Pues no que Roc
me recuerda que el antropólogo José
Manuel Reverte, que fue alcalde de Benidorm (y famoso en su etapa de
investigador forense al resolver el doble asesinato del Mesón del Lobo Feroz,
en 1987), en su etapa municipalista y en promoción por Bélgica siempre
recordaba a Dodonellus de Malinas como introductor de la patata en aquél país, cosa que gustaba
por aquellos días al público al que iba dirigida la acción promocional, a los
belgas.
Y nada, que el tal Dodonellus se fue haciendo un hueco
en algún imaginario, pero yo no he sabido dar con él. Hasta me he puesto en
contacto con el Museo de la Patata (frita)
de Brujas. Lo descubrí una buena
mañana de verano callejeando; a un paso de la plaza Jack Van Eick, en un
edificio de pinta gótica que entretiene... y lo de dentro. Y mientras espero la
respuesta, desespero.
Porque… es que la
patata… Passsa con el Darwin tanto dar la
lata, si el hombre viene de la patata, que cantaba La Trinca: esta teoría es
incuestionable, lo de la patata es un hecho palpable… cuando Adán y Eva
metieron la pata, no fue la manzana, que fue la patata…
Con la patata tengo mi anécdota de joven ingeniero técnico
agrícola que en salida de campo se embelesa con gran mata de flores blancas y
las lleva a su madre que, con ternura -quiero recordar-, musitó algo así como “para esto te pagamos una carrera”… tras
lo que opté por esto de juntar letras y la Geografía. Eran flores, preciosas
flores blancas… de patata. Yo entiendo a Luis XVI y a María Antonieta ante la
flor de la patata; pera la suya fue otra historia.
Cuenta la leyenda andina peruana que unos opresores segaban las
cosechas una y otra vez para hacerles perecer por hambre. Invocando a sus
dioses les animaron a plantar lo que ellos les enviaban y que dejaran segarlas
a sus enemigos; después ellos encontrarían un tesoro bajo tierra, la patata. Y
así fue… que como leyenda no está mal. Pero ese tesoro enterrado no fue del
gusto de los españoles que arribaron a aquellas tierras… hasta que a fuerza de
pasar hambre y por recomendación del corregidor de Huarochiri (Perú), Diego
Dávila, a partir de 1586 no hubo
más remedio que echarlas a la olla.
Un poco antes de esa fecha había llegado la patata a la
península, por sus flores. No tenemos fecha concreta, pero todo un éxito
editorial como fue la obra de Pedro
Cieza de León en 1533, la Chronica del Perú, describe que por
allí, por el Perú, se cultivaban “batatas
dulces, por el sabor de ellas es casi como de castañas, y asimismo algunas papas y muchos frisoles y otras raíces
gustosas”. Es la primera referencia a la patata: papas. La “patata”
nuestra viene del patatoe de los British. En 1555 es Agustín de Zárate el que en su Historia
del descubrimiento y conquista de la provincia de Perú, editado en
Amberes, se recrea más en los datos, consumo (allí) y cultivo de la papa. Y aún
más abundará en la papa el carmelita fray
Antonio Vázquez, en 1622, en su Compendio y descripción de las Indias
Occidentales.
Pero hasta la hambruna de 1586 a nadie se le había ocurrido echar a la olla el “tesoro bajo tierra” que habían anunciado
los dioses a los andinos. Hasta entonces, donde había castañas, no había hambre. Pero una brutal epidemia acabó con los
castaños (Castanea sativa) desde
Galicia hasta el confín mediterráneo. Los primeros en echar la patata al caldo
aguado fueron entonces (1586) los hermanos del sevillano Hospital de las Cinco
Llagas/Hospital de la Sangre (hoy, sede del Parlamento de Andalucía) que las
habían plantado como ornamental en sus jardines. La patata y el maíz se
mostraron eficaces sucedáneos del trigo y del centeno -la cebada o la almorta-
con la que se hacían gachas; las patatas venían a sustituir al pan. El Ejército
copió a Sanidad y patatín, patatán. En su Crónica del malvivir, el
profesor Juan Ignacio Carmona (U Sevilla) señala que por aquellos días “lo normal era el hambre cualitativa: una
alimentación deficiente, monótona... pan acompañado de vino, alguna hortaliza y
salazones”. Bien por la patata, bien.
Pero la patata, había sido planta ornamental. Tan
interesante que una vez llegada a España, en fecha imprecisa, goza de total
aceptación en jardines con la pureza de su blanco, después de unos inicios
morados, embelesa y ensalza aún más la virginidad que el azahar. Tal vez por su
blancura, sabemos que en 1558, poco antes de morir, el emperador Carlos decide
mandar patatas para su cultivo ornamental en Roma al Papa Paulo IV; y en Roma
se plantan.
Y hasta donde uno llega, a expensas de la respuesta del
Museo de la Patata, es que un legado pontificio del papa Gregorio XIII, en
1587, hizo llegar la patata a la ciudad de Mons
-que bien sabe de las andanzas del duque de Alba en 1572- como regalo papal al
Señor de Waldheim, Philippe de Sivry, el gobernador. Por
otros caminos llegará también la patata a la Cátedra de Botánica de la
Universidad de Leiden (entonces
parte de las Provincias Unidas, hoy Holanda) en 1593. Con todo, tenemos la
patata en Bélgica.
Y hasta aquí, sin pistas de Dodonellus de Malinas (o
de Mechelen, en flamenco), con lo que no quiero que se me mosqueen los “maneblusers”, que alguno llamará
malinenses. Se les llama “maneblusers/apagalunas”
a raíz de un incidente/anécdota ocurrido en la madrugada del 28 de enero de
1867 cuando todo Malinas se echó a la calle, pozal en ristre, para apagar el
incendio de la torre de San Rumoldo… y sólo era el reflejo de la luna en la
cima de la torre de casi 100 metros de altura. Es que…
A Irlanda, me cuentan, no llegó la patata en 1565; parece
que fue la batata, con “b”. Lo siento, John
Hopkins; siempre serás un pirata. Hay gente investigando el ADN de la patata
irlandesa y parece que les llegó desde Inglaterra, de las que se trajo el
capitán Thomas Harriot en 1586, y
bien documentadas que aparecen en la Collectiones peregrinatorum in Indiam
orientalis et occidentalem de los De
Bry y Johan Wechel. Chico,
Hopkins, la fuerza del papel y de la ciencia; ajo y agua.
Y, fumando un Vegueros espero la llegada de la comunicación
del Museo de la Papata. Que no quede por dar con Dodonellus de Malinas o de
Mechelen.
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