Soy merengón y estoy exultante.
Cierto es que hasta el minuto 93 -en que Sergio Ramos, el Faraón de Camas, conectó el cabezazo- pedí varias veces a la
Salomé de guardia la cabeza de Ancelotti,
Benzema, Khedira, etc. Incluso la de Cristiano.
La cagadita de mi admirado Iker Casillas me sacó de las ídem. Al final,
no sé si fue la garra madridista, el espíritu de Juanito o una sobredosis
de baraka,
pero lo único cierto es que Di María,
a trompicones, elevó una pelota que Gareth
Bale, mi galés favorito, cabeceó a la red y me dejó tranquilo. Supe
entonces que La Décima era nuestra y
me relajé. Hasta ese momento -minuto 110-
estuve a punto de ingresarme en la UCI en varias ocasiones. Y eso que sustituí
los merecidos gin-tónics (sin botánicos, of
course) por pozales de tila.
Tras el gol del uruguayo Godín decidí que Putoperro y yo, lo mejor que podíamos
hacer, era pasear nuestro pesar por las desiertas calles de Benidorm. El
semoviente de la unidad familiar aceptó ser mi paño de lágrimas y le recogí un
buen par de recuerdos de nuestro paseo. ¡Por Dios!, ¿qué come este animal?
Volví para ver empatar a Ramos y
exploté con el gol de Bale.
Luego, los goles de Marcelo
Vieira y Cristiano Ronaldo fueron ya
un excesivo castigo, inmerecido a todas luces, para un bravísimo Atlético de Madrid que nos los puso de corbata
hasta que Ramos reserteó el match y abrió la prórroga a las razzias blancas.
Soy merengón y -ahora- estoy feliz.
Soy tan merengón que llegué a ser fan hasta de don Santiago Bernabéu, el Chato de Almansa que tenía barquita en Santa Pola. En aquellos
días de mocedad mi ídolo era el gallego Amancio
Amaro Valera, pero sin desmerecer nada a la
Galerna del Cantábrico, a Paco Gento.
Hoy sé que aquél era el “Madrid Ye-ye”, pero era el mío: Araquistáin, De Felipe, Sanchís, Pirri, Zoco, Grosso, Velázquez… Gregorio Benito… No me acuerdo de ninguno más.
De don Santiago Bernabéu me gustaba aquello de que se
licenció en Derecho y nunca ejerció; que se pasó, dicen, la guerra refugiado en
la Embajada de Francia, y que terminó figurando como funcionario de Hacienda,
pero como siempre estuvo ligado al Madrid
CF/Real Madrid CF llegó a ser
presidente en el año 43. Vidas de película de aquellos años.
Total, que cuándo más me gustaba el fútbol (por la tele,
oiga) descubrí el Voley… y cambié
deportivamente de disciplina y hasta de ídolos. Dejé los del fútbol y opté por
aquellos genios que eran: Miguel Ocón,
Rissanen, El Allam, Chupi Pérez, Sellés, Julio Díaz, Sánchez Jover… Jugué al Voley y llegué
a la competición sólo lo justo para joderme de por vida los meniscos y el dedo
gordo de la mano izquierda… y volví al fútbol, deporte que no he practicado en
mi vida. Sólo de chaval jugué con “el equipo de mi calle”.
Las gafas siempre
fueron un notable impedimento futbolero; el Voley me proporcionó hasta mis primeras (y dolorosas) lentillas;
fui, creo -o así me lo hicieron creer,- un buen colocador que al llegar a
red fintaba con relativa soltura, defendía bien y pillaba todas las diagonales;
en las cortas ya era otra cosa. Pero eso duró lo que duran dos peces de hielo
en un güisqui on the rock: mis meniscos.
Volví al fútbol y al Real Madrid -¡cómo no!- con la Quinta del Buitre: Emilio Butragueño, Pardeza, Manuel Sanchís,
Michel y Martín Vázquez. Me encandilaron Rafa Gordillo y Hugo Sánchez…
Incluso estuve una vez en el Bernabéu, invitado en un palco; en aquél partido
le ganamos al Sporting de Gijón. El resto de los partidos que he seguido, desde
siempre, por la tele (y cuando es en abierto).
Y ahora que lo pienso, no puedo olvidar al Madrid de Juan
Gómez “Juanito”, de Zinedine Zidane, de Carlos Santillana, de Ricardo Gallego,
del “gordo” Ronaldo, del croata Davor
Suker, del montenegrino Mitjatovic, del “afro-teutón” Breitner,
de Jorge Valdano, del danés Laudrup, del genial Camacho, de Luis Figo, de Guti, de Iván Helguera, de Fernando Hierro, de Steilike, de Maceda, de McManaham, de Fernando Morientes, de Fernando Redondo y de Roberto Carlos.
Lo de Raúl
González es punto y aparte; me declaro Raulista.
El “eterno capitán” no ha sido tan
eterno con la camiseta blanca, pero su espíritu sigue revoloteando por el Madridismo; no en balde se habló del Raúl
Madrid.
Y hoy, feliz con La 10ª,
declaro mi admiración por Sergio Ramos
y, ¡cómo no!, por San Iker Casillas
(aunque ayer la cagara en el gol); me
identifico con la locomotora Bale
(sólo por ser galés; es que el dragoncito de la bandera mola) y confío en
volverlos a ver ganando, al menos, una liga.
Pero, al mismo tiempo, quiero dejar constancia de que a
pesar de La 10ª, mi felicidad no es completa. Me
martillea el imaginario de Carlitos.
Carlitos es un chaval de Madrid que pasa sus veranos y
vacaciones en Benidorm, en nuestra urbanización. Carlitos es del Atléti
y este año iba embalado, exultante y pletórico con el Cholo y todos los
colchoneros. Carlitos juega en las categorías inferiores del club madrileño y
marchó a Lisboa, con su padre, para disfrutar de una final que durante 92
minutos fue suya. No quiero ni pensar en cómo lo estará pasando este domingo.
Imagino a Carlitos ayer en Lisboa y… ni con La Décima mi
felicidad es completa. Aunque se lo advertí. Yo quería que esto pasara; y pasó.
Pero cómo pasó.
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