Tras el Trienio Liberal (1820-1823), la segunda
restauración absolutista con Fernando VII y los pleitos sucesorios, es conocida
como la Década Ominosa (1823-1833). La empanada mental estaba de lo más espeso
entre absolutistas reformistas y absolutistas integristas. Estos últimos
apostaban hasta por la vuelta de la Inquisición y tenían en Carlos María Isidro
de Borbón, hermano del rey, su estandarte. La historia los conoce como ‘Carlistas’.
Ya, como pincelada histórica, entrarían aquí los líos de estos dos hermanos con
la Pragmática Sanción a la Ley Sálica, lo de Isabel II, lo de Mariana Pineda,
el pronunciamiento de Torrijos y -de oca a oca- la guerra civil entre
isabelinos/cristinos y carlistas.
Tal como estaba el paisaje, el paisanaje fue a la par:
juicio de purificación a los catedráticos y profesores y fuera de circulación
todo libro prohibido por la Iglesia. El ministro Francisco Tadeo Calomarde
presenta su plan de Estudios (1824; dirigido espiritual y físicamente por el
mercedario padre Martínez, obispo de Málaga) que deja todo el sistema educativo
bajo el control de la Iglesia, exigiendo a los maestros tanto ‘pureza de
sangre’ como profesión de la fe católica. La novedad: los reglamentos de
Escuelas de Primeras Letras y de Escuelas de Latinidad y Colegios de
Humanidades (Secundaria, ambos).
Avanzar, avanzábamos poco. Y encima, estalló la
Primera Guerra Carlista (1833-1840) que transitó entre brotes anticlericales
(1835), una revolución (1836, que trae el Plan del Duque de Rivas), una
desamortización, la de Mendizábal (1836, también, que incide de pasada en las
cuestiones de la Educación) y una constitución (1837) que posibilita a Javier
de Burgos, el de la división por provincias, un esbozo de avance en instrucción
pública… pero nada de nada hasta la Ley Moyano de 1857, porque la Ley
Someruelos (1838; del 3er marqués de Someruelos, Joaquín José de
Muro) de Instrucción Primaria es un corta y pega del plan ducal de 1836; y el
proyecto Infante (1841, don Facundo), durante la regencia de Espartero para
‘Secundaria’ no pasó de eso.
Desde luego que, antes de llegar a la Ley Moyano,
habría que anotar también el Plan Pidal (1845), que vuelve a secularizar la
enseñanza y le aplica los concetos de universal, libre y gratuita. Este plan
crea los institutos en la óptica en la que los conocemos hoy.
Y llegamos ya a Claudio Moyano y su ley de 1857: Ley
de Instrucción Pública. Fue la primera en regular de manera integral el sistema
educativo español. Es un ejercicio de toreo de salón pues incluye los
compromisos del Concordato de 1851 y transpira liberalismo, fruto de una etapa
conocida como Bienio Progresista (1854-56) bajo el reinado de Isabel II;
veníamos de la Revolución de 1854 y salió un texto que fue básico por más de un
siglo: hasta la Ley General de Educación de 1970. Cosas de este país.
Ahora se diría que la de Moyano era una ley sexista;
chicos y chicas tenían asignaturas, digamos, “propias de su género”, pero la
parieron en 1857 y ya atendía necesidades especiales de alumnos ciegos y
sordo-mudos, con atisbos de integración.
Y de repente estalla el Sexenio Revolucionario
(1868-1874), que otros llaman Democrático, tras la Revolución de septiembre de
1868, que conocemos como ‘La Gloriosa’… o ‘La septembrina’. Isabel II al
exilio, monarquía parlamentaria (con Amadeo I) y República, Primera República
(1873-74) para ir de fracaso en fracaso hasta la derrota final con el
pronunciamiento de Martínez Campos y la restauración borbónica en 1874 con
Alfonso XII.
La Gloriosa trajo consigo libertades a porrón:
libertad de enseñanza (y cátedra), de culto, de reunión, de imprenta y sufragio
universal… se anima a los ayuntamientos a crear escuelas primarias,
secundarias, de adultos y hasta granjas-escuela. Se reorganizan todos los
estamentos y se dan cuenta que no hay dinero suficiente para aquella
experiencia universal tan bonita y que la mitad se había tomado a pitorreo
aquél “exceso” de libertad y el gobierno del general Serrano da marcha atrás y
se racionalizan las reformas teniendo como norte la Ley Moyano.
Y cuando llega la Restauración, sigue la Ley Moyano
como referencia.
Y no puedo estar más tiempo sin citar al sistema filosófico
de Karl Christian Friedrich Krause (filósofo alemán, 1781-1832), el krausismo,
caracterizado por el intento de conciliar el racionalismo con la moral, en
España buscaba conciliar tradición y modernidad. Vamos, superar lo de las dos
Españas que, como venos, no es de hoy. Los krausistas implementaron la
pedagogía como base de la educación.
Y viendo que el Estado se desentiende, por falta de
medios e ilusión, de la Educación Pública surgen tres grandes posiciones
ideologizadas de enseñanza: la Institución de Libre Enseñanza, con los
profesores krausistas que habían sido expulsados por el gobierno de Antonio
Cánovas mediante el Decreto Orovio (1875), la Escuela Nueva -que muchos apuntan
hoy que era de tendencia socialista- y la Escuela Moderna de tendencia
anarquista.
La Institución de Libre Enseñanza (1876-1936) de Francisco
Giner de los Ríos comenzó en la órbita universitaria y bajó al plano de la
educación primaria modernizando métodos, contenidos y objetivos recogiendo el
viejo principio liberal. La clase es un espacio de convivencia de profesor y
alumnos, se estimulan las sensibilidades, se crean las colonias escolares y se
potencian las salidas y excursiones y entran en juego la coeducación y la
cooperación.
Y en 1898 perdimos Cuba, Filipinas y el norte. En
muchos foros se dijo que había sido la escuela yanqui, y no la armada yanqui,
la que había vencido a la nacional. Nuestro libros decían que Dios había dotado
a España de riqueza, fertilidad, clima benigno, ingenio, valentía y hermosura…
pero éramos una España pobre, primitiva y rutinaria.
La cosa estaba tan chunga que en Zaragoza, en febrero
de 1899, en la Asamblea Nacional de Productores Joaquín Costa -el de “despensa
y escuela, y doble llave al sepulcro del Cid”- llama a una política general
de “blusa y calzón corto” (obreros y escolares) pontificando que nuestro
problema era “pedagógico tanto más que económico y financiero y requiere una
transformación profunda en la educación nacional en todos sus grados”.
Y todos se plantearon solucionar aquel problema. Y
aquí, en la vieja piel de toro, cuando todos se ponen a solucionar el mismo
problema… lo multiplican.
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