Acabando que estamos, llegamos a la 2ª República y a
su febril actividad por arreglar esto de la Educación. La premisa base: la
enseñanza era clave para instrumentar la revolución pendiente. Y siempre
entraban en liza las cuestiones de la laicización, la universalidad y la vertebración
del sistema estatal.
¿Con qué arrancaba la aventura republicana? Pues con
un analfabetismo de impacto (32% de los hombres y 40% de las mujeres) y un desprecio
generalizado a la cultura por la mayoría de los paisanos. Por eso se encomendó
al maestro, a la figura del maestro, la misión de llevar la Educación hasta el
último rincón del país. Fernando de los Ríos, como ministro, y el callosí Rodolfo
Llopis, como director general de Enseñanza Primaria, sabían que del éxito del
maestro dependían todo los logros futuros de la República y legislaron en su
apoyo. Y hasta la Constitución de 1932 contempló la europeización de la
Educación, obligatoria y gratuita en su primera etapa. La oposición llegó de la
Iglesia, que perdía así el control de los centros y los libros, y de la
Asociación Nacional del Magisterio Primario que, sabedora de que se necesitaban
más colegios para aplicar los postulados de la República, pidieron la posibilidad
de elección de centro y, de paso, se posicionaron contra la escuela única.
Los primeros cálculos establecieron que se necesitaban,
y de forma urgente, 27.151 escuelas en el país. Existían 32.680 (de todo pelaje
y condición) y teníamos 1’53 millones de niños sin escolarizar en 1931. Y
puestos a comprobar la realidad se encontraron con hasta 10 categorías de
maestros que cobraban entre las 2.000 y las 8.000 pesetas anuales, estando la
media en 3.200 pesetas. La Plantilla de maestros apenas superaba los 36.000 y
de inmediato se crearon 7.000 nuevas e insuficientes plazas de maestro, porque
los presupuestos no daban para más.
Los primeros en bajar al fango a defender la escuela
nacional fueron Marcelino Domingo, Rodolfo Llopis, Manuel Bartolomé Cossío y
Miguel de Unamuno, que estaba en la pomada; cada uno en su cargo. Le aceptaron
a Cataluña la imposición del catalán en la escuelas (29.04.1931), suprimieron
las Juntas Locales que mangoneaban la educación a nivel municipal y decretaron tanto
la educación mixta como la no obligatoriedad de la enseñanza de la Religión
católica, implementando una formación moral libre que no todos entendían ni como
“moral” ni como “libre” pues muy al estilo patrio, se imponía. Transigieron en
que podía existir la enseñanza religiosa en las escuelas primarias si la
solicitaban los padres y la impartía el propio maestro, o voluntaria y gratuitamente
un sacerdote. Se intentó que la escuela mostrase su neutralidad, pero cada
maestro tenía su corazoncito y veníamos de unas muy duras etapas.
Una de las más espectaculares iniciativas de la 2ª República
fueron las Misiones Pedagógicas para la España rural (que era casi toda). Juan
Vicens y María Moliner tomaron el mando de las Bibliotecas de estas misiones
que incluían cine, música y teatro; esta última sección a cargo de Alejandro
Casona. Incluso se contó con un Museo Circulante que llevaba a los pueblos
copias de las grandes obras de El Prado, de la mano de Luís Cernuda y Alejandro
Gayá.
Furgón-biblioteca de las Misiones Pedagógicas |
En esta época se potenció la Escuela Normal de Magisterio,
implantada en 1839. Echo en falta ahora haberla citado en los post previos. ‘Normal’
viene de norma; vamos, que seguía una norma estandarizada para enseñar el
método, la didáctica y la pedagogía y sus alumnos, al superar esta etapa, entraba
en la docencia y el escalafón.
Cuando se proclamó la 2ª República estaba vigente la
Ley Moyano (1857… y que seguiría hasta 1970) y se encargó a Lorenzo Luzuriaga
redactar el nuevo texto legal que, de momento, sufrió un paréntesis con las
elecciones de 1933. Aquel gobierno, también de la República pero de tinte
conservador, sacó adelante el Plan de Estudios de Bachillerato (Plan Villalobos;
Filiberto Villalobos, 1934) para la Enseñanza Media, en una España que en 1933
contaba sólo con 111 centros de Secundaria. Resultó coherente, realista,
moderno y eficaz.
Y en las nuevas elecciones de 1936 volvimos a los
postulados previos a 1933, hasta el golpe de estado y el inicio de la Guerra
Civil, que dejaron sin luz el texto de Luzuriaga.
De pasar de ella a tenerla en primer plano, la
Educación había resultado, desde las revoluciones liberales, el arma por
excelencia para conseguir “la revolución”; incluso socavar el orden existente
(escuela racionalista laica). Su principal figura era el maestro; y el maestro republicano fue en muchas partes
de España el agente revolucionario por excelencia.
Durante la Guerra Civil, cada bando intentó la
normalidad de la sociedad lejos del frente y las tareas de enseñanza
continuaron. La educación entró como elemento ideológico de unos y otros; y
radicalizó los discursos educativos. En la zona republicana se exacerbaron las
iniciativas radicales y se centraron en destruir los símbolos burgueses; desarrollaron
las Milicias de Cultura, el Politécnico Obrero (21.04.1937), los Ateneos
Libertarios y la Escuela Nueva Unificada. En la zona sublevada se incentivó la
escuela católica, se depuró y apartó a maestros ‘republicanos’ de su
oficio y el se centraron en contar y recontar las gestas imperiales de siglos
pretéritos como base de la España imperial.
En 1939, el Nuevo Estado franquista comienza a instaurar
una escuela entre la tradición y la modernidad en una dura lucha que se
mantendrá 30 años, hasta la nueva ley que sustituya a la de Moyano. La escuela
franquista implementará enseñanzas de acuerdo a la moral y a los dogmas
católicos, la personificación de la nación en el Caudillo y los principios de
Dios y Patria, con maestros al servicio de la causa y del Ministerio de
Educación Nacional (1938) que dirigirán Pedro Sáinz Rodríguez y José Ibáñez
Martín (1939-1951). La modificación de planes de estudio y textos fue la menor
de las cuestiones. En 1943 se regulan las enseñanzas universitarias, en 1945 la
primaria y en 1949 la enseñanza profesional ante la acuciante necesidad de obreros
formados tecnológicamente. La Falange y la Iglesia católica se enfrentarán por
el control de todos y cada uno de los estamentos; ganó la Iglesia en lo que se
ha llamado victoria del nacional catolicismo sobre los rescoldos de los modelos
extranjerizantes y deformadores de mentes que había dejado la República y que
se combatían con los nuevos maestros de las primeras promociones del nuevo
sistema, la mayoría salidos de los cuarteles y las milicias universitarias, que
cambiaron correajes por enciclopedias.
Y a partir de 1951 la cosa comenzó a cambiar…
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