Al oeste de Nápoles, en el golfo de Pozzuoli (Puteoli,
cuando el Imperio Romano), se encontraba Baia/Baya; y aquél golfo también fue conocido
como Sinus
Baianus.
Se encontraba, digo, porque entre el vulcanismo y la sismicidad
aquella ciudad de Baia está ahora a
15 metros de profundidad (Parque Arqueológico sumergido de Baia).
Nada que ver con la Baia actual en
cuanto a emplazamiento (en la línea de costa actual), pero sí en cuanto a
actividad. Debe su nombre a Baio, el timonel de Ulises, que, cuentan (Licofrón
de Calcis, III aC), estaba allí enterrado, en Baia.
En el siglo I aC Pompeyo
venció a los piratas que asolaban las costas de Campania y aquello comenzó a vivir una etapa dorada con las
vacaciones de la aristocracia romana. Baia
se convirtió en el lugar de veraneo más famoso. Desde Marco Licinio Craso (el que acabó con la revuelta de los esclavos
de Espartaco) a pie de mar, a Julio César (en el actual Castello),
todo el que era alguien en Roma tenía en Baia
su casa de verano.
«Baia da Villa Schiano Di Pepe» de Oliver-Bonjoch |
Porque tirando de Estrabón
(Libro
V), Plinio (en su Laurentium),
Dion Causius (XLVIII), Propercio (en A Cynthia), Séneca (en sus Epístolas), Cicerón (en Pro Cornelius) y Marcial (Libro I) sabemos que Baia era un resort turístico de primera
magnitud: villas y torres jalonaban la costa, los jardines acompañaban todo el
año, por mor de la temperatura, y su clima hacía apetecible a Baia en invierno y, especialmente, en
verano.
Estrabón cuenta
que “todo
el golfo (de Puteoli) está
ocupado por las ciudades antedichas
(Puteoli, Baia, Cumas y Misenum), y entre ellas, por jardines y villas, unas a
continuación de las otras, por lo que representa el aspecto de una sola ciudad”.
Dión Casius
señala que estas villas -y torres- son “muy apropiados para pasar la vida y
practicar ejercicios deportivos”.
Es Horacio el que
nos cuenta que tan complicada se puso la cosa del suelo para construir en Baia
que en Roma, en el Senado, se habló de habilitar fórmulas para “invadir”
el mar (ganar terreno al mar). La traducción de Renato Ferrara dice: “d’invadere perfino (incluso) il mare con le nuove construzioni”.
Baia de llenó de albergues
y posadas para que pudieran
disfrutar del “veraneo” también otras
clases menos adineradas; y de campamentos para quienes atendían
los negocios de la temporada. Los clásicos cuentan que los lugareños abrían
negocios para aquellos “veraneantes”. Desde excursiones al
lago Lucrino -como hacía el tal Orata,
un importante personaje que contaba con esa concesión-, hasta actividades
náuticas (¿vela?, ¿pesca?; porque lo de la banana, la moto acuática, el
parasailing y el cablesquí… no operaban por entonces). O tiendas, como la de la
famosa patricia puteolana Gratidia,
de aceites bronceadores que vendía en su “taberna ungüentaria” y cuya fama
llegó a Roma (el SEUR de entonces se forró enviando paquetes).
Vamos, que estaba ya todo inventado de cuando los romanos.
Desde la colonización intensiva de la costa a la especulación del suelo,
pasando por la idea de ganar terreno al mar, los recursos turísticos, el
tostarse al sol o el bikini, que también vienen de por aquél entonces.
Recordemos que, aunque más al Sur -en Sicilia-, en la Villa Casale, en Piazza
Armerina, se localizaron los frescos de las chicas en la playa con sus bikinis,
que es como dicen que iban por las playas de Baia.
La fama de Baia
procedía del clima y de la fiesta, de la eterna Saturnalia en que vivía: bebida,
juego, libertad y licencias de costumbres. Disfrutaban del mar y de los
placeres terrenales, aunque aún no habían inventado el Ku y similares. Cicerón
la llamó Pusilla Roma: Roma en miniatura… por su belleza, su
aristocracia y… por ser un sitio “de fiesta y perdición”, como denunció el
moralista Marco Terencio Varrón.
A Baia se iba a
disfrutar del mar -talaso- y de las aguas minero-medicinales. Porque ese era
otra gran atractivo. Las propiedades terapéuticas de sus fuentes ya están
descritas en el siglo II aC. Los grandes templos estaban asociados a fuentes
termales y piscinas (Diana, Mercurio, Venus…) aunque otras fuentes gozaron de
fama (Truglio, Sodanda, etc.).
Total que en pilentum
(carro cubierto de dos ejes, 4 ruedas, útil para transportar mercancías) y en carpentum (la, digamos, berlina
deportiva de la época, 1 eje, 2 ruedas, sólo para personas y equipaje ligero)
se desplazaban aquellos romanos (patricios y con pasta gansa) a sus lugares de veraneo. Y terminado aquél,
regresaban.
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