Una parte de la prensa británica exhibe sin pudor sus
ramalazos de sensacionalismo
amparados en la irreverencia ante la
verdad, la provocación simplista
y la estulticia más sublime, junto a
dosis de patrioterismo y populismo -a partes iguales- sabiamente
combinadas con el tratamiento visceral
de cualquier nimia noticia y unas salpicaduras
sexis con chicas ligeras de ropa. Eso es puro amarillismo y, reconozcámoslo, tiene su público. Como las
producciones de Telecinco: ¡Mamá me han
contratado en Telecinco!; eso te pasa por no tener estudios.
Se puede decir que todas las características antes
enunciadas iluminan una fórmula periodística muy británica: el tabloide. Y en realidad, la palabra “tabloide”
sólo viene a decirnos que estamos ante un formato periodístico de tamaño menor
que el formato sábana (600 x 400 mm): estamos ante un 431’7 x 279’4 mm, que
utilizan muchos periódicos “serios” en todo el planeta. Sí, en el mundo se
editan muchos tabloides, pero aplicárselo a un periódico británico ya, como
mínimo, supone abocarlo al sensacionalismo.
Y, nunca defraudan. Su máxima: “que la realidad no te destroce una ‘buena
portada’”.
Un tabloide abusa del
color y en cuanto a la tipografía: pura
entropía. Sus noticias sólo intentan
llamar la atención y es patente la desproporción
entre imágenes y textos. Pero sobre todo, hay ausencia de rigor.
Decía Walter Lippmann[1] hace
casi un siglo, alarmado ante el auge del periodismo centrado en los escándalos,
en las noticias de campanillas sin base periodística y en las que se cebaban en
la vida de los famosos que “la calidad de las noticias sobre la sociedad
moderna es un índice de su organización social”. Lo que no nos deja
bien parados. Y lo decía asustado en 1920, y ya adelantaba que los periodistas debíamos “recuperar
la legitimidad social como mediadores entre la actualidad y los ciudadanos,
garantizando una información de calidad”. Pero entre los periodistas,
como en todas las profesiones, hay ejemplares de distinto nivel moral,
intelectual, profesional y pelaje. Y algunos encuentran en la fórmula de los
tabloides el único puesto de trabajo para el que están cualificados, y pasan de
la vieja idea de mediador entre la actualidad y el ciudadano y, sobre todo, pasan
de la legitimidad social de la acción que desarrollan.
El criterio de
selección de acontecimientos es determinante entre los que practican un
modo y otro de mediación en la comunicación. Unos se ocupan de “las
noticias” y otros de “las otras noticias”. Luego, además,
está el enfoque y el añadir impacto frente a información; vamos,
la más absoluta banalización de los
temas frente tratamiento y análisis de los acontecimientos.
Un buen segmento de la prensa británica nada en esa charca y
cuando nos salpica, el hediondo y fétido olor que desprende, nos provoca
repugnancia.
Recuerdo mi primer contacto con esos titulares de prensa a
finales de los años 80, cuando llegué a Benidorm. Había habido un problema en un
hotel de Benidorm con resultado de alcance y a los pocos días me aparece la
foto del director -un impactante primer plano tomado a traición- que ocupaba la
mayor parte de la portada con un “Benidorm: ¿pondría su vida en manos de este
hombre?”. ¡Terrible!
Aquello fue demoledor. De hecho, cada vez que me encuentro
en la calle con “este hombre” siento
por él una fraternal simpatía por el inmerecido escarnio al que le sometió el
amarillismo británico. No viene al caso recordar más.
Ahora parece que más de uno se ha sobresaltado con el shark attack de Poniente sobre un chaval
y el tratamiento de un tabloide británico. Nada del otro jueves; en la línea de
su forma de entender y tratar la información.
En marzo de este mismo año, el mismo tabloide ya señalaba la
presencia de tiburones en nuestras costas -2 habían sido “capturados”- , pero “tratábamos
de mantenerlo en secreto”… ya que solo la totalidad de medios de la
zona habían señalado la aparición de uno varado y otro capturado en una red. Insisto:
“que
la realidad no te destroce una ‘buena portada’”. El pie de una de las
fotos que ilustraron la noticia (Tiburones: tiburón zorro encontrado en la
playa de Benidorm [NC]) no deja dudas de que fuera en la playa de… la
que quieran; lo que se ve al fondo no es la isla de Benidorm y hay quien me
dice es una célebre mole calcárea. Pero lo mejor es cuando dice: “Tenga
cuidado: los locales admiten que el aumento de los avistamientos de tiburones
es ‘una preocupación’”. Y yo despreocupado. No, si va a ser cosa,
también, del cambio climático.
La última noticia de hace unas horas se retrotraen hasta mi
llegada a Benidorm para presentar la retahíla de “ataques” ocurridos en nuestro
ámbito mediterráneo español (1986, 1992, 1993 y 2014) e invita a los lectores a
que, por correo electrónico o teléfono, cuenten al tabloide sus “encuentros
con tiburones en sus vacaciones en España”… planteándome la duda si se
refiere a criaturas del género selachimorpha
o del género sapiens-sapiens, dónde también se dan algunos tiburones
tan depredadores como los marinos. Estaré pendiente no sea que estemos ante un
problema de los gordos de verdad.
Tal vez lo mejor de la noticia del tabloide y del shark, que también tiene algo bueno, es
que en medio de la misma, en Internet, hay una encuesta: ¿Esto te desanima para viajar a España? Y el 82% ha dicho que no.
PD: De un periodista británico se puede esperar de todo
(como de uno patrio). Suelen tener sus destellos,
como Moss el día que “tomó” Ses Rates y lo contó en The Guardian (uno de los “serios”, en julio de 2002)… Y yo ledediqué un Post. Y hasta me acuerdo cuando la vieja guardia del periodismo
local analizábamos el alcance y repercusión de cualquier noticia de Benidorm
antes de lanzarla al aire. Nunca dejamos de publicar ninguna, pero siempre
analizábamos sus consecuencias.
[1]
Periodista, crítico de medios y filósofo, junto
con Charles Merz estudió los problemas de inexactitud, sesgo y partidismo con
que los periódicos de su época cubrían las noticias y publicó en 1920: “A Test of the News”. Su análisis de la situación
EE.UU.-URSS en 1947 (The Cold War)
introdujo el término “guerra fría”.
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