Creo que para ilustrar lo escrito en la anterior entrega debo exigirme una serie de puntualizaciones; pues no sólo es de sangre y azúcar la historia por la que transitamos.
De lo mollar del Imperio español, Cuba era la más cercano a
los intereses peninsulares y por mucho que la plata llegara de Potosí, Cuba era
Cuba; y La Habana el corazón. Para escribir esto hoy me he puesto (una y otra
vez) a Carlos Cano y su Habaneras de Cádiz; y así me ambiento.
Aquí podía colar, en este Post cubano, que esta historia podría
haberla comenzado hasta con lo de la Casa de la Contratación (1503), las Flotas
de Indias, lo de la Real Provisión de Carlos I para proteger las Flotas de
Indias (1522; con el Impuesto de Averías), lo del Consulado de Mercaderes de
Sevilla/Cargadores a Indias (1543) y hasta con lo del Sistema de Flotas y
Galeones (1561)… y varias cuitas más para ilustrar el conjunto y montarme una
película que no vean. Para esta historia ya estamos en el vapor y los buques de
acero, pero esta historia se fragua en la navegación a vela y el viaje vuelta a
la península, el regreso de la Flota de Tierra Firme, haciendo converger
a todas las naves en el puerto de La Habana para que, entre abril y mayo,
salieran con destino a Sanlúcar-Sevilla o a Cádiz. Hacerlo en junio era
arriesgado por la temporada de huracanes (soplaba Jurakan, dios de las
tormentas mayas). Total, que el Galeón de Manila/la Nao de la China
llegaba hasta Acapulco, por el Pacífico, transportando seda y porcelana de
China, marfil de Camboya, algodón de la India, alcanfor de Borneo, piedras
preciosas de Birmania y Ceilán así como especias (canela, pimienta y clavo
principalmente) y quinina. Y por tierra, desde Acapulco a Veracruz, se
transportaban. Y habíamos diseñado un camino y un canal para atravesar el istmo
de Panamá, pero…
Ya en el puerto veracruzano se subía la carga del Pacífico a
embarcaciones que en la bodegas ya llevaban su carga de metales preciosos y
otros productos del continente (especialmente tintes -grana, añil, cochinilla y
palo de campeche-) y rumbo a La Habana donde también embarcaban café, azúcar,
tabaco, cacao. Fondeados en la inmensa bahía habanera se conformaba la flota y
el regreso se hacía por el canal de Las Bahamas (más peligroso en temporales
que en enemigos, que también los sufrían) hasta arrumbar al paralelo 38 y de
ahí, con vientos de Poniente, a las Azores -en cuya escala se enteraban de la
presencia de corsarios- para partir hacia la península navegando en orden de
combate hasta calcular la posición del Cabo de San Vicente y virar hacia los
puertos de indias españoles; desde 1680 ya sólo a Cádiz, por operatividad (y
desde 1765, Málaga, Alicante, La Coruña, Santander… hasta el Reglamento de
Libre Comercio de 1778).
Así que La Habana es Cádiz con más negritos; Cádiz, La Habana
con más salero… y eso que Cádiz se funda en el 1.104 aC (Tito Livio y Cayo Veleyo
Patérculo, dixit) y la Villa de San Cristóbal de La Habana en 1519 (por Diego
Velázquez de Cuéllar). El Malecón habanero y Campo del Sur gaditano tienen su
aquel…
Y tras esta licencia personal, destacando la importancia de
por sí de Cuba y La Habana, me voy a pincelar lo del apetito de todas las
naciones por la isla, especialmente desde mediados del XVIII y en particular de
los EEUU.
Es que desde el Sur de los Estados Unidos se buscara la
anexión de Cuba como fuere; era el pan nuestro de cada día en el XIX. Tras el Manifiesto
de Ostende (18/10/1854) se le hace saber a España que los Estados Unidos
bien podían ofrecer 120 millones de dólares por la isla[3]
y, sobre todo, que España haría bien en venderla, porque sería incapaz de
defenderla frente a una sublevación de esclavos negros y la intervención de las
potencias. España, que ya sabía que los yanquis no pagaban, potenció su
presencia militar en la isla y la tensión se palpaba. La Guerra Civil norteamericana
(federados vs confederados; 1861-65) supuso un alivio para España sobre
Cuba y al final resultó que el Norte ganador no mostró especial apetito cubano;
aunque sí portorriqueño.
Pero en Cuba había otro tema peliagudo más allá del interés
rapiñero yanqui: el de los esclavos negros, que preocupaba por todas partes
desde que en 1841 se dieron cuenta en la isla que había más negros (y mulatos)
que blancos. Se puso en marcha -por la administración colonial y apoyada por
las élites criollas- una política de blanqueamiento (así se
llamó) mediante la llamada a españoles de la península a embarcarse hacia Cuba
y trabajar allí.
La Sociedad Antropológica de Cuba (1877; creada a
instancias de su homónima en Madrid y que llevó a cabo el Museo Indígena de
Historia Natural) -como ya lo había iniciado la Sociedad Económica de
Amigos del País (1792; surgida de la Sociedad Patriótica de La Habana)-
se centró en demostrar la inferioridad intelectual (y genética) de negros y
mulatos, apostando por importar población blanca que le diera otro nivel a la
isla. Pero a esa población europea le costaba mucho aclimatarse y adaptarse al
clima tropical y a las enfermedades del Trópico. En realidad, buscaban blancos
para hacer el trabajo de los negros y mulatos en los ingenios y plantaciones
por muy poca remuneración, con lo que la campaña de blanqueamiento no funcionó.
Se decía que “el pueblo español es el más capacitado para adaptarse a todas
latitudes por el proceso de mestizaje histórico”, alabando “la capacidad
de la raza española”; pero ni por esas. Los nuevos colonos que llegaban
medio engañados se negaban a trabajar en las duras labores agrarias; preferían
el comercio y la administración. Terminaron montando tabernas ante la falta de
oportunidades. Para colorear la situación, se pensó incluso en trabajadores
asiáticos… pero no funcionó.
Y, así las cosas, al finalizar la Guerra de los Diez Años
(Paz de Zanjón, 9/06/1878), por Real Decreto del Gobierno Español, por aquello
de que Cuba estuviera y se sintiera más integrada en el reino, se dividió el
territorio cubano en seis provincias[4]
y 110 municipios de al menos mil habitantes. Esta división, además, servía para
facilitar la elección de Diputados a las Cortes.
Y de nuevo, el problema racial copó la actualidad ya que los
soldados negros y mulatos que habían servido en ambos bandos recibieron la
consideración de libertos. Hasta 1878 la población de color sólo era tenida en
cuenta como factor de trabajo y posible elemento perturbador del orden. A partir
de 1878 negros y mulatos cobran protagonismo en la historia de Cuba; y no te
digo a partir de 1898. La incorporación de la población de color a la sociedad
civil con igualdad de derechos (al menos teóricamente), metió el concepto “raza”
en la ecuación de la realidad cubana.
Y con estos dos problemas por medio -negros y yanquis- se
suceden la Guerra Chiquita y la Guerra de la independencia.
La primera fue eso, una guerra chiquita en el tiempo: se inicia a poco más de
un año de la Paz de Zanjón, el 24 o 26 de agosto de 1879 (no se ponen de
acuerdo en qué día se dio el primer grito) y llega, con altibajos, hasta el 3
de diciembre de 1880; el general García Polavieja no tuvo mucho
impedimento en combatir aquella insurrección que muchos pretendieron llamar
“Guerra de Razas”.
Desde 1880 la inestabilidad era patente en la isla y a
comienzos de 1895 volvió a estallar. Se pone la fecha del 24 de febrero como el
inicio de la misma; pero los alzamientos, muy locales, se fueron produciendo a
lo largo de varios días y con distinta fortuna. Prenideron en Oriente y tiene etapas,
campañas y fases cruzando trochas -líneas militares fortificadas- hasta
generalizar la rebelión en todo el ámbito rural de la isla, lo que provoca el
cese del general Martínez Campos que es sustituido por Valeriano
Weyler, quien no termina por conseguir resultados y es relevado, a su vez, por
el general Ramón Blanco.
En plena guerra, los Estados Unidos se meten por medio a
finales de 1897 y consiguen que el Gobierno de Práxedes Mateo Sagasta
otorgue una Constitución para la isla y otras iniciativas que ni gustan a los
criollos ni a los intervencionistas. Los norteamericanos anuncian una guerra
inminente y España, que había vendido La Florida a los Estados Unidos en 1819
(y no cobrado[5]) no
tenía ahora a la opinión pública de cara para vender Cuba, con una oferta que
seguía en pie y que era la propuesta para evitar la guerra. Aquel Gobierno
español prefirió ir a ella, que sabía perdida, antes que enfrentarse a una
revuelta social si se vendía Cuba: pues aquí se quería a Cuba; era un trozo de
España.
Con la Armada estadounidense en práctico bloqueo de la isla,
el USS Maine entra en la había de La Habana, por lo que se envía al Vizcaya
a Nueva York en devolución de la visita. Y en este blog ya hemos contado la
orden de ‘disparen si no vuelvo’ del capitán español pues el Maine
había estallado en La Habana un par de días antes y la prensa yanqui pedía
venganza. El 25 de abril de 1898, Estados Unidos declaró la guerra a España
y los norteamericanos desembarcaron en Cuba; desde el 1º de mayo se desarrollan
operaciones conjuntas cubano-norteamericanas contra España. El 12 de julio, por
Guantánamo, desembarca el mismísimo Teodoro Roosevelt con el regimiento
de caballería Rough Rider. Y a pesar de que se lo complicamos en las
batallas terrestres -Loma de San Juan y El Caney-, el combate naval de Santiago
de Cuba nos dio la puntilla: Santiago se rindió el 16 de julio… y Cuba se
perdió.
Los yanquis fueron a por todas y atacaron también Filipinas,
Guam y Puerto Rico. Tras el desastre filipino de la batalla naval de Cavite
(con nuestras grandes unidades cruzando el Canal de Suez para llegar), el
gobierno de Sagasta pidió la mediación de Francia para una paz: Protocolo de
Whashington del 12 de agosto y Tratado de París del 10 de diciembre,
donde se concuerda la independencia de Cuba para 1902. Aquello fue una voladura
controlada de un imperio indefendible y terminamos vendiéndoles también las
Islas Marianas (excepto Guam), las Carolinas y Palaos a Alemania por 25
millones de pesetas/17 millones de marcos.
Las tropas norteamericanas se quedaron en Cuba hasta 1902
(aunque volvieron a ocuparla entre 1906-1909) y por la Enmienda Platt
(1901), que se añade a la Constitución cubana, se autoarrogaron una serie de
privilegios con los que tutelar Cuba hasta 1934, frustrando el ideal
independentista de José Martí plasmado en el Manifiesto de
Montecristi (25/03/1895).
El caso es que los hombres de Shaffer desfilaron por La
Habana como tropas liberadoras y el gobernador militar John R.Brooke
desarmó al Ejército, al que desmovilizó -jubilando a sus integrantes-, y a la
población el día de Reyes de 1899. Así no habría problema de armas contra ellos.
Como detalle final hoy les cuento que John Lawrence Tone
en Guerra y genocidio en Cuba, 1895-1898 (Turner, 2008) señala que entre
1895 y 1898 hubo más cubanos luchando por España que por la independencia.
Y ahí lo dejo; que me tira mucho la eñe… y habrá un III
[1] Estuvo en la Primera guerra
carlista, fue gobernador militar de Valencia y Madrid, diputado a Cortes por
Sevilla, participó en la Revolución de 1840. Volvió a Cuba, pero con la llega
de O’Donnell a la isla, que lo destituyó de sus cargos en 1843, se pasó al
bando independentista comprometiéndose con los terratenientes criollos,
consiguiendo financiación desde el sur de los EEUU.
[2] Miguel Teurbe Tolón y de la
Guardia, poeta, escritor y profesor cubano.
[3] El embajador de los Estados
Unidos en España, Pierre Soulé -abogado de Nueva Orleans- se sintió descubierto
y abandonó durante unos meses su puesto en Madrid. Los Estados Unidos tienen
embajador en España desde 1779, siendo el primero John Jay. Y, por cierto,
desde 1801 todos los presidentes norteamericanos hacían una oferta económica por
la isla.
[4] Pinar del Río, La Habana,
Matanzas, Santa Clara, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba
[5] El 22 de febrero de 1819, por
el Tratado Adams-Onis», los estadounidenses se hicieron con la Florida a cambio
de 5 millones de dólares que no pagaron; pues los consignaron a compensaciones
que jamás hicieron efectivas. Además, se estableció que la monarquía hispánica
quedaría como única soberana de Texas, hasta entonces en disputa y… ya saben de
dónde es Texas. El nombre del tratado es Tratado de Amistad, arreglo de
diferencias y límites entre su Majestad Católica el Rey de España y los Estados
Unidos de América y lo firmaron Luis de Onís (por la Corona España) y John
Quincy Addams, secretario de Estado del presidente Monroe. El pacto fue
ratificado por Fernando VII tres años después.
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