A mí que me den museos y me digan lo que quieran. Pero,
¡ojo!, nada de pintura, que más de una pincelada me empalaga, ni escultura, ni
trajes ni “ná” de eso. A mí, museos
chulos: como el MOSI mancusiano. Y
sólo, para disfrutarlo.
Sabía que estaba y aproveché una escapada al Instituto Cervantes
de allí para doblar la esquina, patear de puntillas las ruinas del viejo
Manchester de Castlefield, el Mamucium
romano, y sumergirme en el Museum of Science
& Industry (MOSI). El vicus
se ve poco y tienen reconstruida la puerta del campamento. El propio MOSI tiene
unos buenos paneles al respecto. Al aire libre, el contraste entre la puerta
reconstruida, el puente del ferrocarril y la mole espigada del Hilton no dice
nada, pero no está mal.
Bueno, al MOSI.
Como buen museo británico, la entrada es gratuita; pero te
piden 3 libras; lo que cuesta una lechuga. ¿Cómo decir que no?: “Please, donate ₤3”.
El MOSI son cinco edificios… en los terrenos de la que fue la primera estación de tren del Mundo
(para servicio de pasajeros) -y que sigue en pie- y alberga el mejor de los
espacios museísticos del MOSI.
El primer edificio es el Great Western Warehouse… y es eso, el gran depósito occidental.
Obviamente alberga el Coffe shop; eso no puede faltar. Y allí está la Galería de los Textiles. Manchester, la
máquina de hilar y el surgimiento de la industria textil es todo lo mismo.
Desde el siglo XIV la lana y el lino cobran protagonismo en la región con la
llegada de tejedores flamencos (vamos, de Flandes -Países Bajos/Holanda-).
Luego, en el XVIII (1736), los ríos Irwell y Mercy se convierten en navegables
(mediante esclusas) y se construye el Manchester Ship Canal para sacar la
mercancía por Liverpool. Construyen (1761) el canal Bridgewater para bajarse el
carbón de Worsley… y en 1780 Richard Arkwright inicia el proceso revolucionario
textil que hará que a Manchester la llamen Cottonópolis. Todo eso está allí.
La vieja Baby de 1948... y 32 bits |
Y unos pasos antes de llegar al mundo del textil está uno de
los argumentos iniciales de mi visita: una réplica de la Manchester Small-Scale
Experimental Machine, la SSEM; la
llamada “Baby”. Fue el primer computador con programas almacenados en la
memoria. “Baby”, un armario ropero de tres cuerpos, fue desarrollada en la
Universidad de Manchester en 1948. De allí salió la Manchester MK1 y la
Ferranti Mark 1 (1951) que fue el primer computador comercial (tenía grabada en
la memoria una versión del “Good Save the
Queen” para las ocasiones).
“Baby” tardaba
casi 1 hora en realizar 3’5 millones de operaciones; tenía 32 bits, pero era,
en 1948, la releche. Mi zapatófono de ahora tiene mucha más memoria.
El Shackleton con radar |
Bueno, también tienen en la entrada una reproducción de un Avro (F Type) de 1912; es que el bueno de Alliot Verdon Roe montó su
fábrica de aviones en el extrarradio mancusiano. En el edificio 5 también hay
más aviones “locales” como un monstruoso berraco Avro Shackleton que montó uno de los primeros radares embarcados. Y
allí mismo enchufas el radar y cuando la antena pasa por delante de uno, cuando
“lo barre”, aparece el eco en la pantalla. Están todos los niños jugando a ver
si el radar no los detecta.
Y ya que estamos en el Air
& Space Hall (edificio nº 5; un antiguo mercado cubierto)… pues un Supermarine Spitfire, un Hawker Hunter, un Ohka japonés (un
avión-cohete kamikaze), un par de De
Havilland (un Dragon Rapide –como
el que llevó a Franco a África- y un vampírico Vampire), un larguísimo helicóptero Bristol Bellvedere, un Eglish
Electric P1… una buenas selección de aviones de distintas épocas. Disfruté.
En la planta superior una pequeña expo de motos y bicicletas; de la primera a
la última, que allí presumen de inventar la bici…
En el Power Hall
(edificio 4), un repertorio variopinto de “Working Engines & Locomotives”.
Te recibe una atmósfera cargadita de vapor de agua y aceite; no en balde te vas
a meter en el mundo del vapor y los primeros motores. Y aunque te recibe un “motor de sangre” (vamos, una rueda
accionada por tracción caballar) el resto es puro vapor (y algo de calor) para
apreciar como evolucionó la cosa esta de la motorización desde el XIX a los
modernos motores Rolls Royce de aviación. Incluso en lo de las locomotoras: allí
tienes desde una Ericsson Novelty de 1829 a una elefantiásica South
African Class de los años 30 con sus más de 40 metros de largo. Los
críos se lo pasan pipa golpeando las ruedas de las locomotoras con martillos “estratégicamente”
colocados para que compongan sus sinfonías de martillazos.
El 1830 Warehouse
(edificio 3) tiene su aquél: la Galería de la Electricidad y la
electrificación, la expo Connecting Manchester (cosas de las
comunicaciones y de los medios audiovisuales del lugar) y la sensacional Ice
Lab que cuenta las cosas de la arquitectura y la ciencia en la
Antártida. Completísimo. Se puede ver cómo la electricidad transformó nuestras
vidas y hogares; incluso llega a debatir los pros y los contras de la nuclear y
las renovables. Hay un apartado para los hervidores de agua para el té, las
tradicionales Kettles, que es de la órbita “Cuéntame”. Y contando cómo fue la cosa está la expo de la primera
planta con la evolución de los teléfonos, la fotografía, la tipografía y la
impresión, aparatos de radio y TV y la evolución de los aparatos que utilizamos
en los medios de comunicación. Recordé los viejos estudios de radio y la
evolución de los magnetófonos: los de alambre no los conocí, pero de los de
cinta… allí estaban todos los Revox y los Uher… y las cámaras de TV. Igualmente
fascinante.
Bueno, mañana la emprendo con el fascinante edificio 3 que
encierra lo mejor.
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