7 mar 2017

DE ESTA EUROPA DE QUITA Y PON (I)




El primero de marzo día Jean-Claude Juncker salía por peteneras advirtiendo de la posible desintegración de la UE, tras el puñetero Brexit -por una gracieta de Cameron de la Isla[1]-. Cinco días después han salido Hollande, Merkel, Gentiloni y Rajoy dando un paso al frente apostando por una Europa a varias velocidades: ciertos países van por delante sin cerrar la colaboración a los que van por detrás. Es que, con la que está cayendo, o se coge el toro por los cuernos o esto, Europa -que ha costado tanto de hacer-, se nos va al garete.

Me gusta esa Europa unida. En este Blog le he dedicado varios post al proceso de la creación de la Europa unida; incluso un par de ellos sobre la participación de Benidorm en el proceso (que la hubo). También al Brexit, por activa y por pasiva. Son tantos enlaces que resultaría farragoso adjuntarlos uno a uno.

El proceso de Europa ha sido muy largo. Al principio, hasta el nombre era una quimera. El primero que menta la bicha -Europa- es el purpurado Andrea Piccolomini quien, como Papa Julio II, escribe la palabra Europa (aquello fue en 1458) para designar al conjunto de reinos cristianos amenazados (al Este y al Oeste) por el Islam: “Europa, nuestra patria; nuestra propia casa”.

Puede que, deduzco a la luz de los acontecimientos, la palabra Europa surgiera del miedo. Aquella primera vez fue ante el Islam. Pero es que cuando se estaba materializando esta Europa del Siglo XX, tras la IIGM, volvió a salir a relucir el miedo. Paul-Henry Spaak, ministro de Exteriores de Bélgica, le espetaba en marzo de 1948 a Andrey Vyshinsky, Jefe de la delegación soviética en las Naciones Unidas: “¿Sabe usted cuál es la base de nuestra política? El miedo, el miedo a ustedes, el miedo a su Gobierno, el miedo a su política[2]. Hubo de terciar el francés Jean Monet (uno de los padres de Europa y perejil de esta y casi todas las salsas del siglo XX) y sentenciar: “No es el miedo; es la confianza en nosotros mismos[3].

Y parece que es eso, la confianza en la capacidad de los europeos la que ha hecho posible esta Europa amenazada por los nacionalismos.

Echando la vista atrás, me gusta recordar que Gran Bretaña había sido la vencedora en todos los conflictos europeos, desde el XVII, refugiada en su insularidad y con proyección mundial. Por eso, cuando a mediados del XX se apuesta por una Europa unida, como que la cosa no va con ellos, la miran de soslayo. Y eso que había estado a partir un piñón con Francia desde el ascenso de Hitler al poder. También me gusta recordar que Francia, que se había considerado el árbitro de Europa (hasta el XIX), se encontró en el XIX con que Alemania le salía respondona (desde 1870) y le disputaba la hegemonía continental en cuanto puso tierra por medio con el Imperio zarista de Rusia. Y odio recordar que entonces España se lamía de sus heridas y no estaba para aventuras de una Europa unida antes de llegar a los felices 20 del Siglo XX.

Europa era una historia latente que saltó por los aires el día que Napoleón fue derrotado definitivamente. Por el camino, derrota tras derrota, el corso nos fue descubriendo un patriotismo -y un nacionalismo- en cada rincón del viejo continente: eran los nacionales de las naciones los que vencían el ansia imperial y rompían la idea de confederación europea que alguien había podido vislumbrar incluso antes. El austriaco Klemens von Metternich y el francés Víctor Hugo se desgañitaron pidiendo, tras la derrota de Napoleón, una Europa unida; pero era pedir peras al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido que comenzaba a ser Europa.

Sería la estructura económica la que vencería a los nacionalismos. El XIX, el siglo comercial por excelencia, vino apoyar la idea de la Europa unida eliminando las barreras aduaneras y dando entrada al librecambismo[4]. Gran Bretaña y Francia son los primeros en apostar por él: Acuerdo Anglo-francés de 1860. Pero luego -conflicto franco-prusiano de 1870- cuando Lorena (base del poderío industrial francés) y Alsacia, regiones de Francia perdedora, se integraron en una Alemania vencedora la cosa se complicó. Volvieron los conflictos aduaneros. La historia del Zollvereim podríamos colocarla a estas alturas del relato, pero hoy no ha lugar.

Pero al despuntar el siglo XX el corazón de Europa vuelve a apostar por la Europa unida. En 1902 se publica en París “Los Estados Unidos de Europa y la cuestión de Alsacia y Lorena”. Su autor: “un europeo”. Anónimo[5]. Proponía, para lograrlo, acabar con el nacionalismo exaltado que estaba a punto de hacer mella en la sociedad y que nos llevaría a la IGM y por el que fuimos a peor. Pero tras el conflicto, Europa no salió mejorada del Armisticio de 1918 y nos metimos de lleno en la IIGM treinta y dos años después.

Para cerrar esta primera entrega, en el periodo de entreguerras y en la construcción de la Europa unida es necesario sacar a pasear la figura de Émile Mayrisch, un luxemburgués que en torno a su propiedad, el castillo de Colpach, y a su pecunio constituyó un grupo intelectual de máximo renombre (entre 1920 y 1926) buscando un acercamiento entre Alemania y Francia como motores de la Europa unida que ansiaba: “el auge del nacionalismo y las barreras aduaneras  sólo podían afectar negativamente a la competitividad” de esa Europa que soñaba. Inundó Europa de estudios económicos y sociales a favor de la unidad de Europa y puso en marcha varias iniciativas empresariales[6]. Advirtió Mayrish que de no erradicar ambas cuestiones (nacionalismos y aduanas) “Europa estaba abocada a una grave crisis económica y al radicalismo empujada por los populismos nacionalistas[7]. Noventa años después… va a ser que tenía razón y esta es la historia de esta Europa de quita y pon.





[1] Así llamaba Carlos Herrera a James Cameron por su “ideíca”.
[2] Luis Sanz Larumbre: “La Alianza Atlántica ante su tercera década” y en ABC
[3] Antonio Sánchez-Gijón: “Europa, una tarea inacabada”
[4] Librecambismo -primer Capitalismo- doctrina económica, opuesta al proteccionismo, que apuesta por la no intervención estatal en el comercio internacional, permitiendo que los flujos de mercancías se gobiernen por las ventajas de cada país y la competitividad de las empresas, y suponiendo que con ello se producirá una adecuada distribución de los bienes y servicios, así como una asignación óptima de los recursos económicos a escala planetaria. Es la extensión más allá de los mercados nacionales de los principios del libre mercado o liberalismo económico (laissez faire).
[5] Yo, al menos, no he encontrado ningún estudio o análisis que identifique al autor.
[6] Fundó en Luxemburgo (30.09.1926) la Entente Internationale de l'Acier (EIA), un cártel, donde Luxemburgo y países vecinos establecían cuotas para la producción de acero. También fundó (1926) el Comité Franco-Alemán de Información y de Documentación (DFS), autor de los Informes Colpach, para combatir la desinformación en ambos países.
[7] Informes COLPACH

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