Como decíamos ayer, a las llamadas del mecenas Mayrisch (Informes Colpach) sobre la
necesidad de una Europa unida siguieron
otras voces alertando lo que nos podría pasar en la Europa de los nacionalismos, ya metidos en los años 30, y
proponiendo iniciativas para evitar la debacle. Los Informes Colpach, como
muletilla, pedían, todos, una Europa
unida lejos de nacionalismos.
En esa línea avanzó el británico Sir Arthur Salter pidiendo (1926) “una unión aduanera” y “una autoridad política supranacional”
muy en consonancia con los postulados de moda; del geógrafo Haldford J. Mckinder y su “pivote del Mundo”[1]. O
la Europa Occidental o la Europa del Este; una de las dos. Acaba de triunfar la
Revolución bolchevique y Salter apostaba (exigía apostar) por la Europa Occidental.
Y aquí me viene ni que pintado Vladimir S. Voytinsky, que de bolchevique en 1905
-y editor de Izvestia en la
Revolución de 1917- pasó a exiliarse en Alemania (1921) y emigrar (1935) a los
Estados Unidos. Llegó a proponer (1927) “Los
Estados Unidos de Europa”, tan convencido como estaba de la necesidad de
una Europa unida (Occidental, frente
a la por él vivida). Hasta propuso un calendario para conseguirla.
Y obviamente, no hay dos sin tres, el francés Francis Delaisi, un
economista-periodista-sindicalista, que en 1929 insistía en la puesta en marcha
de una Europa unida a sabiendas de
que habría, al menos, dos Europas: “la
del caballo de vapor (industrializada) y la del caballo de sangre
(agrícola)”. Y podían compaginarse. ¿Era la Europa de dos velocidades?; ¿Hemos
tenido que llegar a 2017 para darnos cuenta?
Aquí llegados quiero meter, con calzador, una cuña patria.
España se colocó en la órbita de la construcción europea con Salvador de Madariaga y José Ortega y Gasset. La Teoría
del Europeísmo que presentaron
resultó tremendamente válida. Y ya metidos en harina española, apunto que fue
en España, en Madrid, donde Aristide
Briand, ministro francés de
Exteriores, hizo el primer llamamiento para una Europa unida (1929)… en una reunión de la Sociedad de Naciones
sobre las minorías[2].
Y ni flores; no era el lugar y los delegados del Reino Unido y Alemania estaban
en otras cosa. Diario ABC; 12 de junio de 1929. Caricatura de Uralde de los asistentes a la sesión de la Sociedad de Naciones. En el recuadro naranja, la de Briand |
Empecinado en la bondad de la idea, Briant lanzó una segunda
andanada en 1930 -el Memorandum Briand-… y solo Yugoslavia, Checoslovaquia y Bulgaria
aceptaron integrarse en esa Europa
unida. Pocos mimbres para tejer el cesto europeo.
Mejor le fue al aristócrata Coudenhove-Kalergi (que ya tuvo su Post). Este austro-húngaro, de
madre japonesa y pasaporte francés, clamaba contra “el fanatismo y la intolerancia
del nacionalismo”; el escollo para lograr una Europa unida. Su Movimiento
Paneuropa exigía la democracia: “Europa
se extiende hasta donde llegue el sistema democrático”… y, claro, tuvo que
salir por piernas de Viena cuando el Anschluss (12.03.1938) nazi.
Tal vez Europa no
se materializó por aquél entonces porque al conde, y a todos los anteriores, solo
le apoyaron las derechas democráticas, los humanistas, los federalistas y unos
pocos, poquísimos, socialistas: el británico Clement Atlee y el holandés Edo Finnen.
El resto de socialistas europeos ni estaban ni se les esperaba. Los comunistas,
nunca.
No hubo narices a otra cosa que ir a otra guerra: la IIGM
Con la guerra en marcha se “creó” (16.06.1940) la Unión franco-británica. De Gaulle fue a Inglaterra y con Churchill pactó, en nombre de Francia, “la creación de organismos comunes
de defensa, economía y política exterior”. Pero lo mejor de aquellas
cuartillas era que “todo ciudadano
francés gozará inmediatamente de la ciudadanía británica y todo súbdito
británico se convertirá en ciudadano francés”[3].
El artífice fue Jean Monet (que
también tuvo su post), no De Gaulle. En la Francia continental rechazaron la
propuesta… y encargaron a Petain que
“salvara Francia”. El viejo mariscal
firmaba la rendición a Hitler seis días después… Y así no hubo posibilidad de
poner en marcha la primera iniciativa común del sueño de la Europa unida.
Con la guerra en marcha, el rexista[4]
belga, Pierre Dayé, publicó “Europa
para los europeos” (1942) reclamando una Europa unida bajo los auspicios de la Alemania nazi. ¿No queríais caldo?, pues dos tazas. No obstante, Clement
Atlee contraatacó exigiendo (1942)
un Consejo
de Europa para “concienciar a la
familia europea de la necesidad de
una Europa unida” lejos de los
nacionalismos. Pero la necesidad urgente era soportar los bombardeos.
Y a pesar del conflicto, en 1943, Eduard Wintermayer publicó “Europa
en marcha” animando a lograr la unión. Y en 1944, cuando el signo de la
guerra cambiaba, Edward Haller Carr
propuso unas “Condiciones para la paz” desde una Europa unida para salir del atolladero. Y en junio de 1944, el Comité
francés para la Federación Europea
tomó cartas en el asunto y en la neutral Ginebra convocó a los Movimientos de Resistencia no comunistas
para, en conjunto, lanzar el Manifiesto hacia una Europa Unida Federal
(EUF) en la que se comenzó a trabajar, nada más terminar la guerra, desde
Luxemburgo, celebrando asambleas en París (1946) y Montreaux (1947)… que tampoco
fructificó.
No fructificó porque se estaba más por la labor de
reconstrucción de la devastada Europa.
Tal vez, lo más cerca que se estuvo de la idea de unidad fue
con las Comisiones E que diseñaron
planes para recuperar la producción de carbón, la economía y los transportes
terrestres. Londres coordinaba todas las
comisiones y las operaciones a modo de capital
de esa hipotética Europa unida
cuya primera materialización fue la Liga
Europea de Cooperación Económica (con el beneplácito de la UEF). Al mismo
tiempo, el Movimiento Socialista por los
Estados Unidos de Europa se unió exigiendo políticas globales para alcanzar
el Estado
del Bienestar bajo fórmulas socialdemócratas… inaugurando así la “etapa
de las comisiones y los congresos”: necesidad de hacer cosas para la
unión de Europa y no saber cómo
hacerlas. “Si quieres que algo no
funcione, crea una comisión” (frase que 9 de cada 10 atribuyen a Napoleón)
Pero de eso hablaremos mañana.
[1]
Para Mackinder existía un gran continente ‘la Isla Mundo’ dividida en 6 regiones:
Europa Costera (Oeste y Centro Europa), Asia Costera (India, China, Sudeste
Asiático, Corea y Este de Siberia), Arabia (Península Arábiga), el Sáhara
(Norte de África), el Sud-Centro del Mundo (Sudáfrica) y el más importante: el
Centro del Mundo o ‘Heartland’ (Eurasia) para el que reservó la cuestión clave
de ser ‘el Pivote del Mundo’. “Quién controle Europa del Este dominará el
Pivote del Mundo quien controle el Pivote del Mundo dominará la Isla Mundo
quien domine la Isla Mundo dominará el mundo”.
[2]
El objetivo esencial de la Sociedad de Naciones era el mantenimiento de la paz,
así como garantizar la protección de los pequeños países ante las grandes
potencias. La aplicación del principio de las nacionalidades a la Europa
Central y Oriental fue una de sus tareas más complicadas en base a una realidad
étnica y lingüística tan compleja, lo que provocó una intrincada labor de
diseño de fronteras tratando de separar lo que a menudo era inseparable. Las
minorías nacionales fueron la regla en los nuevos estados surgidos en la
región.
[3]
La Unión franco-británica: la oferta que duró una tarde. D. Peris (1973)
[4]
Rexismo: movimiento político nacionalista revolucionario desarrollado en
Bélgica durante la primera mitad del siglo XX. Homólogo belga del fascismo en Italia.
Fundado en 1930 por Léon Degrelle. El nombre proviene del eslogan latino
Christus Rex, “Cristo es el rey”.
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