (la edificabilidad por usos para saber lo edificable
en cada parcela) y, también, la altura
libre; el concepto de ciudad-jardín se destierra al extrarradio urbano, a
la periferia porque ‘no cabe’ en la Ciudad Nueva que se plantea y para la que
se pide el reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad por lo mucho que
representa; por el revulsivo que fue (y es).
El Plan del 63 se olvida una vez más de la zona deportiva
(que habían puesto sobre el papel en el 56 y que tendrá que esperar dos décadas
más) y replantea la zona de tolerancia industrial que, a esas alturas aún no se
había ejecutado y a estas alturas... ni está, ni se le espera.
Es aquí, en esos días de 1963, cuando alimentamos el mito
con la Teoría de la caja de cerillas. En aquellos tiempos, lo primero
que se ponía encima de la mesa a la hora de hablar con alguien era el paquete
de tabaco y la caja de cerillas. El que podía, un mechero. Las cerillas, de
madera; fósforos de seguridad se leía en la caja. Los mecheros, un universo. Hasta
los había de plata y de oro. ¡Qué tiempos! Luego llegaron Bic y Clipper, se
universalizaron, y nos olvidamos hasta del yesquero; no te digo del martillo de gasolina. Hasta entró Zippo en
nuestras vidas. Lo del encendedor tiene un Post.
Volvamos a la mesa de trabajo. El paquete de tabaco equivalía
a superficie de la parcela y el coeficiente de edificabilidad te permitía
edificar el volumen de la caja de cerilla que podías colocar por la base ancha,
por el lado del rascador o “de pie”. Y de pie de quedaron ya todos los
edificios de Benidorm, orientando su ubicación sobre el paquete de tabaco (la
parcela) para no se estorbasen unos a otros en cuando a las visas al mar y el
baño de sol matinal o vespertino.
La caja de cerillas de pie representó el triunfo del rascacielos;
el triunfo del funcionalismo. Era el nuevo espacio contendor de vida y
relaciones humanas en altura rodeado de espacios lúdicos. No sé, creo que Le
Corbusier estaría feliz con este Benidorm: espacios libres entre torres,
jardines, piscinas, actividad.
Ese mismo año, 1963 -con el Plan del 63 en marcha-, arranca
el Benidorm de hoy con el Edificio Frontalmar. Tenían los
propietarios 125 metros lineales de fachada para levantar una pantalla de 5
plantas o concentrarse en menos de un tercio del total y levantar 15 plantas.
Ahí comenzó la historia moderna de Benidorm, en altura, con estructura metálica
como esqueleto de la torre de apartamentos que marcaba hitos constructivos y
que entrañaba celeridad.
La mayoría de los españoles de los 25 años de Paz estaban
seducidos con lo de vivir (o alquilar) cerca del mar para el veraneo; en
espacios reducidos y sin renunciar a la modernidad y a las comodidades. Pero en
altura. Y ahí arrancó esta historia: playa, sol, ocio, restauración, vida en la
calle. Y ahí estaba Benidorm y sus rascacielos.
Al poco descubrieron todos que las Ordenanzas no decían nada
sobre la compatibilidad de los usos residencial y comercial. Auxiliados por la
indigencia hídrica que nos aflige, dieron puerta a los jardines -que precisaban
agua y competían con el abastecimiento- y las bandejas comerciales ocuparon
aquellos espacios inicialmente verdes. Esto nos creó el problema de los
retranqueos; pero eso es otra historia.
A favor del comercio digamos que otorgó vida a las calles y
las calles fueron el complemento ideal de aquella socialización del turismo a
la aspiraron “los padres fundadores”
del Plan del 53 sobre un Benidorm que se hizo realidad con el Plan del 56.
Decisivamente contribuyó a este Gran Benidorm el hotel. Se subieron
a las nuevas torres y ganaron en funcionalidad. A partir de marzo de 1970, con
el boom de los turoperadores y el chárter, la demanda de plazas hoteleras se
dispara. El hotelito familiar debió crecer exponencialmente y en tiempo récord.
El Tour Operador se implicó y adelantó el dinero: necesitaba alojar a la masa
de turistas que traía volando. Las crisis del petróleo (guerras
árabe-israelíes) pondrían a prueba el modelo de transporte, pero no la
receptación hotelera que estuvo siempre rápida y diligente para contrarrestar
situaciones de demanda.
La planificación urbanística surgida del 63 también
posibilitó los complejos residenciales que después han sufrido diversos
avatares: Playmon Park o Ciudad Antena, por señalar los extremos. Era un nuevo
concepto residencial, alejado de la playa y con la idea de hacer una ciudad de
vacaciones dentro de la ciudad de vacaciones que era Benidorm. No consiguieron
ese objetivo; creo que no superaron el dilema y han seguido derroteros tan
opuestos que merecerían un análisis pormenorizado del calibre del
desplazamiento del unifamiliar al límite de lo urbano y el universo de los
retranqueos.
El caso es que aún vivimos de las rentas del Plan del 63. El
del 91, nos guste o no, solo fue un parcheo. Los estudios previos estuvieron
muy bien, pero faltó valentía. A estas alturas del siglo XXI sería conveniente
ir pensando en qué ciudad queremos a cincuenta años vista para consolidarnos y
sacudirnos los estigmas que aún nos pudieran quedar.
Decía JJ Chiner (BND, Los orígenes de la ciudad vertical) que
“cuando Benidorm se convirtió en el gran
destino de los turoperadores, quedó contaminado con los estigmas de los muchos
usuarios”. Venía a decir, interpreto, que la masificación envileció el conjunto y Benidorm quedó
estigmatizado como destino de turismo barato (que fue cierto) y de masas.
Con ello, Benidorm fue demonizado. Su éxito despertaba tanta
envidia que todos sus competidores se echaron sobre ella. Ahí irrumpieron
Gaviria o José Miguel Iribas, el gran Iribas, al que, permítanme, pongo al
nivel de Pedro, don Pedro. Y comenzó una etapa de trabajo en la que evidenciar
la realidad de un Benidorm que fue pionero en marcar la planificación del suelo
y la gestión de los recursos; adelantado en fiarlo todo al rascacielos y
precursor en la transición del concepto vacaciones-descanso a
vacaciones-diversión. Y esto es irrefutable.
Y al final, el rascacielos forma parte no solo de skyline de
Benidorm sino de nuestro futuro. Es ya parte de nuestras vidas y hoy sabemos
que nos permite una estructura de vida que nos permite contemplar la ciudad en
función de la altura. Y eso no es malo; en todo caso es muy bueno.
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