Volvía yo de Lanzahíta
(vertiente Sur de la Sierra de Gredos, provincia de Ávila), de comprar sus
fenomenales sandías (aunque yo siempre les he dicho melones de agua -para diferenciarlos de los melones de chino, amarillos [entonces el piel de sapo no era conocido por mis lares]-) y que también es
famosa por su tarallos (que son espárragos silvestres), cuando a la altura de
Queserías del Tiétar (por la CL-501)
paré para abastecerme de excelente queso de cabra Monte Enebro (en formato
pata mulo; inmaculado y cremoso por dentro, verde y enmohecido por fuera)
cuando entre los clientes de la tienda de la quesería había una familia que se
había desplazado desde Madrid hasta La
Iglesuela (que es Toledo pellizcando la provincia de Ávila) para dar el
pésame a los familiares del misionero de la Orden Hospitalaria de San Juan de
Dios, Miguel Pajares, fallecido por
Ébola. Vaya por Dios.
Y de regreso a casa (provisto de Sandías, queso, aceite y
algo de vino -estos dos últimos de sendas cooperativa de Sotillo de la Adrada-
incluso carne de ternera avileña, negra ibérica, y chorizo de cabra) le fui dando
a la neurona con lo de este virus y todo lo que me he leído estos días por ahí.
Con la entrada en escena del nuevo episodio de Ébola más de uno ha sacado a relucir la
faceta de vector armado de estas enfermedades y, como siempre, se apunta al
pérfido Tío Sam porque patentó una variante del filovirus para
investigación (y ahora, posiblemente, gracias a ella tengamos un medicamento
válido contra el Ébola, el Zmapp).
Seguro que fue con fines militares, pero que como todo en la investigación
militar termina en la sociedad civil. ¿De dónde íbamos a tener con qué calentar
la leche con el microondas sin el proyecto militar inicial?; ¿de qué c… íbamos
a tener la Internet sin el Arpanet?; ¿cómo gaitas íbamos a tener latas de
conserva (desde 1810); incluso pegamento de contacto (1942); el GPS, la
maquinilla de afeitar, la gabardina, la leche condensada…? ¿Cómo íbamos a escribir
ahora si no fuera porque la USAF pidió bolígrafos para sus pilotos? Dejémoslo
estar, los que ven a Satán en el Tío Sam lo van a seguir viendo.
Desde
abril, recordemos, estamos
en alerta respecto a todo lo que nos llegue desde aquella zona africana donde
el Ébola hace estragos: barcos principalmente. En realidad, desde diciembre de 2013 estamos
pendientes, pero poco nos ha importado. Ahora ya incluso estamos pendientes de
las personas. No olvidemos que a finales de junio ya nos pegamos un sustito con un guineano que llegó a Manises
(Valencia) -vía Marruecos- y que ingresaron en La Fe con alarma total. Luego
resultó no ser; como los otros dos casos estudiados en Canarias.
El virus Ébola es
tan antiguo como el continente africano, pero hasta 1976 no se le identificó junto al río Ébola, en Zaire. El ciclo de Ébola es conocido. La manipulación humana para consumo de
murciélagos frugívoros ha vuelto, una vez más, a desencadenar la epidemia.
Dicen los expertos que si dejáramos de comer esos murciélagos y algunas
variedades de monos, no estaríamos ante una situación tan grave. Igualmente, si
dejáramos de consumir frutas mordidas por esos murciélagos. Pero, ¡oiga!,
aquello es África.
Actualmente este tipo de virus (filovirus) son muy temidos
por ser un vector muy notable en posibles ataques terroristas y aunque hay un
grupo de países que bien pueden tener un arsenal biológico y bacteriológico,
los más civilizados mentalmente tienen un convenio para, al menos, controlarse
unos a otros. Basta con tener un laboratorio de Nivel 4 para ser capaces de
producir estos “bichos”. En España,
por ejemplo, tenemos 3 laboratorios de este nivel pero parece que en la vieja
piel de toro, en caso de armas lo más que hemos llegado es a desarrollar una “bomba atómica para pobres” (bomba efecto
aire-superficie) que terminó probando Cardoen en el desierto chileno de Atacama
con buenos resultados. ¿Y para qué? Pues nada, medallita al inventor y pasamos página.
En el capítulo de países con armas de este calibre (Informe
ISS, mayo 2014) están los EEUU, Rusia, China, Israel, Egipto, Corea del Norte,
Sudáfrica, Pakistán, México, Costa Rica, Libia, Taiwán, India, Rumanía,
Bulgaria e Italia; sí, Italia también. En muchos casos es tradición, aunque la
verdad es que la cosa esta de armas víricas y bacteriológicas arranca hacia 1941, y ya en 1969 se instó (por Inglaterra y por el Pacto de Varsovia, cada uno
por su lado) la prohibición por parte de la ONU de estas armas y el control de
los arsenales existentes. En 1971, 1973 y, principalmente, en 1975 se prepararon y ratificaron los
protocolos y la convención para su prohibición. Los programas norteamericanos
se fueron cancelando a partir de 1972 y los soviéticos, luego se supo, con la
desaparición de la URSS. Las
verificaciones se sucedieron hasta 2001
y se retomaron en 2006 con especial
intensidad.
Desde 2001, con fines de investigación médica se acordaron mantener
una serie de iniciativas. Fort Detryck (Maryland,
USA) y el consorcio Biopreparat y el
Instituto Vektor (Rusia) son los más
famosos. En Rusia se esperaba haber terminado el proceso de destrucción del
arsenal obsoleto en diciembre de 2014 (con fondos de EEUU y la UE, que Rusia
dice que no tiene ni un rublo para eso) pero en la situación actual (sanciones
por lo de Ucrania) no se sabe si seguirán destruyendo su arsenal. Es que, tras
la huída del director del programa ruso a los EEUU, se supo que Rusia había
seguido con los programas de la URSS y había producido más armas. En 2007
aceptó su destrucción, pero está difícil que en 2014 la haya completado. Israel,
por su parte, parece que ha abandonado su programa vírico para centrarse en
armas de impulso electromagnético donde llevan la delantera mundial, y de Corea del Norte se sabe más bien poco.
Este tipo de armas no es una moda moderna; hacia el 1.200 a.C. los hititas ya lanzaban enfermos de peste bubónica contra las ciudades
que querían conquistar. Guadalajara, en
el año 81 a.C. sufrió, en la península Ibérica, el primer ataque de este tipo
por parte del ejército romano. Desde mediados del XVII no había Ejército
europeo que no contara con “inventores” capaces de producir armas de este tipo
aunque varios reyes y generales se negaron a emplearlos. Tal fue la
proliferación y el poder de estas armas (especialmente las químicas) que en 1899, 1907 y 1925 se
desarrollaron Convenciones Mundiales (La Haya, La Haya, Ginebra) para
prohibirlas… pero la toxina botulímica
(Agente “X” o Agente “RX”), el primer arma bacteriológica propiamente dicha
fabricada para estos fines, es de 1941.
Total, que las convenciones aquellas servían para lo que servían. De hecho, la Convención de Armas Químicas (1997) que
parece ser el convenio mejor llevado tiene 4 países que no lo han suscrito
todavía: Corea del Norte, Sudán del Sur, Angola y Egipto. Israel lo firmó en
cuanto se decantó por las armas de impulso electromagnético.
El problema en armas de este tipo es que ahora mismo “la moda” apunta a que no se utilizarían
grandes misiles sino bombas tácticas de efectos muy localizados (ISS, Informe
mayo 2014) con cantidades “controlables”
de los llamados “agentes selectos”. En un espectro más amplio se utilizarían las
armas biológicas antiagrícolas donde las dos superpotencias de los años 80
produjeron verdaderas monstruosidades: las de los norteamericanos las conocimos
en Vietnam; de las de los rusos hemos sabido algo de la Isla Vozrozhdeniya (Isla Renacimiento) que ahora se disputan -con
risa floja- Kazajistán y Uzbekistán porque
¿a ver quién coño les va a limpiar la isla de mierda bacteriológica?
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