Harto
de estar ya harto de comentarios en redes sociales que mezclan churras con
merinas -y que me perdonen las Ovis aries;
y ya me defino- me gustaría, por una vez -y ojalá (del árabe hispánico, “si Dios quiere”) sirva de precedente-
que antes de publicar una parida pseudoprogresista en redes sociales nos
paremos a pensar en la mentalidad de la época: de esta y de aquella.
Lo
cortés no quita lo valiente.
Dudar
es bueno; hace avanzar las sociedades. La duda es la que define la mentalidad. Hubo
tiempos con más dudas que hoy; y esas dudas determinaron las mentalidades de
aquí y de allá. Y la mentalidad define un sistema de valores. Y los valores, a
su vez, las sociedades.
Nosotros
-Occidente- hemos obviado el didactismo religioso de la Edad Media en base a
muchos años y a la razón de la ciencia; otros siguen manteniéndolo. No me
atrevo a señalar cuál es el modelo mejor, pero sí el que más me gusta. El de la
razón.
A
finales del XV, una parte del mundo comenzó a plantearse que la muerte no era
la libertad y que en realidad es un trance doloroso. ¿Qué hay después? Lo
cierto es que la espiritualidad se abrió paso y se reformó la concepción
espiritual de la vida. Una parte del mundo se abrió al vitalismo renacentista;
otra parte se centró aún más en concepción religiosa de todo buscando el
materialismo del más allá (lo que no hay aquí, lo hay allá). Y otras partes del
Mundo, que el Mundo no es solo de dos, mantuvieron caminos divergentes con unos
y otros.
Sociedad
significa cooperación; y no todos lo entienden así. La cooperación conforma la
mentalidad.
El
reflejo de la mentalidad de una época lo encontramos en las formas de arte, que
son muchas. Y ahí ya no hay color: unos prohíben buena parte de ellas.
La
transformación de las mentalidades es un proceso natural que unas culturas
apoyan mientras otras subordinan. La autoridad y la libertad intelectual, si
queda subordinada a algo o a alguien, condicionan el devenir. El dogma y la
ortodoxia marcan y condenan la heterodoxia abocándola a la herejía. La
capacidad de obviar esta cuestión tan básica ya define, pero un extraño afán de
superioridad moral de una parte del espectro ideológico occidental parece
olvidarlo. El choque entre fe y razón no es universal; la separación
“Iglesia”-Estado no es universal; el combate anacronismo-simbolismo se sigue
dando. Es increíble, para mí, que a estas alturas del XXI, en Occidente, haya
quién aún no lo tenga asumido, mientras asume una parte de responsabilidad en
el proceso obviando la mentalidad de la época en que ocurrió.
Hay
que reconocerle a la Iglesia, en Occidente, la preservación de la Cultura y los
rasgos culturales, aunque el motivo inicial no le quede claro (no me quede
claro ni a mí) y deba enmarcarlo en la mentalidad de la época. A lo mejor no le
gusta, le disgusta, aquello de bellatores,
oratores y laboratores (guerreros, gentes de oración, y trabajadores)… pero
es que esto comenzó así y le hemos ido dando la vuelta gracias a la mentalidad;
a los cambios de mentalidad en cada época. El sistema de ideas y conceptos por
el que, como mínimo, nos movemos y evolucionamos es la concepción de hombre
sobre la realidad del entorno en que se asienta: principios, ideas,
conocimientos, opiniones, creencias… Así orientamos conductas y acciones. En
base a la manera de pensar nos organizamos; y ahí está la clave. En la manera
de pensar.
La
concepción del Mundo se basa en nuestra manera de pensar (que puede ser
condicionada) y comienza por el Mundo inmediato que nos rodea. La influencia de
las condiciones de vida y el entorno marcarán esa concepción en función del
periodo histórico y del régimen social. Y eso ha cambiado mucho en una parte
del Mundo… y muy poco en la otra.
¿Qué
es lo primero?, ¿la materia o el espíritu?; ¿la naturaleza o la razón?
Materialismo y religión son como agua y aceite: el mundo de los materialistas
no deja, dicen, lugar a Dios. No sé, es cuestión de reflexión; pero una
reflexión mucho más compleja que simplificar entre cristianos y musulmanes,
pues son concepciones netamente diferentes, con evolución dispar.
Yo
apuesto por dejar reflexionar a la razón.
La
religión es una fe organizada en torno a la idea de una divinidad, con una
serie de dogmas y doctrinas con las que elaborar un ritual. Las religiones
tienen las mismas aspiraciones comunes: regir la sociedad y desarrollar normas
de vida. Su evolución es determinante. Aunque cada una de ellas reclame para sí
la verdad y la razón, si no evolucionan quedan anacrónicas. Tendrán su verdad y
su razón, pero nada más.
Sacar
a pasear el imperialismo y el colonialismo para explicar/justificar procesos es
cometer el mismo error que cuando se aplica el concepto “fundamentalismo” a un
platillos de la balanza sin saber que le es propio al cristianismo (EEUU, años
20) en aquella pugna entre teólogos cristianos liberales y modernistas y que
con ello no explica una realidad existente.
Una
religión reaccionaria es foco de problemas; la que sea. Ahora bien, el
juramento de morir por ella es algo que ya diferencia a unas de otras al compás
del paso de los siglos.
El
integrismo, por su parte, es un totalitarismo (fascismo/comunismo) a la
musulmana con aversión a la pluralidad occidental y la fecha clave de su
génesis está en 1924 cuando Mustafá Kemal toma el poder en Turquía, derrocando
el califato otomano y declarando su laicidad. El Pannarabismo de la
Descolonización (ambos, inventos de Occidente) lo tuvo a raya y resultó ser un
contrasentido: forjó a los no alineados como alternativa a los capitalistas y a
los ateos comunistas, pero se fue decantando por los principios socialistas con
los que fue creado. Francia creó, a su vez, el concepto Tercer Mundo,
recordando que ellos idearon el Tercer Estado... Y con esa premisa lo
plantearon.
Y
no, no son lo mismo. Decir que son iguales es faltar a la verdad. Otra cosa son
las personas. Y ya sabemos cómo somos las personas; el sentido común es el
menos común de los sentidos. A la mejor leyendo a Sayyid Qotb aprendemos a
discernir…
No hay comentarios:
Publicar un comentario