Han prorrogado, como las buenas compañías de teatro cuando
la obra que representan es un éxito. Tras alcanzar la gloria -y la masificación-
de las cinco ediciones anteriores de la Mendoza’s
Experience, este año mis amigos de BodegasMendoza le han dado un vuelco a la cosa… y tres, serán tres, jornadas. “En
los papeles” y la Internet se anunciaban dos, pero hoy sábado vuelven a la
carga: demanda que hay. Y los muchos que os habéis quedado sin ir… al año que
viene, otra Wine Lovers Editions, que ahora se llama así
Y es que, si no ha estado entre los “elegidos” –vamos, entre
quienes fueron diligente a la hora de reservar-… no se sabe lo que se pierde. Han
duplicado el caché, sí; pero ofrecen quince veces más todo tipo de sensaciones
relacionadas con el vino: hasta te la dan con queso, que de eso se encarga Ladespensa de Andrés, de Ibi.
Les he contado más de una vez lo que son -y representan para
mí- mis amigos de la familia
Mendoza-Gracia. Sí, son Mendoza, de Bodegas
Mendoza; son la viva esencia de Enrique Mendoza viticultor, que así
gustan de lanzar sus vinos en homenaje al padre, y yo es que siento debilidad
por su madre, Asunción, que fue a la
primera que fui a saludar nada más llegar al Pago -sí, está entre los Grandes
Pagos de España- de la Partida El Romeral. Es que no puedo olvidar
como ella ha vivido, ha apoyado y ha liderado, como madre, el proceso. Debilidades
que uno tiene (si hasta va a resultar que no soy divino…)
Y hablando de vino… En El Romeral te sumerges en el Mundo del Vino de Bodegas Mendoza rodeado
de auténticos wine lowers que impresionan por su juventud (treintañeros, cuarentañeros). Algún carroza quedábamos, pero disfrutábamos con
los matices de los conocimientos que derrochaban aquellas jóvenes parejas.
Porque resulta, una vez más lo hemos comprobado, que esto de beber buenos vinos
va en pareja, aunque abundaba el sexo femenino. No, no estabas de vinos con amigotes,
no; había profundidad en la charla y en los talleres.
Sí, el Taller de Agricultura Ecológica sobre el viñedo y el
mimo a las cepas es interesante, también lo es educar la pituitaria para saber
si de verdad un vino “huele” a corcho
testándonlo sobre un vino Bouchonné[1] en copa
negra. Si has estado un par de días con Pepe, o con Enrique-Pepe-Julián, ya
sabes que no es lo mismo “nariz, aroma y
bouquet, aromas primarios y secundarios, y lo de la ‘copa parada’ y los golpes
de nariz”, y terminas sabiendo lo que es el TCA[2] de la
degradación de los TPA[3] y lo que
en realidad es olor a hongos
contaminantes, y así no caes como lo hacen “los
entendidos” con los que más de una vez te has topado.
Y más.
En los días previos a esta cita de Semana Santa le leía a
Pepe que uno de los mayores atractivos sería la cata guiada en la cava
subterránea de la bodega; lo de “pipetear directamente en barrica y meterse
en la piel del enólogo”, que es meterse en la suya en el trabajo de
cada día. Y a fe que sí. Y no vean el taller de cata de añadas antiguas
-¡qué grandes recuerdos ante la contemplación de las antiguas etiquetas de
Bodegas Mendoza!- de mediados de los 90, con degüelle mediante tenaza
al rojo vivo, pluma de ave, gota de agua, corte limpio, filtrado al decánter y
lacrado del vidrio. Una experiencia que sólo se puede tener ante vinos de
tronío, en sitios de ídem, no siempre al alcance de nuestro bolsillo (o al
menos del mío… que soy bebedor de cervezas).
Y a todo esto sumen la posibilidad de disfrutar de hasta 10
vinos de la bodega -yo me quedé en 3 (los tres “míos”); huyo de los blancos y
rosados y no llegué al Moscatel- probar unas cocas del terreno exhibiendo
buenos embutidos, la aventura de tastar hasta 100 quesos, un arroz alicantino -de
Pepe “El Moliner”- de los que “quitan
el sentío”, y hasta el cóctel con Dolç de Mendoza que realizó la bartender Marina Canales. Yo, en vinos y
tras una hábil negociación, me centré en el Petit Verdot, el Cabernet-Shizaz
(“less Internet and more Cabernet”,
se leía en un cartel) y el Santa Rosa. Echo de menos aquél Merlot
de los primeros años de la bodega, pero el que sabe, sabe, y Pepe se centra en
estos caldos ahora.
Vista parcial de la mesa de quesos y Andrés García impartiendo su masterclass |
Esta edición rompió moldes con los quesos. Vinos y quesos.
Me habían dicho que es cosa de los taninos del vino, que bloquean la lengua,
pero armonías entre vino y queso ya hay constatadas. No obstante con mi sentido
del gusto tan primitivo, entre neandertal y cromañón, disfruté como un enano
con los quesos que anclaron su real en la entrada a la sala de embotellado de
la bodega. Andrés García (la despensa de Andrés; we love cheese) echó el resto con los 100 quesos artesanos más
importantes de Europa, cachito a cachito, y una master class final con el
propio Andrés, con sabores in crescendo hasta dormirte la boca y resucitarla
con un noruego, que para eso sirve el queso noruego.
Y a todo esto, te encuentras con amigos -como Lluís Ruiz (diario de un glotón)- y
disfrutar del conjunto -sol, buen vino, viandas, amigos y wine lovers- con la música de The
Crooners, jazz y swing.
Un año más, gracias Pepe por esta mañana de fiesta para los
sentidos y el corazón; gracias Enrique, gracias Julián… Muchas gracias Asunción.
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