En esta descubierta por el Alto Valle del Tiétar que acabo de realizar, en el Castillo de la Adrada citaron una vez
el Estado de la Adrada. ¿Estado?,
pregunté a mi interlocutor. Éste, sonrió y dijo lacónicamente, con supina superioridad
intelectual, que “una vez aquellas tierras fueron el Estado de la Adrada”… y
siguió con su robótica explicación en el Centro
de Interpretación Histórica del Valle, como si tal cosa, ignorándome por
completo. Pero es que a nadie más de los allí estaban le interesó aquello de “el Estado de la Adrada”; como si
supieran lo que había sido, lo que era. Lo más grave es que les pregunté y es
que, por el mohín de su cara, entendí que no les interesaba lo más mínimo. Entonces,
¿a qué coño fueron a aquél lugar si no a saber más? Bueno, esa es otra. Y también
es mala pata dar con el tío listo y sobrao
al que le colocan un cipolín y lo
convierten en la Sota de Bastos de la información turística.
Castillo de la Adrada |
No sé lo que pretendía en su escueta respuesta con lo del
rimbombante título de Estado de la
Adrada que no era más que, que yo recuerde, el nombre de una antiquísima demarcación administrativa castellana (en
torno al siglo XIV) que cobra un cierto protagonismo literario cuando la reordenación de Floridablanca (José
Moñino, Conde de Floridablanca) en 1785 (la
llamada Consulta Provincial de
Floridablanca) en la que España constaba de “31 provincias (algunas
“exentas de pagar algunos tributos”, como las provincias vascas), 4
Reinos, 1 Principado y Nuevas Poblaciones”. Cada provincia, a su vez,
estaba dividida en “partidos judiciales, corregimientos, alcaldías mayores, gobiernos
políticos y militares, realengos, abadengos y señoríos; desde Comunidades de
Villa y Tierra (ámbito jurisdiccional de solar urbano y tierras anexas)
hasta
Estados”. Vamos, un rollo que puesto por escrito pues la cosa descendía
hacia el inframundo de los sexmos[1] y hasta los simples pueblos
eximidos de integrarse o tener un sexmo que se llamaban “pueblos sueltos”. Vamos,
“la
antítesis de la racionalidad y de la eficiencia administrativa” como el
medievalista jesuita Gonzalo Martínez
Díaz definió aquello.
Bueno, pues en toda esta división administrativa tan
enrevesada, como dije, también existieron los Estados que terminan agrupando algunos pueblos. Esta es la historia
del Estado de la Adrada, como otros
varios, que duró hasta la primera reorganización del XIX. En realidad, me han
contado a golpe de teléfono, era “un reconocimiento administrativo a una vieja
realidad medieval y a la villa que tuvo poder sobre las inmediatas”. Ya
en el XVI aquellos Estados no eran más que farfulla administrativa, pues los
pueblos que los integran iban consiguiendo desligarse de su jurisdicción,
aunque tuvieran en muchos casos que nombrar podatarios[2] que -de higos a brevas-
les representasen en “la capital del Estado” para asuntos burocráticos menores.
Todo esto habría que enmarcarlo en el intenso proceso de
señorialización (proceso de entrega de tierras a un Señor por parte del Rey)
que surge en muchas partes del viejo Reino de Castilla (y en otros), sin apenas
oposición -y muchos vítores por pertenecer a tal o cual señor- de los vecinos
de las poblaciones de aquellas demarcaciones porque les llegaban algunos
privilegios sobre las de al lado que pertenecían a otros Estado (y a otro
Señor). Semos asín, porque fuimos asín,
que diría el bendito de Candiles.
Esto sería bueno leerlo -en algún sitio que haya investigado
lo de los Estados cuando la revuelta de los Comuneros (1520-1522)- porque si la
Revuelta se inicia en Toledo (16.04.1520; “Muera
Xevres y los flamencos”) resulta que no llegará hasta Ávila y su provincia
hasta los primeros días de julio, permitiendo escapar a los procuradores y
demás representantes del poder regio que tan malparados salieron en todas las
demás provincias.
Recordemos que en aquella Revuelta, Guerra de las Comunidades, se alzaron en armas más territorios que
Castilla: Álava, Guipúzcoa, Mallorca, Extremadura, Andalucía, Murcia y, en
tierras del Reino de Valencia, Alicante,
Elche, Jijona y Orihuela. Sí,
la Guerra de las Comunidades llegó hasta la mitad Sur de la provincia de
Alicante, coincidiendo en el tiempo con la Guerra
de las Germanías que ocupó la mitad Norte. Jo, que buen comienzo tuvo el
reinado de Carlos I.
Vamos, que protesté por la tiranía cultural del guía y
rápidamente (antes de las 24 horas de presentar la protesta), la autoridad
competente se me ha disculpado. Y esto se hubiera evitado si al personaje en
cuestión lo hubieran puesto cara a la pared en lugar de tenerlo cara al
público. Zanjado, pues, queda el tema.
A pesar del tipo, la visita al Castillo de la Adrada es
agradable y la recuperación y acondicionamiento de la fortaleza está más que
bien. La información estática que se ofrece es muy adecuada y la idea que el
visitante se puede formar es, considero, bastante correcta. El repaso a la
Historia de la zona es amplio y documentado… mientras suena Boccherini que por
aquí anduvo.
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