Me
enteré a las 17’03 horas. A mí me lo señalaron ya como atentado: verde y con
asas, alcarraza. Salté a mi cometido a pesar de la morriña agosteña… y así
parece que andaban todos. Flojitos los inicios de todas las cadenas de radio y
televisión; ¿los “buenos” de
vacaciones? Me atrevo a pensar que sí. ¡Qué flojera informativa! Menos mal que
se fue afianzando el nivel conforme pasaban las horas.
Yo
siempre he preferido coger mis vacaciones en agosto porque la clase política
descansaba (entonces hasta el 25 de agosto por lo menos) y esos días de
canícula eran bastante relajados… y las informaciones más “de verano”.
Ahora
bien, las redes sociales estuvieron infinitamente más activas. A eso le llaman
ahora “periodismo participativo” (Dan Gillmor; “Mis lectores saben más que yo”).
Pero ¿este es el Periodismo 3.0?,
¿el periodismo de los ciudadanos-usuarios-lectores? No sé yo si…
Yo
recuerdo un experimento de Jay Rosen
(Jane’s Intelligence Review) en 1999 y un artículo sobre ciberterrorismo que,
para mí, fue el precursor y… que tuvo que abortar. Tal vez porque animaba a
opiniones más que a comunicar realidades. No obstante, sus planteamientos
siguen siendo básicos porque cuestionaba Rosen el fundamento del proceso
periodístico de capturar información viable y práctica. Tal vez convendría
matizar a Rosen porque han pasado muchos años y el ritmo vertiginoso de las
NNTT ha dado alas a varias razas de periodistas y al afán comunicador de muchos
ciudadanos a través de la instantaneidad de las RRSS y las posibilidades de los
blogs y bitácoras.
El
caso es que ayer las RRSS nutrieron a los medios generalistas de material y de
actualidad… sin garbillar el material. Entraba de todo. Y costó que entraran
pesos pesados en las ondas de radio y TV. Y el caso es que los ciudadanos
tienen derecho no sólo a recibir información y opinión, sino también a
difundirla por cualquier medio de expresión; esto lo recogen algunas
legislaciones estatales. Entre ellas la Constitución Española de 1978 en su
Artículo 20.
Hablando
con los colegas, hay quien me apunta que esto del periodismo participativo ya tuvo un ejemplo en España con las
Radios Libres de los años 80. Yo no lo recordaba; y tampoco lo considero.
El
caso es que ayer los ciudadanos ante las RRSS se convierten en periodistas -comentaristas,
diría yo- que aportaban su visión de la realidad -a su modo-, sin atender a la
jerarquización de los planteamientos de la Redacción y publicando sin
cortapisas. Hoy en día, vivimos interconectados a través de una red de
información total que genera contenido constante y en donde los reporteros, los
editores y la audiencia se encuentran a un mismo nivel. Ha cambiado el modelo
tradicional.
Pero,
aún con ese cambio, la información tiene
sus límites cuando llegas a las personas afectadas. No hay que caer en el
morbo y tener en cuenta algunas normas deontológicas. Recuerdo que tras el
atentado de 2004, en Madrid, especialmente en el primer aniversario, ya se
atendió a las peticiones de respeto a la intimidad de las familias de las
víctimas ante las escenas de tremenda crudeza que un año atrás se habían
recogido y aún estaban dando vueltas. Los profesionales lo entendimos. Saber
resolver la ecuación que relaciona el deber de informar y los derechos de las
víctimas no consiste en tratar mejor o peor el morbo, sino en la capacidad de
contar la realidad sin añadir el contexto dosis de pánico ni cuota de repulsa.
No hay que generar opinión en este tipo de información.
La
verdad es que nos encontramos con que el concepto periodismo ciudadano se
ha traducido en dar carta blanca a la participación de los ciudadanos en el
proceso de creación y difusión de información basándose en la popularización de
la Internet -que algunos llaman “democratización de la Internet”- y en
las cuestiones del llamado periodismo colaborativo. La
proliferación y tecnificación de los dispositivos móviles permite al ciudadano
convertirse en “periodista” y transmitir y opinar sobre todo lo que presencia
en tiempo real y dirigiéndose a una audiencia global. Y sin cortapisa alguna. Y
no todo vale.
Y
no todo vale. Tal vez ese periodismo participativo sea una forma de expresión
de la llamada “emoción colectiva”, pero ni la prudencia ha sido tenida en cuenta, ni la responsabilidad ante lo que se está reproduciendo. Y, sobre todo,
la influencia que se puede tener en
el desarrollo de los acontecimientos posteriores porque hay muchas
profesionales de las Fuerzas de Seguridad trabajando en esos momentos, y contra
un enemigo común. Muchos datos, por nimios que nos parezcan, pueden alterar y
complicar el trabajo policial. En ocasiones, se informa, sin pretenderlo, a los
terroristas que también siguen los Medios y las RRSS. No tengo aún referencias
de Barcelona de esto en Barcelona, pero recuerdo, en 2015, la persecución a los
terroristas del atentado a Charlie Hebdo atrincherados al noroeste de París, en
la imprenta y en el supermercado judío: los terroristas no sabían de la
existencia de ciudadanos escondidos que alertaban a la policía y que fueron
puestos en peligro por las redes sociales y por los Medios generalistas que se
nutrieron de sus comunicaciones y mensajes. No, así no.
Las
autoridades deben informar con las restricciones operativas necesarias y la
opinión pública debe estar informada. Hay profesionales que se ocupan de ello;
no hay que jugar a lo que no se sabe ni caer en fallos de becario. Y luego está
lo de filtrar las opiniones de los “testigos” que ayer habían visto y oído lo
que no había pasado… por su mente. Esta misma mañana un oyente le contaba a
Carlos Herrera su testimonio de un “muerto
en Cambrils por herida de bala” (“un
rubio, como un turista inglés”). La capacidad de este testigo para
discernir una herida de bala en la cabeza nos pone en jaque informativo. Tanto
como el “conductor abatido” que se
saltó ayer un control policial y ahora es víctima de arma blanca. Se abren así
interrogantes que las autoridades aún no nos han revelado, pero que no pueden
dejarse, tampoco, en manos del periodismo colaborativo.
Esperar,
sabiendo de la tragedia, no es malo. No informar adecuadamente es peor.
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