Cuando Jorge Olcina,
en Los
Cafés del Meliá, hablándonos del clima sacó la otra tarde a colación un
libro de Hubert Horace Lamb de los
años setenta me acordé de una publicación de la Unesco (El Correo de la Unesco) que tengo por casa y que el paso de
los años ha vuelto aún más amarillo el papel y lo ha dotado de una inaudita
fragilidad.
Huber H. Lamb |
Hubert H. Lamb era en
los años 70 director del Centro de
Investigaciones Climáticas de la Universidad
de East Anglia (Reino Unido) y había realizado un intenso trabajo en
relación con estas cuestiones. Había publicado The changing climate (1966)
y Britain’s
Change Climatic (1967). Para él, entonces, todo iba camino de
una glaciación; se le llegó a llamar “el Hombre de Hielo” porque asustaba anunciando
una posible glaciación. Entonces, un calentamiento se veía hasta con buenos
ojos, pero una glaciación suponía un problema conceptual.
La Universidad de
East Anglia es una de las del Programa Nuevas Universidades puesto en
marcha por el Reino Unido en los años 60 tendente a acentuar la investigación. Independientemente
de su actividad académica, a esta Universidad se le acusó de haber iniciado el
programa de mentalización social propuesto desde el Gabinete de Margaret Thatcher,
a través de Sir Crispin Tickell, para
evidenciar la contribución de la combustión del carbón -vamos, del CO2- en el
calentamiento terrestre desde los años 70 y contener a los mineros galreses
tras sus programas de reconversión minera. Pero se hizo famosa por el Climagate
(2009) cuando salieron a la luz centenares de e-mails cruzados entre
los científicos de la Climatic Research
Unit, el Centro de Investigaciones Climáticas al que perteneció Lamb en los
70 donde, a la luz de las informaciones aparecidas en prensa, se advertía de manipulación
de datos a favor de la tendencia del calentamiento global planetario. Tanto la
investigación oficial de la Policía (¿?) como de otros organismos -desde el
Comité de Ciencia y Tecnología del Parlamento Británico, al IPCC, la
Universidad de Pensilvania o la Agencia de Protección Ambiental de los EE.UU.- llevadas
a cabo entre 2009 y 2011, descartó la existencia de evidencias de fraude y mala
praxis, todo lo más, claras evidencias de desorganización y mentalidad de
grupo.
Pero volvamos a los años 70 en los que Lamb advertía de que “las más recientes tendencias climáticas nos
han obligado a reconocer que los cambios
y fluctuaciones del clima se vienen produciendo desde siempre y constantemente,
incluso en nuestra propia época, y que esos cambios se deben a la vez a causas naturales y a nuestra propia intervención”.
Pues… como ahora; exactamente como ahora: causas naturales y meteduras de pata
antrópicas.
Hubert Lamb se fue ganando un renombre internacional por su
predicción de un gradual enfriamiento global. Pero la verdad es que al poco
estaba ya convencido de que lo mismo nos podía llegar un calentamiento global.
No lo tuvo claro.
The Times
Sábado, 9 de agosto 1975, Pág. 14
|
Sí, ya sé que siempre se le ha colgado el sambenito de una
edad de huelo, pero el caso es que Hubert Lamb dudaba. Argumentaba que: “los cálculos efectuados en todo el mundo
muestran que, desde 1880 hasta una fecha posterior a 1940, el clima de la
tierra tendía en general a volverse más
cálido”. Vamos, que apuntaba a calor, aunque siempre se le ha colocado
en la versión contraria: él defendía que aún
era pronto para señalar los efectos de la Oscilación del Atlántico Norte y
aventurarse en planteamientos, pero...
Los científicos comprobaban sobre el hielo, y los submarinos
atómicos bajo el hielo, que “el hielo de
los mares árticos disminuyó un 10 % aproximadamente y su espesor general en un
tercio, más o menos”. Eso era en
los 70 del siglo XX…
En algunos de los primeros trabajos científicos sobre el
tema se atribuía el calentamiento a la producción por el hombre de anhídrido
carbónico al quemar combustibles fósiles (carbón, petróleo, etc.). Alfred J. Lotka, desde la John Hopkins,
predijo -en 1924- que “la
actividad industrial podría duplicar la cantidad de CO2 en la atmósfera”,
y George E. Hutchingson, biólogo de
Yale, apuntó treinta años más tarde que la deforestación hacía aumentar los
niveles de CO2 atmosférico, lo que no gustó a los economistas del Banco Mundial
empeñados en deforestar la Amazonía para dar de comer las proyecciones
demográficas de Brasil. Vamos, que eso se sabía. Hasta Lamb puntualizaba en
1973 que “El anhídrido carbónico es un
elemento poco importante de la atmósfera, el 0,3 por mil del volumen total, pero sus efectos sobre el calentamiento de
la tierra son importantes”. Lamb conocía muy bien los estudios de Guy Stewart Callendar, el meteorólogo
británico que había planteado el “efecto Callendar” (calentamiento)
que retrasaría la siguiente glaciación.
A Lamb le preocupaba la alteración de los cursos de agua que
los rusos efectuaban por entonces para irrigar increíbles superficies: “Al aumentar la población del Asia soviética
las autoridades se han visto obligadas a pensar en la posibilidad de desviar
las aguas de los grandes ríos de Siberia que desembocan en el Océano Ártico”.
Y manifestaba su preocupación porque aún se desconocían detalles trascendentes de
los procesos climáticos en aquellas frían latitudes: “Hay que conocer más los posibles efectos, dado que el agua de los ríos
siberianos es una fuente importante de la capa de hielo de baja salinidad
existente en la superficie del Océano Ártico”.
Y explicaba: “Si este
océano se convirtiera en un océano normal de agua salada con una superficie
libre y exenta de hielo, la temperatura
de la mayor parte del Ártico aumentaría, por término medio, en 10° o 20° (y
en invierno 30°). Con ello podría modificarse todo el régimen de circulación de
los vientos y, por ende, la distribución de las lluvias en el hemisferio norte”.
Vamos, que si los rusos seguían adelante con aquellas
iniciativas iríamos hacia una calefactación más que a una glaciación. Al final,
los rusos centraron sus proyectos de desvío de ríos e irrigación al Sur, en
Ucrania, sobre el Dnieper y Dniester… y no pasó nada. En una de sus últimas
contribuciones a la ciencia, en su conferencia “El futuro de la Tierra – efecto invernadero o refrigerador”, en
1984, dejó claras sus dudas. Murió en 1997 sin tenerlo claro: Warmer or Colder?
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