Mi cultura del vino llega hasta donde llega; no más. El
mundo del Vino es fascinante. Pero mi amistad y cariño por la familia Mendoza alcanza muchísimo más.
Viví los inicios de la aventura y asisto feliz a la sucesión de éxitos gracias
al tesón que han puesto todos: tanto los visibles -Enrique, Pepe, Julián- como “las invisibles”. Sí, Doña Rosa, la madre de Enrique, que fue
la que transmitió la pasión al clan y que hoy tiene en el Tinto Reserva “Santa Rosa” el homenaje familiar, y Doña Asunción que ha estado -y está- en
el día a día de las duras y las maduras en el más discreto de los planos
posibles, pero con mando en plaza. Porque aunque <Bodegas Enrique Mendoza> suene a patriarcado, es un matriarcado
de tomo y lomo. Unos soberbios gazpachos de doña Susi en “El Chaconero”
villenero decidieron más de un coupage
de buen vino “Enrique Mendoza,
viticultor”. Y lo sé por experiencia.
Y este año (2015) nueva cita, y van cuatro, con la Enoescapada Mendoza’s Experience. Y
nuevamente una sucesión de experiencias en evolución. El éxito de 2014 (más de
6.500 personas durante los 3 días grandes de Pasión) parecía muy difícil de
repetir. La cita de este Jueves Santo, la favorita de Pepe -porque se vuelca
con los primeros que acuden a la cita-, ya igualó a la del año pasado, y la de
ayer viernes rebasó todas las expectativas; a las cuatro de la tarde no los
sacaban de la finca ni con agua caliente. Hoy sábado no lo quiero ni pensar.
Máxima felicidad por el éxito de los amigos, por el reconocimiento a la labor
de los grandes emprendedores que son y por la cantidad de gente que es capaz de
apreciar un trabajo bien hecho.
Esto del vino es siempre lo mismo: te puede gustar, o no; te
puede gustar más, o menos. Incluso se puede entender; aunque hay paladares que
confunden una Juanola, que a fin de
cuentas es regaliz, con la pez, que es brea. Pero como decimos cuando hablamos
de Turismo y de Benidorm: seis millones de locos… pues no lo están tanto. Y en
el caso de Mendoza… pues ahí están sus cifras y su proyección internacional.
De Pepe Mendoza, con el que más siempre he tratado, recuerdo
como si fuera hoy cuando me hablaba del terroir;
de que en la botella sólo está lo que estuvo en la viña, y que si no hay más es
porque no lo había en el principio, que es una frase muy de Enrique, su padre.
De Pepe recuerdo la pasión -incluso emoción- cuando hablaba de Las Quebradas o El Estrecho; de la merseguera y la monastrel; del shiraz o de lo
que aprendió con el grupo Grove Mill. cuando se fue a Nueva Zelanda -que está
justamente debajo de nuestros pies-, o cuando se nos fue a Mendoza, a Argentina,
a ver qué -y cómo lo- hacían por allí… o a Burdeos, o a la Toscana. Kilómetros
a cuestas atesorando experiencias que unir a las propias que arrancaron en el
propio Alfaz y que bien pudieron originarse, ya lo contamos en su día, en el
Alto de Benimaquia, en el término municipal de Dénia, donde en el siglo VI aC ya,
las gentes de por aquí, hacían vino.
Con Enrique, con Pepe y con Julián –y con doña Asunción– he vivido
el maravilloso proceso que lleva a esto, a quedarme pasmado por la cantidad de vinnelovers jóvenes, muchísimas mujeres,
que aprecian los vinos y te hablan de ellos con superior criterio y conocimiento
de causa (para mí). Yo abandoné ayer la Partida Romeral de l’Alfàs del Pi (en
el único sitio del mundo, decía Pedro Delso, en que por las noches las lunas no
cambian de nariz) convencido de que en esto de la cultura del vino hemos
cambiado mucho; muchísimo. Y que ellas saben y aprecian mucho más. Es que había
nivel, Maribel.
Hombre, y una cosa que me gustó: ya hay una nueva generación
Mendoza en el ajo. Bueno, la hija mayor de Pepe estaba viviendo el momento como
una más del gran equipo.
Y ahí estaba el aceite Tagarina,
otro vieja iniciativa Mendoza que cobra forma de éxito con el buen aceite de la
zona de Benifato donde el valle Tagarina geolocaliza un área muy concreta y
específica que da nombre otro producto que comercializan. Tagarina, de “Tagarí”; moro de frontera, aguerrido y
dispuesto como su aceite.
Recuerdo como la idea de Pepe (que es la de Enrique
materializada también por Julián) giró siempre en torno a los Grandes Pagos, viñedos
únicos y especiales, con requisitos de elaboración y niveles de calidad en sus
caldos (en la idea de los Grand Crus
gabachos) y en esa apuesta por la excelencia se mete en el aceite y en los
maridajes.
Y en esta Mendoza’s
Experience junto a los vinos Enrique
Mendoza[1],
los quesos de la Despensa de Andrés[2], el
aceite Tagarina, arroces y
gastronomía del lugar… una soberbia combinación con Chocolates Valor (de La
Vila, Villajoyosa) y hasta helados artesanos mientras podías asistir a muestras
de artesanía tonelera, talleres de iniciación a la cata (cata express),
talleres de suelos (no dan lo mismo arcillas que calizas, arenas que piedras),
talleres de barricas (no trabaja igual el vino en barrica de 220 litros que en
foudre de 550 litros) y buena compañía y mejor ambiente. Porque no hay nada
como una espléndida mañana mediterránea, un clima soleado de primavera, y una
copa (o más) de un Mendoza para entablar amistad -es que “surgen súbitas amistades con el vino”, que decía el poeta británico
John Gay- mientras intentas apoyar un platillo en una mesa o expandir la oreja
para escuchar todo lo que cuentan que encierra la uva; una fruta convertida con
inteligencia en vino; “vino color de día” y “vino color de noche”, blanco y
tinto, como los definió Neruda.
Creo, sinceramente, que los de ayer han sido, con mucho, los
10 euros mejor invertidos en vino de los que tengo histórica constancia
documental.
Y también debo confesar que eché en falta aquél estupendo
Merlot (a mí me lo parecía, con que fíense de mí) que hiciera en su tiempo
Mendoza (es que con él me adentré en el mundo del vino), y que en su ausencia, aunque
reconfortado por otras espléndidas realidades como Estrecho (Monastrell), sigo
esperando, ya sólo estamos iniciando el segundo de los cuatro cuartos de 2015,
poder disfrutar algún día (se me olvidó preguntarle a Pepe si sigue en marcha;
espero que sí) de un Fondillón Mendoza que, aunque todos
sabemos que lleva sus muchos, muchos, años, éste se hace de rogar… ¿tal vez para
2020…?
Nada, que aquí sigo esperando… como una copa en la mano y
cada día es una nueva experiencia… Mendoza.
[1]
Blanco Chardonay, joven; Merlot
Monastrell (12 meses en barrica), Viñedos Mágicos (Monastrell-Finesse), Cabernet-Monastrell (12 meses en barrica), Shiraz (15 meses en barrica), Cabernet-Shiraz
(15 meses en barrica), Santa Rosa y Dulce Pasión (Dolç Mendoza + Chocolate Valor)
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