Desde que Benidorm se metió en esto del turismo una constante
obsesión ha sido la del ruido -o del
rumor- que ha degenerado en más de
una diatriba de uno u otro bando. Yo mismo, en agosto de 2014, me pronuncié al
respecto -Del ruido… y Benidorm- en
medio de una nueva ofensiva local en la que incluso se llegó a plantear la
tolerancia cero con el ruido y el turismo. Ni que decir tiene que no pasó de un
vago intento… que se repite año tras año y cuesta controlar. Pero es vida.
Yo, que he oído el silencio en una zona boscosa inmediata a
Praga… y no lo considero agradable, disfruto del rumor de Benidorm; es como el rumor -ruido continuado, agradable son-
del mar. No considero ruido lo de Benidorm. Pero ese soy yo. Otros habrá que no
podrán dormir en las noches de la canícula.
Hace nada y menos, en la labor prospectiva que acometo (BND
WH), me he encontrado con un artículo de los años 60, que firman unas iniciales
-L. N.- planteando para aquel
Benidorm de 1961 la necesidad del silencio: “El silencio es oro”. Es
más, afirma LN que “el ruido es la ruina”. Sin desmentir la primera cuestión habrá
que alcanzar una postura intermedia que no nos lleve a la segunda.
¿Cómo va a ser ruina la vida? La vida tiene su banda sonora.
LN se ampara en una encuesta del diario francés Le Figaro para el Salón de Vacaciones de
París de 1961 -Viajeros, turistas, veraneantes- en la que se destaca el
aprecio de todos los encuestados por el silencio (93’4%) en esa etapa de
descanso ocioso que suponían (y tal vez ahora también supongan) las vacaciones.
Asegura el tal LN, con un amplio argumentario, que “la mayoría -de aquellos
turistas de 1961- no quiere ruido”. Y deja caer posiciones como que “la
necesidad de silencio es total hoy en día” (¡y comenzaban los 60!); o
que “el
silencio -en la encuesta- es más valorado que la comodidad y la
higiene”, lo que me da que pensar sobre los franceses y el tal LN.
Viene a terminar con la imprescindibilidad de “los
momentos de calma” -que una cosa es el ruido y otro la tranquilidad- y
concluye con un “¡Ay de Benidorm si no recobra su silencio que es la esencia de su razón
de ser!”
Suena a amenaza. ¿Tan desmadrado andaba ya Benidorm en 1961?;
¿tan delicados eran los tímpanos de LN?
Un boletín municipal recogía el artículo del tal LN y el siguiente
boletín contenía una respuesta editorialista que venía a justificar el rumor
-para mí; ruido para otros- de Benidorm. Me gusta cuando le replican a LN con un
“si
no hubiera turismo habría menos vida y, seguramente, más silencio”. En
la respuesta al artículo de LN se le dice a las claras que “nosotros
-Benidorm- preferimos la vida”, y se le explica que “lo que la gente busca es cambiar
las circunstancias, solazarse” (demadrarse), concluyendo que “preferimos
la vida en Benidorm”, aunque matizando que lo que se quiere es “un
Benidorm con silencio si es posible, pero con vida”.
Compaginar vida y silencio ya era delicado en 1961
El objetivo de Benidorm estaba claro desde que se aprobó el
Plan General; incluso antes, cuando en la terraza de casino Ronda se planteara
por Pedro, don Pedro, la disyuntiva: “o Turismo, o nada”. La frase,
lapidaria, debería estar cincelada en mármol: “Benidorm se transformará en lo
que todos soñamos: un gran espacio vital de intenso sabor mediterráneo para el
turismo de todo el mundo”.
Y un espacio vital es sonoro, incluso trepidante. La vida es
explosión. Y aquí se buscó la intensidad.
Recuerden: el mundo se sobrecogió cuando se publicó “Silent Sprint” (1962), donde Rachel
Carson contaba en qué mundo silente nos meteríamos sin el ruido -vivo ruido- de
las aves en primavera. Se actuó contra el DDT y se creó la primera agencia de
protección ambiental (vale, en USA; y nos duele). El mundo fue consciente de
que necesitaba ruido de vida, al menos en la Primavera.
Lo nuestro es el ruido; en fin, rumor de vida; porque la vida
es alegría sonora.
Ahora bien, reconozcamos que es necesario evitar el desmadre
acústico y en ello Benidorm ha sido pionera desde siempre en este tema en
apartado “descanso”. Se ha sido, incluso, beligerante.
Benidorm restringió -ya en 1959- mediante Bandos de Alcaldía
la circulación de motos y velocípedos con motor entre las 24 horas y las 6 de
la madrugada, el uso de señales acústicas (el pito de los vehículos; el claxon,
para los más modernos) en el caso urbano, el uso atenuado de la radio a partir
de las 23 horas; los altavoces de espectáculos, que debían amortiguarse a
partir de las doce; y los talleres se abstendrían de perturbar el descanso
(vespertino)… En los accesos a Benidorm se recordaba esta cuestión, pero, al
mismo tiempo, se alentaba la vida conscientes como eran de que sin ella este
espacio vital se quedaría sin vida.
El ruido se puede gestionar: se identifican las fuentes y los
caminos de propagación que evidencian la exposición al ruido por la estructura
urbana; se analizan los efectos (incluso sobre la salud); se realiza el
análisis de costos y beneficios de la actuación; se valora y pondera y se
establecen las medidas oportunas que, ¡ojo!, pueden suponer cambios en las
infraestructuras y en los comportamientos de todos. La gestión del ruido es
compleja y la actuación sobre las ZAS (zonas acústicas saturadas) aplicando el
PAC (plan de acción comercial) que es el que permite las actividades.
Ahora bien: el ruido de la calle, el de las personas… es sólo
cuestión de concienciación, de civilización y conciencia; de sentido común, que
es el menos común de los sentidos. ¿Quién no se ha arrancado una noche -estando
tan a gustito- por un palo del flamenco… sin saber lo que se hacía?
Y siempre tendremos que la vida es tan cruel que los gatos de
tu callejón te aullarán a gritos esta, o cualquier otra, canción.
Es rumor; lo de Benidorm es rumor… Preferimos, como entonces,
la vida; Benidorm con vida, vitalista y real. Primavera constante.
Nota: mi agradecimiento a Paco Bou. Siempre tiene las fotos
que necesito. Yo también, pero archivadas de forma que nunca las encuentro.
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