Tras el desastre (los desastres) de 1898, el siglo XX
comenzó con ansias modernizadoras, también en esto de la enseñanza. Ayer
veíamos la Institución de Libre Enseñanza (ILE), que arranca en 1876 y hoy entraremos
en el siglo XX por los vericuetos de la Escuela Nacional, que también arranca
en el último cuarto del XIX.
En 1900 se crea el Ministerio de Instrucción Pública
(y Bellas Artes). Hasta entonces, la Educación en España había dependido de los
ministerios de Gracia y Justicia, una temporadita, y de Fomento, otra.
Francisco Silvela, obligado a reducir presupuestos tras el desastre (los
desastres) de 1898, eliminó los ministerios de Ultramar (ya no teníamos
ultramar) y Fomento (con mucho que fomentar y poco din de donde sacar). El
nuevo ministerio nació sin presupuesto; obviamente. Romanones (Álvaro Figueroa,
conde y liberal), su segundo titular, le echó bemoles y se centró en potenciar
la escuela pública recortando prerrogativas eclesiástica; y hasta metió el
sueldo de los maestros en los Presupuestos Generales del Estado, que el 1903
debían cobrar 500 pesetas anuales. Decretó Romanones la escolaridad obligatoria
hasta los 12 años y coló la pedagogía de la ILE. Y como figuras de relumbrón a
pesar de todo teníamos, las fue colocando para reformar el viejo solar patrio
en materia educativa: Santiago Ramón y Cajal, Marcelino Menéndez Pidal, Manuel
Bartolomé Cossío y Alberto Jiménez Fraud fueron los abanderados. Terminó
creando la Escuela Superior de Magisterio, olvidándonos ya de san Casiano y su
Hermandad.
Pero los destellos liberales fueron sólo eso,
destellos, porque a cada cambio de gobierno se volvía a las andadas y se apostaba
más por la escuela tradicional, con la Iglesia católica como aliada.
Pero algo empezó a cambiar a partir de 1902. Con
Alfonso XIII entronizado, desde Francia llegaron los influjos de la escuela
republicana (del modelo de la Tercera República francesa inaugurada en 1870,
nada que ver con cosas de por aquí) con organización socialista y principios
pedagógicos impulsados por la ILE compaginados con los norteamericanos de la common
school y los de la Nueva Escuela Europea, que en Cataluña encontró donde
arraigar. Prat de la Riba, padre teórico del nacionalismo catalán, la abanderó
para recuperar, establecer y generalizar las señas catalanas. Los gobiernos del
nuevo rey, entre 1902 y 1923, se pasaron todo el tiempo intentando encontrar un
punto en común para desarrollar la cuestión de la Educación. Los fugaces
gobiernos liberales daban un paso hacia delante y la realidad les devolvía al
punto de partida. ¿A quién se le llegó a ocurrir que hasta los 12 años
escolaridad obligatoria si el trabajo infantil era el pan nuestro de aquella
España de comienzos del XX? El absentismo escolar se convirtió en crónico.
Se organizó la cosa: Junta de Ampliación de estudios
(1907), la citada Escuela Superior de Magisterio (1909), Dirección General de
Enseñanza Primaria (1911, con el humanista alicantino Rafael Altamira como
primer responsable), el Instituto-Escuela (1918; un avance hacia la Secundaria)
y la Oficina Técnica para la Construcción de Escuela (1920) siempre que hubiera
presupuesto; planos, siempre.
Pero como las cosas de palacio iban despacio, partidos
y sindicatos obreros se pusieron en marcha tomando la Enseñanza como elemento
de lucha y liberación de la clase obrera. Así llegarán la Escuela Nueva (del socialismo;
enseñanza estatal como alternativa a la privada) y a la Escuela Racionalista
(de los anarquistas, al margen de Estado, para trasmitir su ideario)… y otras.
La Escuela Nueva (del socialismo) era krausista
y bebía de la ILE. El Partido Socialista (español) -desde 1879- exigía la
creación de escuelas gratuitas de primera enseñanza y escuela profesionales; en
el congreso de 1888 insistían en una educación gratuita y laica; y profesional.
Manuel Núñez de Arenas y Ramón Carande se volcaron con la iniciativa que
Lorenzo Luziriaga, hijo y sobrino de maestros, estructuró en los 40 postulados
de la Escuela Única que el sindicato Asociación General de Maestros (1922) apoyó.
Partían de una premisa: el alumno de primaria podrá llegar a la Universidad sin
obstáculos.
Con fe ciega en la revolución anarquista se impulsó la
Escuela Racionalista y el concepto de enseñanza laica. La Liga de
Librepensadores (Liga Universal Anticlerical de Librepensadores) del ex escolapio
Bertomeu Gabarró abrió escuelas laicas por Barcelona (y toda Cataluña) y en algunos
puntos de España, como Alicante. La Sociedad Catalana de Amigos de la Enseñanza
Laica, enfrentada a Gabarró, tejió su propia red de escuelas que, a su vez,
rivalizaban con la red de Escuelas Cosmopolitas de Enseñanza Popular Libre de
Cataluña.
Un guirigay. Pero un guirigay nacional, porque en
Madrid la logia Libertad y la sociedad Amigos del Progreso abrieron las suyas
propias, laicas y gratuitas. El anarquista y maestro José Sánchez Rosa hizo lo
propio por Andalucía. En Valladolid, en Zaragoza, en Galicia, en Cantabria, en
Valencia… Y no podía olvidar al más mediático de la enseñanza anarquista:
Francisco Ferrer Guardia y su efñímera Escuela Moderna (1901-1906). Su
proyecto se expandía hasta que fueron cerrados sus centros (en Cataluña,
Valencia y Andalucía) cuando se le condenó por los sucesos de la Semana Trágica
de Barcelona (26.07-02.08.1909) y su vinculación a Mateo Morral, autor del atendado
(1906) contra Alfonso XIII, que oficiaba de bibliotecario de su institución. La
Escuela Moderna era de pago y de pedagogía libertaria; optimista antropológica,
que se definió, consiguió difusión internacional y caló profundamente en las
iniciativas Modern Schools de los Estados Unidos y del Reino
Unido.
Finalmente, en este repaso, la enseñanza religiosa. La
Iglesia rechazaba la intromisión de los librepensadores y de los políticos que
desde mediados del XIX producía a espuertas este país. Si a la ILE, el menor de
sus problemas, lo llegó considerar como enemigo, ni les digo lo de Ferrer Guardia.
Pero se iba implantando la enseñanza religiosa porque los gobiernos de turno no
hacían frente a sus responsabilidades de vertebrar un sistema educativo
nacional, por falta de presupuesto y voluntad.
Perdimos las colonias y repatriamos eclesiásticos; y
recibimos como exiliados a los de media Europa que vivía una revolución
laicista; y algunos de tal nivel que la enseñanza controlada por la Iglesia se
enseñoreó de la Secundaria. Entre 1923 y 1931 casi la mitad de los religiosos
en España estaban dedicados a la enseñanza -y en particular la Secundaria, que
era un feudo inexpugnable y de máxima calidad, por el que el Estado no competía-.
Y luego estaban las iniciativas de los padres Manjón (Escuelas del Ave María) y
Poveda (Institución Teresiana) volcados con la enseñanza Primaria y la
formación del profesorado. Y no olvidemos la existencia de Acción Católica
Nacional de Propagandistas (del jesuita Ayala), las Escuelas Sagrado Corazón,
la doctrina social del papa León XIII que calaba y la irrupción de los Círculos
Católicos Obreros (padre Vicent) y los Patronatos de la Juventud Obrera, del
valenciano Gregorio Gea Miquel y sus colonias de veraneo que conseguían tanta
aceptación, o más, que las similares de los partidos y sindicatos de izquierdas.
La polarización de la cuestión. Llevamos el ser
banderizos (de bando y bandera) en el ADÑ.
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