Son las 9’35 horas de la mañana del 3 de julio de 2021. Me pongo
a escribir.
He esperado este momento para coincidir con el primer disparo
del Infanta María Teresa para romper el bloqueo de Santiago de
Cuba hace ahora 123 años. En este país de burócratas, los desastres los documentamos
mejor que nadie. Pues no hubo de rendir cuentas el almirante por acatar una
orden absurda por demás.
Abalanzándose sobre el USS Brooklin el Infanta
María Teresa esperaba concentrar todo el fuego yanqui y permitir que
arrumbaran al oeste el resto de los barcos de la llamada ‘Flota de Cervera’ que
habían enfilado la estrecha salida del estuario santiaguino hacia las aguas del
Caribe.
Entre la Socapa y Punta Soldados está la fortaleza del Morro
(Castillo de San Pedro de la Roca) y por allí se abre una bocana por la que en
fila de a uno fueron saliendo a mar abierto los cruceros (débilmente)
acorazados (y fatalmente artillados) Infanta María Teresa, Cristóbal
Colón, Almirante Oquendo y Vizcaya, que
abría marcha, junto a los torpederos (que muchos llaman destructores) Furor
y Plutón. Iban “al sacrificio, al desastre; o mejor dicho, al
cumplimiento del deber” como dejó dicho el contralmirante Cervera.
Al poco de las 10 de la mañana del 3 de julio de 1898, en
apenas media hora de combate, el Infanta María Teresa quedaba
ardiendo y sin sus piezas artilleras principales. Un poco más tarde otro
incendio en la ya alcanzada cámara de torpedos de popa dejaba al Almirante
Oquendo muy tocado, por lo que se dirigió a embarrancar cerca de la
costa sin tiempo ni para salvar su bandera, que ardió como todo.
Aquellos cruceros acorazados (clase Orlando/Galatea)
basaban su ataque en los torpedos (alcance 800 m) y no en las principales
piezas artilleras: 2 de 280 mm y 10 de 140 mm, frente a las 8 de 203 mm y 12 de
127 mm que como mínimo montaban sus modernos oponentes que no utilizaban
munición defectuosa como se venía denunciando en los informes de la armada
española. Además del fuego enemigo sufrido, varios de los cañones de los barcos
españoles explotaban por el cierre y acaban con sus servidores.
Al final, el Almirante Oquendo embarrancaba en
el bajo del Diamante (desde la playa de Juan González dicen que se ven aún sus
restos) a las 10’30 de la mañana tras haberle explotado el cierre a dos cañones
y recibir 159 impactos de la artillería de los acorazados USS Indiana,
USS Oregón y USS Iowa, habiendo perdido 121
hombres.
Poco después de las 11’50 cayó el Vizcaya. En
otros posts de este Blog lo hemos contado. Al mando de una de sus piezas estaba
el condestable Francisco Zaragoza, hijo de Benidorm. Recibió 4 impactos
de 203 mm y 21 impactos de calibres menores. Su capitán, Antonio Eulate, lo
dirigió a embarrancar en las inmediaciones de la Ensenada del Aserradero y
explotó. Fue un desigual combate 4 contra 1, pues el USS Brooklin,
USS Iowa, USS Oregón y USS New York
se cebaron con él. Y parece que fue un disparo de este último el que lo dejó
fuera de combate.
Cosas del destino, Nueva York había sido el último puerto
visitado por el Vizcaya antes de la guerra; había sido enviado a Nueva York a
principios de 1898 como intercambio de amistad y buena voluntad por la visita
del USS Maine a La Habana. Después de la destrucción del Maine,
se unió a la flota de almirante Cervera. Dicen que aún se ven desde la costa
los restos de su viejo principal de 280…
El Vizcaya había zarpado el 31 de enero de 1898
del puerto de Cartagena rumbo a Nueva. Salió con denunciados fallos en los
cierres de las principales piezas artilleras y los fondos sucios. Cruzó el
atlántico en un mes de febrero de intensos temporales y el 19 entró en Nueva
York, cuatro días después de la explosión de USS Maine
(15.02.1898; 21’40 h) donde perecieron 266 marinos norteamericanos. The
World, el principal diario de Joseph Pulitzer, fue el primero en
sembrar dudas; William Randolph Hearst y su imperio de comunicación hizo
el resto. Ya el Vizcaya en Nueva York, ante el clima hostil creado
por la prensa norteamericana con el que reclamaba tomar represalias contra
España, el capitán Eulate ordenó a la tripulación no desembarcar. Él, sí
bajó a tierra en una visita protocolaria ordenando que si no regresaba en unas
horas el Vizcaya abriera fuego contra los muelles de la ciudad.
El 25 de febrero abandonó Nueva York para unirse a la escuadra de Cervera.
Y el último de los cruceros acorazados españoles, el Cristóbal
Colón, en aquella aciaga mañana del 3 de julio de 1898, al cruzar frente al
castillo de San Pedro de la Roca, ganó y ganó millas hacia la salvación hasta
que pasada la una de tarde sus máquinas dejaron de impulsarle, al acabársele el
carbón, siendo entonces objetivo del USS Oregón. El Cristóbal
Colón había sido encargado en los astilleros italianos de Puzzoli,
junto a Nápoles, a un consorcio con la británica armamentística Armstrong. Y la
artillería que el Dandolo italiano no quiso, por defectuosa,
quisieron que la montara el navío español. Se descartó y el Cristóbal
Colón se vino para el conflicto sin sus principales armas. No rehuía el
combate; es que no podía combatir. Embarrancó en la playa del río Tarquino al
mando del que luego sería (1905) senador por Alicante, el capitán de Navío Emilio
Díaz-Moreu.
Frente a Bueycabón, en Bahía Cabañas, se fue a pique el Plutón.
Los pocos supervivientes que llegaron a la costa fueron masacrados por los
insurgentes cubanos. Sólo unos pocos fueron rescatados del mar por el USS
Gloucester, el barco que les atacó. Igual suerte para el Furor y
su tripulación.
Y a todos esto. Tras los resultados del estudio
del almirante Hayman G. Rickover (1976) se determinó oficialmente[1]
que la explosión del USS Maine fue un accidente. Ocurrió cuando un
cartucho de pólvora prendió a causa de un fuego en la carbonera del buque, lo
que provocó una explosión en el almacén adyacente donde se guardaban más de
4.500 kilos de pólvora. Pero muchos intereses por medio exigían una guerra que
el 3 de julio escribió una página de héroes para la Historia de España y nos
dejó una herida local.
[1] El Informe
Rickover (1976) es una completa investigación desde 1969 sobre las posibles
causas del Hundimiento del USS Maine, en el que deja claro que el hundimiento fue
por causas internas y no a consecuencia de una mina colocada por los españoles.
Hayman G. Rickover fue almirante de la marina de los Estados Unidos y es
considerado como el creador de la marina de guerra nuclear de aquel país.
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