8 mar 2017

DE ESTA EUROPA DE QUITA Y PON (II)


Como decíamos ayer, a las llamadas del mecenas Mayrisch (Informes Colpach) sobre la necesidad de una Europa unida siguieron otras voces alertando lo que nos podría pasar en la Europa de los nacionalismos, ya metidos en los años 30, y proponiendo iniciativas para evitar la debacle. Los Informes Colpach, como muletilla, pedían, todos, una Europa unida lejos de nacionalismos.
En esa línea avanzó el británico Sir Arthur Salter pidiendo (1926) “una unión aduanera” y “una autoridad política supranacional” muy en consonancia con los postulados de moda; del geógrafo Haldford J. Mckinder y su “pivote del Mundo[1]. O la Europa Occidental o la Europa del Este; una de las dos. Acaba de triunfar la Revolución bolchevique y Salter apostaba (exigía apostar) por la Europa Occidental.

Y aquí me viene ni que pintado Vladimir S. Voytinsky, que de bolchevique en 1905 -y editor de Izvestia en la Revolución de 1917- pasó a exiliarse en Alemania (1921) y emigrar (1935) a los Estados Unidos. Llegó a proponer (1927) “Los Estados Unidos de Europa”, tan convencido como estaba de la necesidad de una Europa unida (Occidental, frente a la por él vivida). Hasta propuso un calendario para conseguirla.

Y obviamente, no hay dos sin tres, el francés Francis Delaisi, un economista-periodista-sindicalista, que en 1929 insistía en la puesta en marcha de una Europa unida a sabiendas de que habría, al menos, dos Europas: “la del caballo de vapor (industrializada) y la del caballo de sangre (agrícola)”. Y podían compaginarse. ¿Era la Europa de dos velocidades?; ¿Hemos tenido que llegar a 2017 para darnos cuenta?
Aquí llegados quiero meter, con calzador, una cuña patria. España se colocó en la órbita de la construcción europea con Salvador de Madariaga y José Ortega y Gasset. La Teoría del Europeísmo que presentaron resultó tremendamente válida. Y ya metidos en harina española, apunto que fue en España, en Madrid, donde Aristide Briand, ministro francés de Exteriores, hizo el primer llamamiento para una Europa unida (1929)… en una reunión de la Sociedad de Naciones sobre las minorías[2]. Y ni flores; no era el lugar y los delegados del Reino Unido y Alemania estaban en otras cosa.

Diario ABC; 12 de junio de 1929. Caricatura de Uralde de los asistentes a la sesión de la Sociedad de Naciones. En el recuadro naranja, la de Briand

Empecinado en la bondad de la idea, Briant lanzó una segunda andanada en 1930 -el Memorandum Briand-… y solo Yugoslavia, Checoslovaquia y Bulgaria aceptaron integrarse en esa Europa unida. Pocos mimbres para tejer el cesto europeo.
Mejor le fue al aristócrata Coudenhove-Kalergi (que ya tuvo su Post). Este austro-húngaro, de madre japonesa y pasaporte francés, clamaba contra “el fanatismo y la intolerancia del nacionalismo”; el escollo para lograr una Europa unida. Su Movimiento Paneuropa exigía la democracia: “Europa se extiende hasta donde llegue el sistema democrático”… y, claro, tuvo que salir por piernas de Viena cuando el Anschluss (12.03.1938) nazi.
Tal vez Europa no se materializó por aquél entonces porque al conde, y a todos los anteriores, solo le apoyaron las derechas democráticas, los humanistas, los federalistas y unos pocos, poquísimos, socialistas: el británico Clement Atlee y el holandés Edo Finnen. El resto de socialistas europeos ni estaban ni se les esperaba. Los comunistas, nunca.

No hubo narices a otra cosa que ir a otra guerra: la IIGM
Con la guerra en marcha se “creó” (16.06.1940) la Unión franco-británica. De Gaulle fue a Inglaterra y con Churchill pactó, en nombre de Francia, “la creación de organismos comunes de defensa, economía y política exterior”. Pero lo mejor de aquellas cuartillas era que “todo ciudadano francés gozará inmediatamente de la ciudadanía británica y todo súbdito británico se convertirá en ciudadano francés[3]. El artífice fue Jean Monet (que también tuvo su post), no De Gaulle. En la Francia continental rechazaron la propuesta… y encargaron a Petain que “salvara Francia”. El viejo mariscal firmaba la rendición a Hitler seis días después… Y así no hubo posibilidad de poner en marcha la primera iniciativa común del sueño de la Europa unida.

Con la guerra en marcha, el rexista[4] belga, Pierre Dayé, publicó “Europa para los europeos” (1942) reclamando una Europa unida bajo los auspicios de la Alemania nazi. ¿No queríais caldo?, pues dos tazas. No obstante, Clement Atlee contraatacó exigiendo (1942) un Consejo de Europa para “concienciar a la familia europea de la necesidad de una Europa unida” lejos de los nacionalismos. Pero la necesidad urgente era soportar los bombardeos.
Y a pesar del conflicto, en 1943, Eduard Wintermayer publicó “Europa en marcha” animando a lograr la unión. Y en 1944, cuando el signo de la guerra cambiaba, Edward Haller Carr propuso unas “Condiciones para la paz” desde una Europa unida para salir del atolladero. Y en junio de 1944, el Comité francés para la Federación Europea tomó cartas en el asunto y en la neutral Ginebra convocó a los Movimientos de Resistencia no comunistas para, en conjunto, lanzar el Manifiesto hacia una Europa Unida Federal (EUF) en la que se comenzó a trabajar, nada más terminar la guerra, desde Luxemburgo, celebrando asambleas en París (1946) y Montreaux (1947)… que tampoco fructificó.

No fructificó porque se estaba más por la labor de reconstrucción de la devastada Europa.
Tal vez, lo más cerca que se estuvo de la idea de unidad fue con las Comisiones E que diseñaron planes para recuperar la producción de carbón, la economía y los transportes terrestres. Londres coordinaba todas las comisiones y las operaciones a modo de capital de esa hipotética Europa unida cuya primera materialización fue la Liga Europea de Cooperación Económica (con el beneplácito de la UEF). Al mismo tiempo, el Movimiento Socialista por los Estados Unidos de Europa se unió exigiendo políticas globales para alcanzar el Estado del Bienestar bajo fórmulas socialdemócratas… inaugurando así la “etapa de las comisiones y los congresos”: necesidad de hacer cosas para la unión de Europa y no saber cómo hacerlas. “Si quieres que algo no funcione, crea una comisión” (frase que 9 de cada 10 atribuyen a Napoleón)

Pero de eso hablaremos mañana.




[1] Para Mackinder existía un gran continente ‘la Isla Mundo’ dividida en 6 regiones: Europa Costera (Oeste y Centro Europa), Asia Costera (India, China, Sudeste Asiático, Corea y Este de Siberia), Arabia (Península Arábiga), el Sáhara (Norte de África), el Sud-Centro del Mundo (Sudáfrica) y el más importante: el Centro del Mundo o ‘Heartland’ (Eurasia) para el que reservó la cuestión clave de ser ‘el Pivote del Mundo’. “Quién controle Europa del Este dominará el Pivote del Mundo quien controle el Pivote del Mundo dominará la Isla Mundo quien domine la Isla Mundo dominará el mundo”.
[2] El objetivo esencial de la Sociedad de Naciones era el mantenimiento de la paz, así como garantizar la protección de los pequeños países ante las grandes potencias. La aplicación del principio de las nacionalidades a la Europa Central y Oriental fue una de sus tareas más complicadas en base a una realidad étnica y lingüística tan compleja, lo que provocó una intrincada labor de diseño de fronteras tratando de separar lo que a menudo era inseparable. Las minorías nacionales fueron la regla en los nuevos estados surgidos en la región.
[3] La Unión franco-británica: la oferta que duró una tarde. D. Peris (1973)
[4] Rexismo: movimiento político nacionalista revolucionario desarrollado en Bélgica durante la primera mitad del siglo XX. Homólogo belga del fascismo en Italia. Fundado en 1930 por Léon Degrelle. El nombre proviene del eslogan latino Christus Rex, “Cristo es el rey”.

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