Llevaba un tiempecillo detrás de él, pero sin excesivo ahínco.
Es que una cosa es verlo en internet -incluso en Google Books- y otra
manosearlo. Yo soy de estos últimos.
Lo cosa es que una vez había visto una lámina de la primera
autocaravana que yo podía imaginar, y me impresionó. Y dos días antes de San
Jorge me encontré el libro. Y me hice con él, tras comprobar la existencia de
la lámina. Lo imaginaba más grande, pero debieron ser los años y la
idealización del recuerdo.
Y, ale-hop, en la página 776 estaba mi autocaravana, The Wanderer; construida según los
detallados planos del Dr. Gordon-Stables por la Bristol Waggon Co. ¡Hasta con
pianola en el “salón”! No faltaba detalle: incluso litera desmontable para el
ayuda de cámara. Y lo más genial: el triciclo (que aparece en el plano
seccionado) era empleado por el valet para
ir avisando a los caminantes de la proximidad de The Wanderer cuando este iba en marcha. Pesaba cerca de una
tonelada y cuando los caballos la arrancaban, frenarla a tiempo suponía un
espectáculo.
Había visto fotos de época de “The Wandererer”, y reseñas de
que fue restaurada en 1963; incluso que está en el Caravan Club de Londres; “The
Old Lady”, desde entonces.
Pero en el libro hay muchas cosas más. Hasta el pasaporte
expedido a Goethe (Johan Wolfman Goethe, el todo terreno alemán “inventor” del
Romanticismo) para circular por Italia en 1787. Pero a mí me ha gustado más el
que la Intendencia de Policía de la Provincia de León expide a don Alonso
González Sierra para ¡viajar por el
interior del país! y en ¡¡línea recta!! Y estábamos en 1826.
Pero a lo que he prestado más atención, el libro -Teoría
y Técnica del Turismo; de Luis
Fdez. Fuster (1917-2005), profesor que fuera de la Escuela de Turismo de
Madrid- en su 5ª Edición, que dice que es de 1980 (pero no sé yo lo actualizado
que estaría), es al capítulo de “El futuro turístico del Mercado europeo”.
El profesor era optimista entonces: “irá ‘in crescendo’”. Y
habla de las etapas: “termalismo, casinismo, montaña, playas
frías, alpinismo, itinerancia y playas calientes”, etapa en la que
seguimos, aderezada con otras nuevas que van surgiendo y sumando etapas, pues
el libro se quedó en 1980. Y señalo lo de “lo
actualizado que pudiera estar” porque leo: “En el futuro, el desarrollo de la
aviación dará, sin duda, lugar a un crecimiento de un turismo intercontinental”.
Pero sí tenía visos futuribles: apunta que el turismo “se irá ‘democratizando’ conforme
los precios desciendan por el transporte masivo”… Y llegaron las low
cost.
Y habla de la “negación
del turismo”: comprarse una
propiedad en las riberas del Mediterráneo. Porque el turismo, explica muy
bien, es el “tour”: la ida y la
vuelta (con estancia, claro, en un lugar).
Y, en ello, cita a Juan
de Arespacochaga.
Don Juan fue alcalde de Madrid; pero antes fue director general
de Promoción del Turismo y presidente de la Empresa Nacional de Turismo. Por
esos años, con casa en Benidorm y socio que era del Club Náutico de Benidorm,
le conocí de la mano de don Pedro Zaragoza y tuve oportunidad de conocer su “visión” del turismo. Y sí, Arespacochaga
estaba porque los nórdicos terminarían viviendo en el Mediterráneo porque
íbamos -recordemos a los enfriólogos de aquellos días con la misma vehemencia
que los calentólogos de hoy en día- camino de una glaciación que iba a dejar
helado hasta el mundo infantil de Frozen.
Y el libro incluye una ilustración publicada por el Sydsvenska
Dagbladet (10.03.1970) sobre a cómo estaba el precio del metro cuadrado
y cuánto costaba una villa (entendemos un chalecito) y cuánto un apartamento
(2-3 habitaciones). Y aunque cita también a Biarritz, a Perpiñán, a Venecia, a
Rímini y a Málaga, en cuanto a destinos, los precios los aporta sobre Malta, San Remo, Niza, Lago Maggiore,
Dubroenik y Benidorm. Y solamente
aquél Dubrovnik de 1970 era más barato que Benidorm.
En Benidorm, un
sueco podía conseguir terrenos entre 20 y 30 coronas el metro cuadrado;
comprarse una villa por 75.000, o un apartamento por 50.000 coronas.
Se entiende así la frase de Arespacochaga que recoge Fdez.
Fuster: “los turistas que nos visitan, sin saberlo ellos mismos… están
descubriendo los lugares en los que se asentarán muchos de sus descendientes”.
Y es que Arespacochaga conocía ya los casos que rodean Benidorm: la Hacienda
del Sol y l’Alfàs del Pi. Y yo conocía su barco cuando entraba soberbio por la
bocana del puerto blanco de sal (y moreno de soles) de Torrevieja.
Concluye Fdez. Fuster con que “el Turismo sería, en realidad, la
fase primera de una nueva distribución geográfica de los pueblos”. Esto
es una vieja teoría que también tiene su miga.
Y entonces saca a relucir la ya olvidada Declaración de Puerto Plata… que será
objeto de otro Post.
Porque este libro da mucho de sí. Muchas de las políticas
de la OMT de hoy están en él. No sé, como aquella que dice que “el
Turismo puede otorgar a todos los pueblos ‘una vida plena de dignidad humana’”.
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