Llevo todo el día dándole vueltas. Me embarga la emoción;
esto no me había pasado nunca. Ana me entiende; pero a mí me cuesta mucho.
Llevo todo el día intentado poner negro sobre blanco una serie de sentimientos
muy personales.
Esta debe ser la definitiva, se acaba el día 3 de agosto.
-.-
Cada 3 de agosto el Mundo rememora la salida de Cristóbal
Colón del puerto de Palos rumbo a “América”. Yo no.
Cada 3 de agosto mi cita era con el amigo Luis: Luis
Escobedo.
Era una Efemérides en negrita para mi calendario: 3 de agosto, Luis. Era un Festivo, con
mayúsculas; pero festivo de los de guardar.
Hombre, alguno de sus cumpleaños me perdí por esa obsesión
familiar de viajar lejos, cuanto más lejos mejor, y que las vacaciones uno las
puede disfrutar cuando toca. San Petersburgo, Asunción y Oslo fueron tres de
esas ocasiones del 3 de agosto en que la
distancia quedó anulada por el afecto y las ondas hertzianas. Tanto era la cosa
que intentaba acompasar el momento y procurar llegar o salir ante so después
del 3.
Sus hijas -Pepita y Pilar, Pilar y Pepita- siempre le
organizaban unas sonadas celebraciones del 3 agosto -muchas con sorpresa
inesperadas- a las que no faltaban sus amigos, que aún hoy son legión. Bueno,
el que más falté fui yo. Y hoy me pesa no haber estado en todas.
Llevo todo el día dándole vueltas y recordando a Luis, sus
consejos -sabios consejos- y sus chistes. A caballo entre los dos está el de “si a tu mujer le gusta un barranquito,
búscatelo pequeño que te tirarás”.
Y con él, recuerdo a sus amigos. La otra vez que escribí de
Luís, con lágrimas en los ojos -como hoy-, se me olvidó citar a Diego López
(perdona Diego), al que más veo ahora. Y en los paseos mañaneros, el
intercambio de miradas y saludos, me lo recuerda.
Cuando Luís se jubiló comenzó a caminar todas las mañanas
por la playa de Levante. Ropa y calzado cómodo y el auricular de la radio
digital en la oreja. Coincidió con mi cambio de turno laboral y tras toda la
vida de madrugones para el primer informativo de la mañana pasé al de la noche,
lo que me dejaba sola y desasosegada la mañana. “Pues a caminar conmigo”, me dijo Luis. Ya no hacía falta el
auricular de la radio; íbamos haciendo metros al compás de nuestras palabras.
Creo que un poco en su memoria sigo trotando cada mañana.
Mañana -hoy es domingo; y el 7º descansó- volveré al paseo de Levante… y al
Parque de Elche y al de Poniente, y al regresar me acercaré al Náutico para
saludar a la Virgen de Carmen que allí está esperando cada mañana verme pasar
para rezar una pequeña oración por el amigo grande que se fue.
Querido Luis, en cada caña de Manzanilla que me he hecho
estos días por Sanlúcar bebí un sorbo por ti. Tú estás haciendo lo mismo allí
arriba por nosotros.
Es que, Luis, los del mes de agosto somos “la leche”.
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